veintisiete.

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Mi frío ante tus miradas furtivas siempre fue inexistente para tí.

Agitabas la cabeza y decías que no,
que aquel frío era única y exclusivamente la falta de tu calor.

Siempre te lo negué.
Me cruzaba de brazos y,
como a una niña a la que niegan comprarla una piruleta,
te decía que tu calor no me hacía falta, que necesitaba el mío propio.

Tú te oponías con armadura y espada hasta que me dabas tu abrigo, me abrazas con fuerza y musitabas en mi oído "¿ves?, ahora mil veces mejor".

Tenías razón, siempre necesité tu calor.
Siempre necesité tus abrazos metafóricos,
tus besos de verso,
tus ojos de infarto,
tu sonrisa de villano,
tu hoyuelo de ángel.

Necesité tu bote salvavidas en todos los vasos de agua en los que me ahogaba.
Necesité que sacases la bandera blanca en todas mis guerras civiles.

Pero yo también estaba en lo cierto.
También necesitaba mis abrazos,
mis propias metáforas,
todos mis versos.

Me necesitaba a mí, porque ahora que ya no estás no nos tengo a ninguno de los dos.

Tormentas y demás pensamientos de madrugada. Where stories live. Discover now