El carruajero y la damisela.

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Al subir al carruaje que la llevaría a la iglesia en donde estaba a punto de casarse la damisela entallada en su vestido de novia se topó con la enigmática mirada del cochero, y en cuanto su pupila se clavó en la de él, ambos lo supieron: estaban hechos el uno para el otro. Todo el camino conversaron sobre sus vidas, había una química perfecta entre ambos, y en el alma de los dos surgió el incesante ímpetu de no separarse nunca, pero el recorrido había terminado, ambos debían tomar caminos diferentes.

Ninguno de los dos quería despedirse, lo sabían, ella bajó del carruaje una cuadra antes para poder despedirse con comodidad, pero ninguno pronunciaba el adiós que cada vez se hacía más largo y difícil. No pudo decir nada, ella bajó la mirada y dio media vuelta para dirigirse a su boda, pero fue detenida por la voz de carruajero.

-Espero que algún día puedas perdonar que apenas hoy te conocí, que apenas hoy te empecé a amar, ya es tarde, lo sé, haya en el campanario te espera tu futuro esposo y una familia ansiosa por verte vestida de blanco, te ves hermosa ¿lo sabías?. Puedo ver en tus ojos que estas confundida, lo amas a él, aunque también me amas a mí, pero princesa ¿Qué podría darte este humilde carruajero comparado con el hijo de alcalde? Estas acostumbrada a la buena vida, a los bailes elegantes y las copas de champaña, a los sombreros finos y vestidos de telas delicadas, pero bien que sé, que aunque pobre y miserable, yo podría darte una familia feliz, asentada en una humilde cabaña a un costado del bosque, No podré comprarte las estrellas pero puedo acompañarte a contemplarlas, y eso vale mucho, pues la compañía del ser amado en actos tan bellos e insignificantes como ello, vale más que cualquier tesoro. Bien dicen algunos sabios que hay almas gemelas que están destinadas a encontrarse pero no a permanecer juntas por siempre, creo que esa es nuestra historia, justo hoy, el día de tu boda te he encontrado, amor mío, ¿y si cambiamos nuestra historia? Sé muy bien que es una locura abandonar a tu esposo el día en que te casas por huir con un hombre al que acabas de conocer, pero también sé, que no habría en el mundo locura y fatalidad más grande que encontrar al amor de tu vida y dejarlo ir.

La mujer estiró su mano adornada con un guante de encaje hacia el carruajero, vacilante, ese hombre era el amor de su vida, lo sabía, sin embargo dudaba de su decisión, había creído que tenía todo lo que deseaba hasta que lo conoció, y supo que no sería feliz si no pasaba el resto de su vida junto a él. Huir con el amor de su vida implicaba abandonar a su ahora ex futuro esposo, a su familia, sus lujos, sus planes y sus sueños, en fin: todo lo que amaba, pero en ese momento no amaba a nadie más que a él.

Su decisión fue interrumpida por los soldados que doblaron por la calle a toda velocidad.

-¡Ese ladrón ha osado en robar a mi esposa!-oyó gritar a su prometido. -¡Tras él!- aquel grito de guerra detonó su decisión.

Tomó la mano que le extendía su amado y subió al caballo, abrazada de su espalda cabalgaban ferozmente para evitar que los apresaran, sabía con certeza que si los alcanzaban él sería fusilado públicamente, y que a ella la encarcelarían si es que no lograba que la perdonaran. Toda su vida la había vivido pacíficamente, sin aventuras y turbias decisiones, tal vez estaba cometiendo un error, pero sabía que aquel error sería el mejor de su vida.

Delirios de una patética soñadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora