Capítulo XX

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La vista era impresionante desde el piso más alto del nuevo y lujoso hotel, Buen Aventura. Cristina admiraba los extensos y boscosos terrenos que se expandían a la distancia. Sin duda un paraíso. El refugio perfecto para cualquiera que quisiera alejarse unos días de la ciudad. Los primeros rayos del sol se asomaban sobre el horizonte, filtrándose por la ventana e iluminando la enorme habitación a sus espaldas. Escucho a Dionisio ronronear y removerse aun dormido sobre la cama. Cristina giro hacia él, encontrando la sabana enredada entre sus piernas cubriéndolo hasta la cintura nada más. Sonrió en adoración mientras se acercaba a la cama, subiendo cuidadosamente para no despertarlo. Se recostó sobre su brazo, usándolo de almohada y echándole un brazo sobre su torso desnudo se abrazo a él. Su tacto era suave, agradable, aun entre sueños Dionisio lo reconoció. Se giro hacia ella, envolviéndola firmemente entre sus brazos, aspirando su aroma, sintiendo su cuerpo fino pegado al de él. La mujer de sus sueños, se dijo a sí mismo mientras sonreía levemente, era real y era de él.

-Eres un dormilón.- acuso Cristina, su tono dulce y juguetón.

-Después de lo de anoche... Podría dormir por horas.- respondió Dionisio, entrelazando sus piernas con las de Cristina.

-Fuiste tú quien me despertó, no una, sino dos veces, mi amor.- le recordó ella.

-¿Te quejas ahora?- pregunto él sonriendo, abriendo sus ojos finalmente y posándolos sobre los de ella.- Anoche no pareció molestarte...- agrego, echándose sobre Cristina sin abandonar su mirada.

La sonrisa seductora y la mirada que le dedico la hicieron ruborizarse. Cristina sonrió, debería ya estar acostumbrada a cada gesto, cada palabra que viniera de él para evitar aquella reacción, pero lo cierto era que no. Señal que ese hombre la tenia y mantendría loca de amor por el resto de su vida.

-Eres un insaciable.- dijo ahora ella, tendida boca arriba y sintiendo el peso de Dionisio sobre ella.

-Es lo que tú provocas en mí...- aseguro él, su sonrisa convenciendo a Cristina de sus palabras.

-Me encanta que sea así.

Los besos no se hicieron esperar y en cuestión de segundos, unían sus cuerpos nuevamente entregándolo todo en nombre del amor. Ambos terminaron exhaustos, saciados, pero solo por el momento. De eso, estaban seguros.

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-Norberto...- dijo Dionisio, su tono cargado con un dejo de ironía.- Te conozco lo suficiente como para saber que invertir en tus tierras, no me traerá más que problemas.

El hombre sonrió levemente, un tanto avergonzado. Tras enterarse de quien había resultado ser hija la novia de su hijo, Norberto no había perdido oportunidad para intentar sacar provecho de dicha unión. No pretendía ningún mal, solo quería sacar a su finca del apuro económico en el que había caído y se aferraba a la esperanza de contar con la ayuda de Dionisio. Quiso aprovechar que él pasaba por Alejandra para intentar convencerlo una vez más de brindarle la ayuda económica que tanto necesitaba pero, Dionisio no se la estaba poniendo nada fácil.

-Vamos, Dionisio...- insistió el hombre descaradamente.- Solo un año.- propuso.- Échame la mano, y después si esto no resulta como esperas rompemos nuestro trato.

-¿Y el dinero que haya invertido de aquí a entonces?- pregunto.- Dudo que a su tiempo me lo devuelvas...

-Bueno...- murmuro Norberto, no sabiendo que contestar a eso.- Podríamos llegar a un acuerdo.

Dionisio observo a Alejandra, en compañía de Germán, acercarse a la distancia. Ella y el muchacho compartían el pequeño departamento situado en los terrenos de Norberto. A Dionisio no le agradaba la idea, pero no quería invadir el espacio de su hija por completo. Pronto regresaría a la capital a continuar con sus estudios y por lo menos allá, él podría asegurarse de que Alejandra viviera como toda una princesa. Su princesa.

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now