Capítulo XIV

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    <><><Flashback><><>

-Han sido los días más maravillosos de mi vida, Palomino.

Cristina platicaba alegremente con el caballo. Después de haber pasado la mañana entera y gran parte de la tarde en el campo, ella misma se había encargado de regresarlo al establo. No tenía ánimos de lidiar con Esteban. Los recuerdos de los días pasados a lado de Dionisio seguían vivos en su mente.

-Me dijo que me ama.- le confesó al animal con una sonrisa radiante plasmada en su rostro.- Seguramente no volverá a repetirlo, pero si lo dijo debe ser porque realmente lo siente.- continuó- Yo lo quiero mucho. Al principio, cuando lo conocí me molestaba un poco lo seguro que se mostraba ante mí. Él estaba convencido que yo caería rendida a sus pies.- Cristina tomó una pausa, acariciando al caballo y riendo levemente.- Y no se equivocó.- confesó.- Es guapo, elegante, caballeroso y su voz, su aroma, todo en él me atrae. Es el hombre ideal.

-Ese hombre del que hablas...

La había estado escuchando. Sigilosamente se había acercado hasta quedar tras ella y Cristina no se había dado cuenta hasta escuchar su voz y sentirlo rodearla con sus brazos.

-¿Tiene nombre?- preguntó Dionisio en un susurro contra el oído de ella.

-Dionisio.- respondió ella sonriendo y dejándose envolver por sus brazos.- ¿Qué haces aquí?- preguntó Cristina, girando para mirarlo de frente.

-Te extrañé.- dijo Dionisio, encaminándose con ella hacia un rincón del lugar.- Ya sé que me pediste que no viniera más, pero necesito estar contigo.

-Ahora no.- protestó ella pero sin ofrecer resistencia cuando él la recostó sobre la paja.- Alguien puede vernos.

-Eso resulta mucho más excitante.- respondió él, deshaciéndose del saco y su sonrisa perversa hipnotizándola por completo.

-Te quiero.- confesó Cristina al fin, sonriendo ante la clara invitación con urgencia y lo besó.

Dionisio correspondió al beso, situando su cuerpo entre las piernas de Cristina, ambos aun vestidos. Ella sentía el endurecido miembro presionando entre sus piernas. Una sensación sumamente placentera y aumentando su deseo de más. Cristina gimió, entreabriendo sus labios para él. Dionisio introdujo su lengua en la boca de ella, sus manos tocando el cuerpo femenino a su antojo. Estrujando sus senos mientras se restregaba contra ella con un lento y sensual movimiento de caderas. Ambos estaban muy agitados, sus ropas comenzaban a estorbarles, Cristina llevó sus manos al cinturón de Dionisio y se deshizo de él. Los besos que recibía sobre su cuello por parte de él, la enloquecían, disfrutaba de sus susurros, su barba propinándole leves caricias sobre su piel. Lo liberó al deshacer su bragueta. Dionisio se retiró un poco, arrodillado ante ella la invitó a hacer lo mismo. La beso, tomando su boca bruscamente mientras con sus manos tiraba de los pantalones de Cristina hacia abajo. La giró entre sus brazos, pegando la espalda delicada y suave contra su pecho firme y ancho. Ella sentía el abultamiento de Dionisio presionando contra su espalda baja. La inclinó hacia adelante, obligándola a plasmar ambas manos sobre la paja. Dionisio le apartó las piernas lo más que pudo y arrodillado detrás de ella, la embistió. Ambos gimieron, Cristina retorciéndose de placer ante la invasión. Él se inclinó hacia adelante, amoldando su cuerpo al de Cristina, y le cubrió la boca con una mano antes de comenzar a moverse dentro y fuera de ella. Sus respiraciones agitadas, gemidos ahogados y sus cuerpos estrellándose al entrar en contacto eran los únicos sonidos que invadían el lugar. Cristina no podía más, Dionisio arremetió contra ella al sentirla vibrar bajo sus caricias, su posesión. Sus músculos internos se cerraron entorno a él, estrujándolo mientras su cuerpo entero convulsionaba al llegar a la cima del placer. Segundos después, Dionisio se desplomó sobre ella. Enterrado profundamente en su interior, disfrutaba de su exquisita liberación.

<><><Fin de Flashback><><>


-Te amo, mi amor. Te amo tanto.- dijo Dionisio entre besos y abrazando a Cristina, extremadamente feliz por la noticia de que pronto sería padre.

-Y yo te amo a ti.- respondió ella, refugiada entre esos brazos que la hacían sentir segura como nunca antes.

-Tenemos que celebrar.- dijo él de pronto.- Un brindis.

-Mi amor, yo no puedo beber.

-Nada de alcohol.- aseguró Dionisio, tomando a Cristina de la mano y dirigiéndose con ella hacia la cocina entusiasmado.- Un jugo de naranja para mi pequeño.- dijo él, posando su mano sobre el vientre de Cristina.- Y para el amor de mi vida.- finalizo, dándole un tierno beso en los labios a Cristina.

-Tú tampoco deberías beber, recuerda que aún estas tomando medicamentos.

-La ocasión lo amerita. No siempre se recibe semejante noticia.- explico él, sonriendo más que nunca.

-Dionisio soy muy feliz.- dijo Cristina, ya sentada en el comedor con su jugo frente a ella.

-Yo también.- respondió él, posando su mano sobre la de Cristina encima de la mesa.- Tú y nuestro hijo, son lo mejor que me ha pasado en la vida. Ya no hay dudas, Cristina. Quiero que estemos juntos siempre.

-Yo también lo quiero.- aseguró ella.- Fui a hablar con el licenciado Becerra.- explico, pausando para beber un poco de jugo.- Me aseguró que hará todo lo posible por acelerar el trámite de divorcio.

-Ojalá y así sea. Ese cobarde sigue sin aparecer pero estoy seguro que cuando lo haga no se quedará con los brazos cruzados.

-Dionisio, tienes que denunciarlo.- sugirió ella.- Tú viste que fue él quien te disparó y no el Rubio.

-De nada serviría mi declaración, Cristina. A estas alturas, seguramente ese infeliz ya tiene testigos comprados.

-Ay, mi amor.- exclamó ella preocupada.- ¿Qué vamos a hacer? Yo no quiero seguir atada a ese hombre. Temo que vaya a intentar hacerte daño nuevamente, y no lo quiero cerca de mi hija.

-¿Ha intentado hacerle daño a Acacia?- preguntó Dionisio, un poco alarmado por la manera en que Cristina mencionó lo último.

-No se lo he dicho nadie.- comenzó ella después de debatirse entre hablar o no.- Pero el día que Esteban te disparó descubrí algo terrible. Me indigna el solo hecho de recordarlo.

-¿Qué cosa?- preguntó él expectante, intrigado por saber más.- Habla, mi amor. Confía en mí.

-Ese día, mientras iba de regreso a la hacienda escuché las voces de Esteban y el Rubio entre los arbustos.- le contó ella.- Estaban platicando, me acerqué sin que me vieran pero yo no logré contenerme al saber que hablaban de mi hija. Esteban desea a Acacia como mujer, Dionisio.- confesó ella, observando la reacción de indignación por parte de él.- Yo no lo entendía antes pero ahora todo tiene sentido.

-Por eso su coraje hacia Ulises.- dijo Dionisio.- Por celos.

-Ves por qué no estaremos tranquilos hasta no saber nada de él. Todos corremos peligro. Ese día fue tanto mi enojo que lo enfrenté ahí mismo.

-Ese infeliz es un enfermo. No es posible que piense así de tu hija después que la miró crecer.

-Se atrevió a negar todo lo que había dicho.- recordó Cristina.- Pero le dejé claro que no quería volver a verlo nunca más en mi vida. No lo quiero cerca de Acacia.

-Conociendo sus mañas, no accederá a tu petición.- dijo Dionisio, poniéndose de pie y tomando la mano de Cristina, invitándola a hacer lo mismo.- Pero ya no quiero que te preocupes por nada y mucho menos por ese tipo que no vale la pena, mi amor.- continuó él, llegando a la sala y tomando asiento en el sofá con Cristina a su lado.- Cuando el momento llegue, yo me encargaré de él.- le aseguró.- Ahora hablemos de nosotros y de ese hermoso bebé.- dijo sonriendo y posando su mano sobre el vientre de Cristina, su Cristina.

-He decidido llamarlo lobito hasta no saber si es niño o niña.- comentó ella sonriente, su mano sobre la de Dionisio.

-¿Lobito?- preguntó él soltando una sonora carcajada.

-No sé de qué te ríes, si bien nos va, esta criaturita será tu viva imagen.

-Eso puede ser problemático.- dijo él sonriendo, acercando su rostro al de ella.- Terminaré encelándome de mi propio hijo.

-Yo me encargaré de que eso no suceda.- respondió ella, correspondiendo a su sonrisa y con su mano acariciándole el rostro a él, sus labios a escasos centímetros de rosarse.- Pero, ¿Qué pasa si en vez de lobito termina siendo lobita?

-En ese caso, serás tú la celosa.- dijo él, inclinando su rostro y besando levemente el cuello de Cristina.- Dejándome a mí, la increíblemente difícil labor de demostrarte cada noche que a ninguna mujer amo y deseo como a ti.

Compartieron tiernos besos y caricias hasta terminar recostados en el sofá, abandonados en un profundo sueño, ella entre los brazos de Dionisio.

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-¿De qué quiere hablar conmigo, comandante? Yo no he hecho nada malo.- dijo el joven a la defensiva.

-Memo, ¿No es así?- preguntó el comandante, asegurándose el muchacho fuera el que buscaba.

-Así es.- respondió altanero, observando al agente tomar asiento frente a él en aquel restaurante de El Soto.

-Si has hecho o no algo malo no es la razón por la que estoy aquí.- aclaró.- Dime cuando fue la última vez que viste a tu primo Braulio Jiménez.

-¿Por qué quiere saber?- preguntó el joven alarmado.

-Tu primo, fue encontrado muerto a las afueras del rancho La Benavente hace un par de días.

La noticia le cayó como un balde de agua fría. Siempre había mantenido una estrecha relación con su ahora difunto primo. Se habían confiado sus secretos y se habían aconsejado cuando lo creían necesario. El comandante le había explicado que aunque todo parecía haber sido un accidente no descartaba la posibilidad de que el Rubio, su primo, había sido asesinado. Vengaría su muerte. Ninguna sentencia sería suficiente para apaciguar el vacío que ese joven ahora sentía en su interior. Tenía que encontrar al responsable antes que el comandante diera con él.

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-La construcción del centro comercial va muy bien.- le informaba Ulises a Dionisio.- Y ni hablar del hotel. Los trabajadores han avanzado mucho en poco tiempo.

Se encontraban en el despacho de Dionisio. Ulises y Acacia los habían visitado inesperadamente cerca de mediodía. Dionisio quiso darles privacidad a Cristina y su hija para que platicaran, es por eso que había invitado al muchacho a su despacho y aprovechar en ponerse al tanto de cómo marchaban las cosas con el proyecto.

-La última vez que hablé con Isadora, me informó que ya todos los locales estaban vendidos.- dijo Dionisio.

-Así es. De hecho ayer pasó por la oficina a hacer su último cobro. Ya no estará trabajando con nosotros.

-Eso es lo mejor que pudo pasar.- dijo Dionisio complacido.- Ojala termine de irse de una vez por todas.

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-Me siento muy mal pidiéndote esto mamá pero creo que lo mejor, será que regreses a la hacienda.

-¿Por qué dices eso hija?

-Los trabajadores sospechan de lo tuyo con Dionisio y peor aún, algunos creen que Dionisio tuvo que ver en la muerte del Rubio.

-¿Qué?- exclamó Cristina incrédula.- Eso es absurdo.

-Sí lo sé. Pero el comandante ha andado haciendo preguntas, interrogando a todos en el rancho. El otro día pidió hablar con Esteban pero obviamente le dije que no estaba.

-Yo ya intenté convencer a Dionisio de denunciar a Esteban pero se empeña en querer arreglar las cosas a su manera.

-Lo mejor será que hablen cuanto antes con el comandante. Sabes cómo es Esteban, mamá. No tiene límites.

-Sí lo sé hija.- dijo ella angustiada.- Me preocupa tanto tú seguridad y la de Dionisio.

-Yo estoy bien mamá.- la tranquilizó.- Ulises poco tiempo se despega de mi.- aseguró sonriendo.- Quieres mucho a Dionisio, ¿verdad?

-Más de lo que imaginas, hija.- confesó Cristina sonriendo.

Notó distinta a su madre. No sabía por qué pero a pesar de los momentos difíciles que estaban viviendo, la veía feliz. Con un brillo único en su mirada, su sonrisa radiante de alegría. Acacia estaba segura que todo eso no podía deberse a nada más que a Dionisio. No insistiría más en que su madre regresara a la hacienda. Ya encontrarían una solución para todo.

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-¿Le contaste?- preguntó él intrigado.

Después de la cena los muchachos se habían retirado. Su visita les había caído bien tanto a Cristina como a Dionisio. Nadie más sabía de su relación abiertamente, que lo sospecharan era otra cosa, pero a ellos les hacía bien confiar en esos jóvenes que sin duda eran personas muy importantes en sus vidas.

-No, mi amor.- contestó ella.- Quedamos en callar lo del bebé hasta después que el divorcio quede finalizado.

-Pero Cristina.- protestó él.- Es tú hija.

-Prometo hablar con ella pronto, ahora hay algo más que me preocupa.

-¿Qué cosa?- preguntó él, envolviéndola con sus brazos.

-Los trabajadores de La Benavente creen que tú tuviste que ver con la muerte del Rubio.

-¿Yo por qué?

-Porque sospechan de lo nuestro y creen que el Rubio lo sabía. Ahora ves por qué insisto tanto en que hables con el comandante Juárez.- dijo Cristina, recostando su rostro sobre el pecho de Dionisio.- Quiero que todo esto termine, Dionisio. Para poder vivir tranquilamente tú, yo y nuestro hijo.

-Así será, mi amor.- dijo él, depositando un tierno beso en la cabeza de ella.- Te prometo que así será.

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Isadora tuvo que prácticamente forzar su entrada a la oficina de Danilo. Perla se negaba a dejarla pasar, rabiando de celos a pesar de que Isadora aseguraba no haber ido más que a dar su asociación con Danilo por terminada.

-Ya no cuentes conmigo, querido.- declaró ella ya una vez dentro de la oficina y frente aquel hombre.- Hasta aquí llegó nuestra alianza.

-Ay mi reina, no sabes con quien te metiste.- dijo Perla arrinconada en una esquina.

-A ti nadie te está hablando, querida.

-Ya cállense las dos.- espetó Danilo, evitando que las mujeres se armaran de insultos.- Te equivocas si crees que de este negocio te puedes retirar cuando quieras.

-Tú aseguraste que habría ganancias y hasta ahora no ha habido nada, papacito.

-Si te vas, te mato.- amenazó él.- Te busco, te encuentro y te mato.

-Danilo no amenaza en vano, querida.- agregó Perla, divertida al ver la expresión de Isidora.- Yo que tú, pensaba muy bien lo que haría.

-Por eso.- dijo Danilo, invitando a Perla a sentarse en su regazo.- Eres mi reina.- llenando a la mujer de halagos.- Tú sí sabes lo que te conviene.

-Váyanse al demonio los dos. Hasta nunca.- se despidió Isadora antes de marcharse, decidida a no hacer caso a las amenazas de Danilo.

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Era de madrugada, no había logrado conciliar sueño. Cristina dormía plácidamente a su lado en la enorme cama. Había algo en su mente que lo preocupaba. Algo que creía haber olvidado hasta recibir la gran noticia de que pronto se convertiría en padre. Salió de la cama, cuidadoso en no perturbar el sueño de ella y se encamino hacia su despacho. Tomó el portafolio, oculto en uno de los cajones de su escritorio, e insertó la clave. Se dejó caer en la silla, con aquella carta entre sus manos. El papel ya arrugado, consecuencia de las innumerable veces que había leído su contenido a través de los años. Siempre le afectaba de la misma manera. Con su mirada perdida y respiración agitada, maldecía el hecho que le hubieran ocultado algo tan importante. Quería remediar su error, pero con cada año que pasaba perdía la esperanza de poder llegar a hacerlo. No se daría por vencido. Él siempre obtenía lo que se proponía y en esta ocasión no tendría por qué ser diferente.

-Te encontraré.- dijo en un susurro, inconscientemente arrugando el papel en su mano.- Te juro que te encontraré.

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-Isadora, ¿Qué haces aquí a esta hora?

-Necesito tu ayuda, Memo.- respondió ella un tanto alterada, preocupada por el lio en el que se había metido.

-¿Mi ayuda?- preguntó el joven extrañado.- ¿Cómo para qué?

-Ya le dije a Danilo que no seguiré en el negocio y me amenazó de muerte.

-¡Pero estas loca! Te dije que no lo hicieras.- espetó él.

-¡Pues lo siento mucho! Pero yo no iba a seguir en algo que lo único que me hace es perder el tiempo.

-No sabes en el lio que te has metido, Isadora. No debiste venir.- dijo él.- Si Danilo se entera que estas aquí, a mí también me irá muy mal.

-No le digas que estoy aquí, Memo por favor. Escápate conmigo.- invitó ella.- Acepta y mañana mismo nos vamos de este pueblo a donde tú quieras.

-No entiendo por qué lo haces.- respondió él suspicaz.- ¿Por qué de repente quieres que me vaya contigo?

-Memo, me gusta tú compañía. ¿No es esa razón suficiente?

-No sé, Isadora. Quisiera poder confiar en tu palabra pero no es algo que se me dé fácil.

-Memo, de verdad quiero que nos vayamos juntos.- explicó ella.- De no haber sido así yo jamás habría venido, a estas horas, a buscarte.

-Está bien. Creeré en ti.- dijo el muchacho.- Pero que te quede claro que si decides jugarme chueco yo no soy como Danilo, Isadora. Yo ataco al instante.

-No hacen falta tus amenazas, hermoso.

-Me iré contigo entonces.- aseguró él.- Pero antes, vengaré la muerte de mi primo.

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Le encantaba meterse bajo las sabanas y encontrarse con el cuerpo de Cristina a su lado. Ya estaba mucho más tranquilo. Acerco su cuerpo al de ella, posando su mano sobre el vientre aun plano de Cristina. Su hijo. Su pequeño bebé crecía ahí dentro. Amaba a Cristina y su hijito era el fruto de ello. Eso lo hacía inmensamente feliz. Cristina se removió bajo su tacto, quedando boca arriba y abriendo los ojos lentamente. La luz de la luna, filtrándose por la ventana era suficiente para lograr verse a los ojos.

-No quería despertarte.- dijo él en un susurro, recargado en un codo y mirando hacia abajo a Cristina.

-No lo hiciste.- respondió ella sonriendo, mientras extendía su mano para acariciar la barba de Dionisio.- Tengo antojo.

-¿Antojo?- pregunto él frunciendo el ceño al verla sonreír.- ¿De qué?- agregó sonriendo al sentir la mano de Cristina descender sobre su pecho y más abajo.

-¿Siempre duermes desnudo?- preguntó ella juguetona.

-Soy muy caluroso.- respondió mientras colocaba a Cristina en el centro de la cama y se posicionaba sobre ella.- Y cuando me tocas y me ves así, me enciendes, mi amor.

Dionisio tomó las manos de Cristina entre las suyas, apresándolas sobre su cabeza mientras comenzaba a besarle y mordisquearle el cuello. Ella rio por la sensación de cosquilleo que le provocaba la barba de él. Dionisio deslizó una mano sobre la pierna de Cristina. Estrujándola para después ascender, alzando el camisón a su paso y sorprendiéndose al notar la falta de bragas.

-Lo planeaste.- la acusó él entre besos.

-Te dije que tenía antojo.- respondió ella sonriendo.

Dionisio giro hábilmente sobre la cama llevando a Cristina con él. Ella posó sus manos sobre el pecho masculino, montada a horcajadas sobre las caderas de él. Cristina sentía el abultamiento endurecer bajo ella mientras se inclinaba hacia abajo para besar a Dionisio. Un beso suave y sensual sobre los labios de él. Dionisio mantenía sus manos sobre las piernas de Cristina, acariciándolas, dejándola a ella marcar el ritmo de esa entrega. Cristina ajustó su posición y tomó la rígida longitud de él en su mano, asistiéndolo para adentrarse en ella. Dionisio la despojó del camisón, ansiando poder tocarla mientras Cristina comenzaba a mover sus caderas de arriba abajo pausadamente. La tocaba, su piel suave estremeciéndose bajo su tacto. La observaba disfrutar, recostado completamente sobre su espalda solo se dedicaba a acariciarla hasta notar que estaba cerca. Cristina se recostó sobre el pecho de Dionisio, jadeando, exhausta y él giró con ella en brazos sin salir de su interior. Recostado sobre ella, con movimientos lentos y suaves, Dionisio la llevó a la cima del placer, segundos después obteniendo él mismo su propia liberación y ambos quedando totalmente saciados tras una gran entrega al amor. Su amor.

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-Buenos días, Acacia.- saludó el comandante, bajándose de su camioneta al ver llegar a la joven montada sobre su caballo.

-¿Alguna novedad, comandante?- preguntó ella, siendo asistida por Ulises para bajar del caballo.

-Nada aun.- contestó el agente.- Ulises.- dijo él, estrechando la mano del muchacho a modo de saludo.

-Qué tal, comandante.- respondió él amablemente.- ¿En qué podemos ayudarlo?

-Me gustaría mucho hablar con el señor Domínguez. ¿Ha vuelto?

-Aun no.- contestó Acacia despreocupada.- Y será mejor que ni lo haga, mi mamá no lo quiere aquí.

-Acacia.- la regañó Ulises ante su indiscreción.

-¿Y tú mamá está disponible?- preguntó el comandante.

-La señora Cristina se encuentra en San Jacinto visitando a sus padres.- se adelantó en contestar Ulises.

-Así es.- agregó Acacia.- Me apena mucho tener que disculparme, comandante pero Ulises y yo tenemos que irnos.

-Por supuesto, adelante.- dijo el comandante.- ¿Les importaría si rastreo los terrenos mientras estén fuera?

-Claro que no, comandante.- respondió Acacia.- Se queda en su casa.

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No lo podía creer. Danilo se paralizó al verla. Era ella. Sin duda era ella. Su Turquesa. Parecía entretenida leyendo un documento que sostenía en sus manos. Él no dudó ni un instante y con ayuda de su bastón se acercó rápidamente a ella. Esta vez no se le escaparía.

-Turquesa.- llamó él.

Su voz la aterró. Alejandra alzó la mirada temerosa por lo que encontraría ante ella. Ese hombre que le había desgraciado la vida la había encontrado. No logró contener las lágrimas que comenzaron a caer producto de la frustración e impotencia al resultarle imposible olvidar su pasado cuando siempre la acosaría él.

-Te odio, déjame en paz.- murmuró ella, poniéndose de pie e intentando alejarse de aquel hombre.

-A donde, chiquita. A donde.- dijo él, tomándola del brazo bruscamente y arrinconándola contra el árbol presente.

-Por favor, Danilo déjame ir.- suplicó ella entre el llanto.

-¿Por qué me abandonaste, mi amor? Tú y yo éramos tan felices.

-¡Estás loco! Yo nunca fui feliz contigo.- espetó ella.

-Cállate. Tú eres mía, Turquesa. Solo mía.- dijo él mientras sostenía a la joven inmóvil, acercando su rostro al de ella con intensión de besarla.- Ya se te olvidó quién te hizo mujer. Se te olvidó quién te enseñó como complacer a los hombres, chiquita.

-¡Basta! Por favor no sigas.- suplicaba ella, intentando con todas sus fuerzas zafarse de él.- ¡Suéltame!

¡Suéltala infeliz!

No tuvo tiempo de reaccionar. Sintió un fuerte golpe en el rostro y de un momento a otro se encontraba tendido en el piso, alzando la mirada para ver a su "atacante".

-¿Estás bien?- preguntó Dionisio preocupado, Alejandra refugiada entre sus brazos y llorando sobre su pecho.- Ya, mi vida. Ya.- la tranquilizaba él.- No pasó nada.

-No sabes con quien te metiste, catrín.- farfulló irritado, Danilo.

-Ven acá infeliz.- dijo Dionisio, tomando a Danilo por las solapas de su saco y golpeándolo contra el tronco del árbol.- ¿Qué pretendías eh?- preguntó amenazante.- No vuelvas si quiera a pensar en acercarte a la muchacha.- advirtió él al no recibir respuesta de Danilo.- ¡Te quedó claro! ¡Largo de aquí!

Danilo se alejó, odiando a Dionisio por haber intervenido. La Turquesa era suya. Suya, y nadie decidía que hacer con ella más que él.

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-Dionisio no regresa.- dijo Cristina caminando de un lado a otro en la sala de estar.- Se está haciendo tarde, Andrés.

-No se preocupe, señora.- la tranquilizó él.- El señor Dionisio se sabe cuidar bien.

-¿Llevas mucho tiempo trabajando para él?

-Más de veinte años.- respondió el hombre.- El señor Dionisio era muy joven cuando me ofreció trabajo como su asistente.

-Por lo visto confía mucho en ti.- dijo Cristina.

-Así es. Yo he sabido ganarme su confianza a través de los años. Seguramente ha notado que el señor no tiene muchas amistades.- agregó, viendo a Cristina asentir.- Yo he sido como una especie de confidente para él. Un amigo cuando más lo ha necesitado.

-Gracias Andrés.- agradeció ella sinceramente, mirando al hombre sonreír, cosa que no lo veía hacer con frecuencia.

-Él está muy contento por tenerla a su lado, señora. Y mucho más por la pronta llegada de ese bebé.- dijo él a Cristina.- Así que gracias a usted por brindarle sentido a su vida. Eso es algo que buscó durante tantos años y ahora lo tiene.

Y ella también. Las palabras de Andrés la emocionaron. Hubiera deseado haber conocido mucho antes a Dionisio. Eso les hubiera ahorrado mucho sufrimiento a ambos. Pero nunca era tarde y ahora lo tenía a su lado. Se sentía la mujer más dichosa sobre la tierra. Dionisio era suyo, y lo sería siempre.

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-¿Ya estas más tranquila?

Alejandra se sentía bien entre los brazos de Dionisio. Protegida como nunca antes. Él la abrazaba contra su pecho, ambos sentados en la banca del parque en El Soto. No quería interrogatorios. Hablar de su pasado no solo le traía dolor sino vergüenza. Se avergonzaba de lo que había sido y nadie podía saber nada.

-Agradezco que me haya defendido.- dijo ella, retirándose de los brazos de él.- Tengo que irme.

-Espera Alejandra.- deteniéndola cuando ella se puso de pie apresuradamente.- Quiero ayudarte. ¿Por qué te molestaba ese tipo?

-Por favor, Don Dionisio, no haga preguntas.- pidió ella amablemente, secando las lágrimas que caían sin cesar por sus mejillas.

-¿Tanto te afecta?- preguntó él, sintiendo el dolor de la joven a través de su mirada.

-Más de lo que imagina.- respondió ella.- Gracias por ayudarme.

-Alejandra.- llamó Dionisio, deteniéndola una vez más.- A veces nos hace bien hablar todo lo que guardamos dentro.- aconsejo él.- Eso es algo que yo mismo aprendí hace poco tiempo. Si de repente te sientes con la necesidad de hablar con alguien, por favor búscame. Yo prometo no juzgarte. Por lo visto tú, al igual que yo, huyes de un pasado que no deseas recordar y te aseguro que hablándolo con alguien lograrás tu propósito.

-Gracias.- respondió ella, abrazando a Dionisio encontrando ese consuelo que sus brazos le brindaban.

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-Mi amor, estaba muy preocupada.- dijo Cristina al ver a Dionisio subir y unirse a ella en la camioneta.

-Gracias Andrés.- al hombre que sostenía y cerraba la puerta tras Dionisio.- Surgió algo imprevisto, mi vida.- respondió él, deshaciéndose de su chaqueta mientras partían rumbo a La Benavente.

-Estás sangrando.- indicó ella al ver la mancha roja sobre el hombro de Dionisio.- ¿Qué fue lo que pasó, Dionisio?

-Me encontré con Alejandra.- explicó.- El tal Danilo Vargas la estaba molestando.

-¿Molestando?

-Acosando. No tuve más remedio que ponerlo en su lugar.

-Dionisio, prometiste que ibas a cuidarte.- lo regañó ella.

-Ya lo sé, mi amor pero qué querías que hiciera. Se trata de Alejandra, la amiga de tu hija.- explicó él.- Deberías hablar con ella.- sugirió.- O pedirle a Acacia que lo haga, la presencia de ese tipo la tenía muy mal.

Cristina asintió, apegándose a Dionisio y abrazándolo por la cintura. La vida de Alejandra era todo un misterio para todos. Siempre rehuía cualquier pregunta que tuviera que ver con su pasado y aunque Cristina tenía sus sospechas, rogaba al cielo que no fuesen verdad. Alejandra era una muchacha buena y dulce, pero Cristina estaba segura que escondía un pasado lleno de abusos y maltrato. Le dolería bastante si llegara a comprobarlo pero estaba dispuesta a ayudar a la joven como siempre se lo había dicho.

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-Has las pruebas necesarias.- indicó el comandante a través del celular.- Necesito saber si Jiménez disparó el arma antes de morir.

Había caminado los extensos terrenos de La Benavente. Decepcionado al no encontrar nada que lo ayudaría en su investigación decidió regresar a su camioneta, llegando a un alto al atravesar el sitio en donde Dionisio había caído inconsciente tras el disparo que había recibido. Había sangre. Seca ya pero el comandante la supo reconocer. Tras rastrear el área, a varios metros de distancia encontró el casquillo de la bala que había impactado el hombro de Dionisio. En lugar de obtener respuestas, para el comandante surgían preguntas. Cada vez se acercaba más al asesino de Braulio Jiménez. Porque ahora más que nunca estaba convencido que su muerte no había sido un lamentable accidente.

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-Solo vine por unas cosas, hija.- explicó Cristina, entrando a la casa en compañía de Dionisio.

-Mamá no tienes por qué darme explicaciones.- respondió la joven feliz de ver a su madre.- Esta es tú casa y puedes venir cuantas veces quieras. ¿Por qué no se quedan a cenar con nosotros? Rosa esta por servir la comida y solo somos Ulises y yo.

-Por mí no hay problema si tu madre está de acuerdo.- respondió Dionisio después de saludar a la muchacha y a Ulises.

-Ándale má, di que sí.

-La verdad si tengo mucha hambre.- dijo ella sonriendo a Dionisio discretamente mientras él la abrazaba a su lado con su mano posada cercas del vientre.- Pero no sé si debamos quedarnos, hija.

Mi cielo, ya llegué.

Esa voz que conocían tan bien les había arruinado la noche. Lo vieron entrar despreocupado, como si nada hubiera pasado. Como si fuera inocente de toda culpa, tanto del atentado contra Dionisio como del asesinato del Rubio. Pero era culpable. Dionisio lo sabía y los demás lo sospechaban. No le había prometido a Cristina contenerse cuando se presentara la oportunidad de tener a ese infeliz enfrente y ahora sabía por qué. Dionisio avanzó con paso firme hacia él, sus manos envueltas en puños a sus costados. Había llegado la hora de la revancha.    

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now