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Baz no pudo dormir aquella noche. No paraba de pensar en Simon, y lo único que quería hacer en aquel momento, era huir del país para no tener que verle la cara el lunes. Incluso si Simon no lo odiaba después de esto, quizá las cosas se volverían incómodas entre ellos.

Baz escondió la cara en la almohada, pero cuando sintió los pasos de su hermana moviéndose en el cuarto vecino, supo que ya era de mañana, y que intentar dormir sería una pérdida de tiempo. Escuchó como su hermana abría la puerta de su habitación, y sintió sus pasos apresurados, bajando las escaleras de la casa. Creyó oír que se abría la puerta principal en el piso de abajo.

Baz la ignoró y se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama, y con duda, agarró su celular. Prendió la pantalla para ver que no tenía ninguna notificación.

Baz no sabía si estar aliviado o no. Consideró por un momento llamar a Simon, pero descartó esa opción al instante. En lugar de eso, dejó su celular sobre el escritorio, y se acercó a la ventana de su habitación. Abrió las cortinas y abrió un poco la ventana, dejando entrar el aire frío. El cielo afuera estaba gris, y parecía que iba a llover.

Baz puso su codo sobre el marco de la ventana, y apoyó su cara sobre su mano. Cerró los ojos por un momento, y el cansancio comenzó a llegar. Estaba a punto de quedarse dormido parado, en ese mismo lugar, cuando el sonido de la puerta de su habitación lo sobresaltó.

Dos toques, no muy fuertes. Baz rodó los ojos.

—¿Qué pasa, Mordelia? —preguntó, sin moverse de su puesto en la ventana.

No obtuvo respuesta.

—¿Mor? —insistió Baz, y cuando nadie le contestó, se dirigió hacia la puerta. Giró la perilla con fastidio, y la abrió unos centímetros.

Quien lo esperaba en el pasillo no era su hermana. Era Simon.

Baz se quedó congelado, y se maldijo a sí mismo, porque de seguro debía verse horrible. Llevaba la ropa arrugada del día anterior, y su cabello, el cual le llegaba ya hasta los hombros, debía ser la imitación perfecta de un nido de pájaros. Eso sin mencionar que debía tener ojeras, y que sus mismos ojos debían están medios rojos por haber llorado el día anterior, y por no haber dormido absolutamente nada.

—Simon —fue lo único que pudo decir Baz con sorpresa. No sabía cómo se estaba sintiendo en aquel momento. ¿Confundido? ¿Nervioso? ¿Aterrado? Quizá todo al mismo tiempo.

—Hola —dijo Simon, con lo que parecía una sonrisa de disculpa. Tenía ambas manos puestas en los bolsillos de su suéter—. Yo eh... quería hablar contigo.

Baz parpadeó, sin procesar las palabras de su mejor amigo.

—¿Baz? —insistió Simon. Pasó una mano frente a su cara, devolviéndolo a la realidad—. ¿Tuviste una mala noche?

Baz reaccionó y frunciendo el ceño exageradamente, trató de cubrir la verdad.

—¡No, no! Para nada. —intentó decir, pero cuando subió la mirada, supo que Simon no le creía ni una sola palabra.

—Baz. Tengo que hablar contigo —insistió Simon, quien parecía preocupado—. Yo...

—Sólo dame un minuto —lo interrumpió Baz—. Por favor.

Simon asintió.

—Claro.

Baz cerró la puerta de su habitación, y comenzó a caminar de un lado al otro, sin saber qué hacer. ¿Cómo es que Simon había entrado en su casa, si no había oído el timbre de la puerta?

Mordelia, pensó. Baz se dio cuenta de que seguramente su hermana pequeña lo había llamado a la casa, y le había abierto la puerta.

El chico rodó los ojos y volvió a preocuparse por su situación actual. Baz cerró la cortina y se dirigió al armario. Se puso ropa limpia y entró al baño que tenía en su cuarto. Cuando se miró al espejo, hizo una mueca: se veía fatal. Su pelo estaba completamente despeinado, y tenía razón con respecto a sus ojos.

Lo Que No Planeaba Decirte - SnowbazWo Geschichten leben. Entdecke jetzt