18: Egoísta

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Malya

Veo como Merche se comporta como la alegre chica de mi época de adolescencia. Tiene su carácter, pero el vacío de sus ojos ya no está, esa oscuridad que la rodeaba ya no se encuentra alrededor de ella. Es como si hubiera borrado, todo el mal que sentía y retrocedió a dónde se sentía plena y feliz. El doctor le dice que tiene amnesia y mi hermana frunce el ceño. Ahora vamos a saber qué tan mal estamos.

―¿Amnesia? Habla de, ¿mi memoria? ―expresa confundida.

―Sí, exactamente, casi ocho años, tienes veintiséis, no diecinueve. ―El médico levanta una espejo―. ¿No te parece que estás cambiada?

―Mm, no sé, puede ser ―exclama confundida―. ¿Qué me pasó? ―Se centra en el hombre de bata blanca e intenta ignorarnos, nerviosa, incluso le devuelve el objeto que le fue entregado.

―No puedo decirte mucho, porque esto lo voy a indagar con un especialista. ―Le sonríe―. Pero tú no te preocupes, lo vamos a arreglar, ¿sí? ―Ella asiente ante su pregunta y él se acerca hasta la puerta―. Ahora regreso y no seas mala con tu pareja, estaba muy preocupado.

―¿Mi pareja? ―Levanta una ceja y el doctor señala a Eiden, para luego irse a buscar al psicoanalista. Mi cuñado sigue sentado en la pequeña silla de al lado de la cama, mirándola con tristeza―. No sé ni qué decir. ―Lo observa a él.

―Bueno, yo debería... ―Señalo la puerta para irme.

―¡No, Malya, no me dejes y...! ―grita y se queda congelada―. ¿Por qué tienes un bebé?

No me había percatado, pero Danaya ha dejado de llorar. No era hambre, ni hacer sus necesidades, era escuchar a su mamá. Ahora todo tiene más sentido, esas conexiones existen.

―Eh, pues... ―exclamo nerviosa.

―¡Qué hice mal, ya me hiciste tía y no me enteré! Mamá debe estar en el cielo, decepcionándose de mí ―pronuncia con frustración y se tapa la cara.

―No es de Malya ―intercede Eiden―. Es... nuestra.

Ella baja sus manos, voltea a verlo nerviosa y se sonroja, cuando oye aquello.

―Eh, mm, eso es tan confuso.

Hermes aparece detrás de mí y me ruborizo, pero él se dedica a hablarle a su hermano.

―Eiden, tenemos un problema ―exclama en seco.

―¿Qué sucede? ―Él se levanta.

―La policía.

―¿Qué pasó? ―le pregunto a mi marido, preocupada.

―Nada, está todo controlado, pero parece que T no se quedó callado. ―Se retira y Eiden lo sigue.

Me siento al lado de Merche y ella me observa de manera pícara.

―¿Quién es? Te vi, eres una pillina. ―Mueve las cejas.

―¿Qué? ―Me alarmo―. ¿Qué dices?

Se pone a pensar.

―Si han pasado casi ocho años, ¿tienes 23?

―¿Eh? Sí ―digo avergonzada, hablar con mi hermana de esta manera es tan extraño actualmente.

Se ríe.

―De todas formas sigues siendo una pícara.

―¡¿Qué te pasa?! ¡Me estás provocando, mala! ―me quejo y ella sigue riendo. Siento que no debería hacerlo, pero sonrío―. Me alegra verte tan animada y no depresiva al saber que tienes amnesia. ―Es tan familiar esto. Me hace recordar los viejos tiempos, aunque también me hace sentir egoísta.

Ambas estábamos enfrentadas y ahora eso no existe.

―¿Lo olvidas? Yo soy la optimista. ―Agarra mi mano―. No te preocupes por mí. ¡Estoy muy bien! Sea lo que sea que haya pasado, lo arreglaré. ―Me regala una hermosa sonrisa, como en el pasado.

―Sí. ―Me sonrojo, estando tímida―. Eh, ¿quieres sostenerla? ―le pregunto, aunque no sé cómo pueda reaccionar.

―Así que, ¿mi hija? Eso es tan extraño. ―Alza las manos y la acepta. La mira, detenidamente, mientras la sostiene, pero luego sonríe―. Es bonita. ―Le toca la manita―. Y pensar que tú eras la que quería formar familia.

―Sí ―digo en tono bajo.

Me mira alegre.

―Mira, eres tía. ―Vuelve a pensar―. Pero, ¿cómo se llama?

―¿Eh? Danaya, le has puesto Danaya ―repito.

―Vaya. ―Mira a su bebé―. Hola, Danaya, qué nombre raro te puso la actual Merche. ―Se ríe.

―Significa esperanza ―le aclaro.

Se lo piensa.

―Parece importante el significado.

―Lo es.

―Malya, nos vamos. ―Oigo a Hermes volver por la puerta y avisarme.

Me giro y me levanto.

―¿Eh? Ah, sí.

―¿Te vas? ―pregunta mi hermana, nerviosa.

―Ahora viene Eiden ―le aclaro.

―Pero no lo conozco.

―Eh, pues... ―No sé qué decir.

―No sé preocupen, ya estoy aquí. ―Escucho detrás de mi marido y frunzo el ceño al oír la voz.

―¡¡William!! ―grita Merche, feliz.

―Ya estoy enterado de la situación, no hay problema, yo me quedo ―aclara S y yo me pongo de los nervios.

No quiero que se quede con ella en ese estado.

―No, yo me quedo ―cambio de opinión.

―Nosotros nos vamos ―repite Hermes, determinado.

―Pe... pero... ―Miro a Merche, preocupada, y ella me observa, confundida.

Pero luego me sonríe.

―Estoy bien, ve. ―Mueve las cejas―. Picarona.

Bufo y me retiro, siguiendo a mi marido.

―Pudimos habernos quedado un poco más.

―¿Desde cuándo pasas tiempo con tu hermana? Además, está su amigo, ¿de qué te quejas?

―Na... nada. ―Bajo la vista, nerviosa.

―No podemos quedarnos porque la policía abrió una investigación sobre R, resulta que hubo una denuncia anónima sobre su misteriosa desaparición. ―Obviamente, es T quién hizo aquello―. Pero gracias a que tu hermana se encuentra en ese estado, el doctor dijo que está fuera de discusión interrogarla. Golpe de suerte.

―Me siento egoísta, pero ciertamente es verdad. Lo siento por Eiden, pero no deseo que Merche recuerde. 

Perversa Oscuridad: Enfrentadas [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora