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—¿Cómo está tu espalda? —preguntó Adam sin mirarla mientras limpiaba con un trapo un contenedor de metal.

La castaña se encontraba sentada escribiendo en el mismo viejo escritorio sin apartar la vista de su cuaderno. Si antes ella hablaba muy poco, ahora era mucho más callada. Adam no sabía si molestarse por ello ya que a veces no le respondía, o alegrarse puesto que no tenía que escucharla cuando él no se encontraba de humor.

—Responde —habló con dureza y volteándola a ver con enojo.

Reachell siguió escribiendo hasta que segundos después azotó el lápiz contra la mesa con ímpetu, y sin levantar la mirada habló con su voz habitual.

—¿En serio te importa? ¿O sólo quieres fastidiarme?

Adam miró directamente a sus ojos verdes. Eran como dos jardines circulares en perfecto estado; con el césped verde y la primavera en ellos. Pero a pesar de tener unos ojos hermosos, lo que transmitían no era paz y alegría como la estación mencionada, simplemente estaban vacíos. Sin vida, ni amor... No había aquel "brillo" que todas las personas "normales" tenían.

Estuvo a punto de preguntarle sobre sus cicatrices y si ya la habían golpeado de esa manera antes. Pero eso no era algo que le importara, ¿cierto? No era su problema la vida de Reachell.

—No, no me importa. Es sólo por fastidiarte, a decir verdad.

Reachell no dijo nada ya que lo único que quería era terminar el relato, así que se dispuso a seguir escribiendo e ignorar lo que Adam le decía.

Habían pasado semanas desde su "secuestro voluntario", la navidad se acercaba y realmente deseaba que no la encontraran hasta entonces.

Lo que era la fecha más feliz por aquellos regalos que se darían y recibirían, o por las reuniones familiares donde hablaban del tiempo transcurrido sin verse; la nieve cayendo pintándolo todo de blanco, las luces de colores... Nada de eso era navidad para Reachell, era sólo un viaje que hacía una vez al año al infierno.

Cada navidad, su familia se reunía con los amigos de sus padres. Y ellos no eran exactamente unas personas amables y gentiles, ellos no ofrecían un "café" para quitar el frío, ellos sólo se limitaban a dar una opinión que no se pedía sobre la manera de vestir y lo estúpido que se podría llegar a ser por no haber traído ropa más abrigada.

La familia Camilleri, quienes eran de nacionalidad italiana, tenían dos hijas que eran lo puesto a Reachell: Venus y Luna.

Lo peor de ellas no eran sus nombres y que la ironía fuese que eran gemelas, sino su pésima e infantil actitud. Lloraban por cualquier estupidez – y eso que Reachell era menor que ellas por tres años-, todo el tiempo la molestaban cuando estaban a solas las tres y generalmente les encantaba llamar la atención.

Reachell podría defenderse, sí, pero siempre que tenían la oportunidad Venus y Luna la invitaban a "salir", y aunque ella deseaba negarse, no podía. Una vez lo hizo y al llegar a casa sus padres no le dieron un regaño, sino algo más.

Recordó la vez que se hartó y golpeó a las dos, como era de esperarse ella no tuvo ningún rasguño pero éstas corrieron llorando a quejarse por lo que Reachell había hecho. Ese día los cuatro padres y las hijas estaban sobre ella gritándole. Ella sólo se limitó a escuchar. No tenía caso que desgastara saliva y voz diciendo lo que pasó si de todas maneras no iban a creerle, porque como Adam le dijo una vez, ella era una hoja seca en medio de un verde jardín. Una mancha en la familia.


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Adam [¡DISPONIBLE EN FÍSICO!]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant