Capitulo XVII

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Avanzaba por los pasillos vacios de aquel hospital. Sumido en sus pensamientos, Dionisio buscaba la mejor manera de revelarle la verdad a Cristina. Claro que consideraba que tal vez no sería el mejor momento para hacerlo pues ella se encontraba en plena recuperación tras una alarmante caída. Pero callar tampoco era algo que le agradaba hacer. Ya no. No quería secretos entre ella y él.

-Buenas noches.- saludo al llegar al final del pasillo, encontrándose con los padres de Cristina, Acacia, y Andrés afuera de su cuarto.

Don Juan Carlos y Elenita respondieron al saludo en tono serio. Era evidente que estaban molestos con él y Dionisio no podía culparlos por ello. Acacia y Andrés sintieron la tensión que de pronto se hizo presente y discretamente decidieron alejarse para dejarlos hablar tranquilamente.

-¿Cristina?- pregunto Dionisio extrañado y un poco preocupado al verlos en el pasillo y no adentro con ella.

-La está atendiendo el Doctor.- contesto Elenita.- Nos pidió que saliéramos un momento.

Dionisio asintió con la cabeza, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón. Sabía lo que tenía que hacer pero no como hacerlo. Todo eso era nuevo para él y lamentaba tener que tratar ese tema bajo esas circunstancias pero en esos momentos no tenía opción.

-Señora, Señor...- comenzó a decir, pasando su mano por su cabello nerviosamente.- Yo...

-Mi hija nos conto todo lo que ha sucedido.- interrumpió Don Juan Carlos.- Y mira Dionisio, la verdad es que no estoy muy contento por como decidieron hacer las cosas.

Dionisio decidió callar, asintiendo nuevamente con la cabeza, su mirada baja. Escuchando y entendiendo las palabras de Don Juan Carlos.

-Juan Carlos y yo nos angustiamos mucho cuando ese hombre se presento en nuestra casa, diciéndonos que nuestra hija estaba aquí.- agrego Elenita, tomando a su esposo del brazo.- Internada.

-Lamento mucho que hayan tenido que enterarse de esa manera.- dijo Dionisio serenamente, recordado la preocupación que él también había vivido en esos momentos.- ¿Cristina realmente les conto todo?

-Sí.- contesto Don Juan Carlos.

-Sabemos lo de Esteban.- agrego Elenita.- Lo de ustedes. Y lo del bebé que viene en camino.- término, diciendo eso ultimo con una gran sonrisa en el rostro.

Dionisio se relajo un poco al ver a los padres de Cristina sonreír. Entusiasmados por la noticia del bebé.

-Así es. Y como puedes ver, nos alegra mucho el embarazo de nuestra hija.- aseguro Don Juan Carlos.- Ella te quiere mucho, Dionisio y mi Elenita y yo no queremos verla sufrir.- advirtió.- Por eso quiero que nos digas que es lo que pretendes con Cristina.

No apresuro su respuesta. Dionisio sabía bien sus intenciones, y Cristina igual las conocía. Solo con ella lograba abrirse y hablar con el corazón en mano. Es por eso que esos momentos le costaba mucho elegir las palabras correctas para hacerle saber a sus "suegros" lo importante que Cristina y ese bebé eran para él.

-Yo amo a Cristina como jamás imagine llegaría a amar a alguien en mi vida.- confeso Dionisio.- Desde el primer momento en que la vi, me cautivo por completo.- conto sonriente, su mirada perdida, recordando como había sido aquel día.- Es hermosa, una mujer excepcional que con ternura y paciencia ha sabido sacar lo mejor de mí.- agrego, pausando para mirar a los padres de Cristina a los ojos.- Lo único que pretendo con su hija, es hacerla feliz. A ella y a ese bebé.- aseguro Dionisio.- Son lo más preciado para mí y si algo les hubiera pasado yo me habría muerto de dolor.- su mirada entristeció al recordar los momentos de angustia que había pasado tras el incidente.

Elenita se acerco a él y lo abrazo. Sus palabras eran sinceras y cuando hablaba de su hija su rostro se iluminaba en adoración.

-Eres un buen hombre Dionisio.- dijo Elenita tras terminar el abrazo y viéndolo con ternura.- Y no tengo la menor duda de que mi hija y mi nieto serán muy felices a tu lado.- agrego sonriendo.

-Elenita tiene razón.- dijo Don Juan Carlos.- Nos caíste muy bien desde que te conocimos, precisamente porque muestras ser un hombre cabal. No nos decepciones Dionisio.

-Les doy mi palabra que no lo hare.- aseguro él, estrechando la mano que Don Juan Carlos le ofrecía encantado.

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-Ale no puedes nada más irte sin decirle a nadie. ¿De qué huyes?

El joven alto y apuesto casi le suplicaba a la muchacha para que reconsiderara su decisión. Estaban en La Benavente. Él había ido a buscarla al hospital a petición de ella. Alejandra no podía seguir viviendo en ese pueblo. Por más que quisiera, simplemente no podía. Danilo representaba gran peligro no solo para ella, sino para quienes la rodeaban y eso era lo que más temía.

-Germán sabes que te quiero mucho.- aclaro la joven sin dejar de guardar sus cosas en la maleta sobre la cama.- Pero créeme que es lo mejor. 

-Pero, ¿Por qué?- pregunto confuso.- Háblame Ale. ¿De qué huyes?

-Por favor no insistas.- suplico ella alzando la voz más de lo que hubiera querido.

-Está bien.- respondió él rápidamente.- Está bien.- repitió.- Si te vas déjame ir contigo.

Sus palabras la tomaron por sorpresa. Ella había llegado a apreciar a ese muchacho. O bueno, realmente lo había llegado a amar. Pero eso era algo que se negaba a aceptar. Si Germán se enteraba de su pasado, estaba segura que la odiaría por habérselo ocultado. Jamás se había entusiasmado con ningún hombre como lo había hecho con Germán. Era guapo, eso ni dudarlo. Pero lo que más le gustaba de él, era su forma tan noble y tierna de ser.

-Eres demasiado bueno, Germán.- dijo ella.- Eso te impide ver los defectos que hay en mí.

-No es porque sea bueno, Ale.- respondió el joven, tomando las manos de ella entre las suyas, obligándola a mirarlo a los ojos.- Sino porque te amo.

Confesión que provoco a la muchacha derramar unas lagrimas de alegría. De emoción. Lagrimas muy diferente a las que había derramado desde que su madre había muerto y el miserable de Danilo se había aprovechado de su inocencia haciéndola trabajar en aquel maldito lugar. Germán la beso. Un beso tierno y dulce haciéndola reconsiderar su anterior decisión.

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Los padres de Cristina habían decidido retirarse tras ser informados sobre el estado de salud de su hija. Ya todos mucho más tranquilos se dieron tiempo para felicitar al futuro padre, Acacia notablemente contenta, contagiando a todos de su entusiasmo. Dionisio seguía un poco inquieto, preocupado a decir poco. Es por eso que Andrés no dudo en acercarse a él cuando los dos se habían quedado solos.

-¿Se encuentra bien Señor?- pregunto el hombre.- ¿Puedo hacer algo por usted?- agrego fielmente.

-La encontré, Andrés.- dijo Dionisio.- Después de todos estos años, la encontré en donde menos esperaba.

-¿Se refiere a su hija?

-Sí.- respondió.- Mi hija se hace llamar Alejandra. Es la amiga de Acacia.

-Es una estupenda noticia, Señor.- dijo Andrés, notablemente alegre.- Pero no lo veo contento. ¿Qué piensa hacer ahora?

-Principalmente hablar con Cristina. No pienso seguir callando.- aseguro, poniéndose de pie y encaminándose a la habitación del amor de su vida.

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Entro a la habitación. Cristina tenía los ojos cerrados y respiraba acompasadamente. Se acerco a ella, tomando asiento al borde de la cama. El peligro había pasado. Ella y su hijito estarían bien. Dionisio acaricio la mejilla de Cristina tiernamente, inclinándose hacia abajo y depositando un leve beso en sus labios. Ella se removió bajo su tacto y despertó lentamente, al fin sonriendo al mirarlo.

-¿A dónde huiste tanto tiempo?- pregunto ella, acariciándole la barba y después tomando su mano entre las suyas.- Mis padres estuvieron aquí.- agrego al ver que él no respondía. 

-Lo sé.- contesto al fin.- Los encontré afuera cuando llegue.

-Tuve que contarles todo.- dijo ella.- Tú no llegabas y ellos estaban muy angustiados, haciendo preguntas.

-Entiendo.- respondió Dionisio secamente, alarmando a Cristina.

-¿Pasa algo, mi amor?- pregunto ella.- Te noto serio, preocupado. ¿Te dijeron algo mis padres? ¿Acacia?

-No, mi vida.- contesto él, tomando la mano de Cristina y llevándola a sus labios, besándola e intentando tranquilizarla a ella.- No es eso. Todo está bien con ellos.- agrego sonriendo.- Están muy contentos con la noticia del bebé.

-Sí lo están.- acordó Cristina sonriendo.- Pero entonces dime qué pasa, mi amor.

Dionisio guardo silencio bajo la mirada atenta de ella. Soltó su mano para tomar la carta que llevaba guardada en el bolsillo de su saco. La miro un instante al tenerla en su mano antes de fijar su mirada en la de Cristina.

-Acordaste en darme tiempo para resolver lo que tenía que resolver antes de hablarlo contigo.- le recordó él, mostrándole la carta.- ¿Lo recuerdas?

-Claro que sí.- respondió ella.- Yo jamás he querido presionarte  a nada.

-Y te lo agradezco.- dijo él.- Te lo agradezco enormemente. Pero ya no necesito más tiempo, Cristina.- informo él, Cristina muy confundida por sus palabras.- He descubierto la verdad.- confeso Dionisio.- Y ahora quiero que tú también la sepas.

Dionisio le tendió la carta a ella, decidido a terminar con sus secretos. Cristina la tomo, reconociéndola al instante y un tanto nerviosa por lo que descubriría en ella. Él rogaba al cielo por que Cristina lo tomara de la mejor manera posible mientras la veía leer la carta con atención de principio a fin. Al terminar, Cristina alzo la vista a la de él. Su mirada llena de preguntas y confusión. Dionisio sabía por qué.

-Yo soy Héctor Gutiérrez, Cristina.- confeso al fin.- Esa carta, fue enviada a mí hace poco más de diez años. 

-¿Tú eres Héctor Gutiérrez?- pregunto Cristina aun confundida.- ¿Tienes una hija?

-Sí.- respondió él, dándole tiempo a Cristina para asimilar la noticia.

-¿Por qué me lo ocultaste?- le reprocho ella con evidente decepción, retirando su mano de la de él.- ¿Por qué no me dijiste nada?

-No lo sé.- respondió él, poniéndose de pie y comenzando a caminar nerviosamente de un lado a otro en la habitación.- Yo estaba por darme por vencido, por hacerme a la idea de que jamás encontraría a mi hija.- explico.- Pero cuando supe lo de tú embarazo, me convencí a mi mismo de que ahora más que nunca tenía que encontrarla. A esa pequeña que creció sin mi protección, sin mis cuidados.

-¿Por qué la abandonaste?- pregunto Cristina.

-Yo no la abandone.- respondió él un poco a la defensiva.- No supe de su existencia hasta que recibí esa carta.- explico Dionisio.- Amanda, la madre de mi hija, nunca me dijo nada.

-No entiendo.- dijo Cristina, aun molesta.- ¿Por qué iba a ocultarte algo así?

-Los dos éramos muy jóvenes.- comenzó a contar él.- Yo empezaba a triunfar en el mundo de los negocios, y Amanda era mi secretaria. Pasábamos mucho tiempo juntos, yo siempre intentando llevar la relación más allá de lo laboral pero ella se resistía. Era una muchacha buena, noble, y su inocencia me atrapo.

-Así que te aprovechaste de ella.- ataco Cristina.

-No desconfíes de mí, Cristina.- pidió él dolido por sus palabras.- Tú más que nadie sabe que yo no conquisto haciendo falsas promesas.- aclaro.- Amanda se enamoro de mí, pero ella siempre supo que yo jamás le correspondería.

-¿Entonces qué paso?- pregunto ella atenta a lo que Dionisio le contaba.

-Yo estaba por viajar a Europa, sin intención de volver.- continuo él.- Amanda fue a buscarme a mi apartamento la noche anterior a mi viaje. No hablamos mucho, ya todo había quedo dicho entre nosotros, y se entrego a mí.- confeso Dionisio.- Fui el primer hombre en su vida, porque ella así lo quiso.

-Lo dices como si le hubieras hecho un favor.- le recrimino Cristina.

-Por supuesto que no.- se defendió él.- Pero soy hombre Cristina, y aquel entonces, joven. Con planes, e ilusión de dominar al mundo entero.

-Así que no volviste a saber de ella después de esa noche.- dedujo Cristina viéndolo asentir con la cabeza.

-No por muchos años.- respondió él.- No hasta que esa carta llego a manos de Andrés y él después me la hizo llegar a mí.

-A Héctor Gutiérrez.- corrigió ella.

-Cristina...- comenzó a suplicar él.

-Explícame eso.- exigió Cristina firmemente.- Lo de Ana, tu hija, lo puedo entender.- aseguro.- Pero que te hayas presentado ante mí usando otro nombre no. ¿Cómo se supone que debo llamarte ahora?

-Dionisio.- respondió él al instante.- Conoces mi pasado.

-Ya no estaría tan segura.

-Lo conoces mejor que nadie.- aseguro Dionisio.- Sabes que crecí en un orfanato.- le recordó él.- Es en ese lugar donde me bautizaron y registraron como Dionisio. Yo llegue ahí sin nada tras la muerte de mis padres y era demasiado pequeño como para saber mi nombre o cualquier otra cosa referente a mi origen.- explico Dionisio, dolido al tener que recordar esa etapa de su vida.

-¿Por qué Dionisio?- pregunto Cristina, luchando por controlar sus emociones pues imaginárselo pequeño e indefenso, abandonado en un orfanato la entristecía demasiado.

-El Padre Baldomero así lo decidió.- comenzó a contar Dionisio, sonriendo levemente ante el recuerdo.- En varias ocasiones me descubrió bebiendo vino del altar de su iglesia. "Dionisio, dios del vino", me decía cada que me veía.- conto sonriendo, alcanzando a notar una leve sonrisa en el rostro de Cristina.

-Me has contado todo esto, diciendo has descubierto la verdad.- dijo Cristina.- ¿A qué verdad te refieres?

-Encontré a mi hija.- respondió él.- Después de todos estos años la encontré, aquí en este pueblo.

-¿Tú hija está aquí?- pregunto Cristina incrédula.

-Sí, Cristina.- dijo Dionisio.- Alejandra es mi hija.

Decir que se sorprendió sería poco, Cristina estaba atónita. No podía creer lo que Dionisio le acababa de revelar. Ahora entendía el por qué de su impresión aquel día que conoció a Alejandra. Él estaba seguro de reconocerla de algún lugar. Por supuesto que su rostro le recordaba al de su madre.

-Déjame sola un momento.- pidió Cristina.

-Mi amor, por favor no me alejes de tú lado.- respondió acercándose a ella.

-Necesito estar sola, Dionisio.- repitió, alzando la mano impidiéndole que se acercara más a ella.

Dionisio asintió, dolido por el rechazo de ella. Pero le daría tiempo. Tiempo para asimilar todo lo que le acababa de contar. Cristina era buena y sobre todo lo amaba. Confiaba en que lo perdonaría y comprendería su silencio. Es por eso que se marcho sin decir nada, dejándola sola como ella había exigido.

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-Señor me va a tener que disculpar pero ya no son horas de visita.

-Entiendo señorita, pero esto es urgente.- informo aquel hombre.- Soy el abogado de la señora Cristina y es muy importante que hable con ella ahora mismo.

La enfermera se negó rotundamente a las insistencias de Osvaldo Becerra. Él había buscado a Cristina por todo el pueblo hasta haberse enterado en donde se encontraba. Su decisión estaba tomada. No ayudaría a Esteban Domínguez a salir de la cárcel. Tenía que informarle todo lo que sabía a Cristina cuanto antes y es por eso que insistía en hablar con ella sin importar que fuera a altas horas de la noche. 

-¿Pasa algo?- pregunto Dionisio al ver y escuchar al hombre y a la mujer ciertamente alegando.

-El señor insiste en pasar a ver a una paciente pero le digo que no son horas de visita.- explico la enfermera, esperando Dionisio pudiese ayudarla a deshacerse de aquel hombre.

-Ya escucho a la señorita, señor.- dijo Dionisio.- Sera mejor que se retire y vuelva otro día, armar un escándalo a estas horas y en un hospital no sería nada agradable para los enfermos.

-Ustedes no entienden.- respondió Osvaldo un poco alterado.- Es urgente que hable con la señora Cristina, estoy seguro que si le avisan que estoy aquí me recibirá de inmediato.

-¿Con Cristina?- pregunto Dionisio extrañado.- ¿Vino a ver a Cristina?

-Sí, sí. Cristina Maldonado.- dijo rápidamente.- Me informaron que está aquí.

-Lo está.- respondió Dionisio.- ¿Pero quién es usted y para qué la busca?

-El señor dice ser abogado de la señora.- informo la enfermera.

-Osvaldo Becerra.- dijo el abogado ya una vez la enfermera se había alejado a atender sus labores.- ¿Usted es?

-Dionisio Ferrer.- se presento Dionisio estrechando la mano de Becerra firmemente.- Mucho gusto. 

-Vaya.- dijo Osvaldo a modo de sorpresa.- Así que usted es Dionisio.

-Lo soy.- respondió secamente.- Dígame de una buena vez para qué busca a mi mujer. Como comprenderá ella esta indispuesta y no lo creo prudente que usted pase a verla.

-Entiendo y créame que mi intensión no es molestar pero traigo información que es muy importante que ella sepa.

-¿Qué tipo de información?

-Referente a Esteban.- respondió él.- Su actual marido.

Dionisio logro convencer al licenciado Becerra a pasar a la cafetería con él. Quería proteger a Cristina de más disgustos. Ya bastante había tenido con lo que él le había contado como para ahora tener que preocuparse por las idioteces del infeliz de Esteban Domínguez. Osvaldo accedió a contarle todo a Dionisio ya que no estaba seguro de llegar a hablar con Cristina. A primera hora de la mañana se iría. Huiría de ese pueblo antes que Esteban cumpliera su amenaza de hundirlo con él. Hundirlo para siempre.

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-Buenos días, Acacia.- saludo el comandante Juárez, anunciando su llegada a La Benavente.

-Comandante.- contesto la joven, centrando su atención al agente y percatándose que iba acompañado por un grupo de militares.- ¿Sucede algo?

-Lamento informarte que traemos una orden de cateo.- respondió el comandante entregándole el documento a la muchacha.

-¿Cuál es el motivo?- pregunto ella extrañada.

-Se encontraron sustancias ilegales en los terrenos de un tal Danilo Vargas.- informo el comandante.- Tal vez lo conozcas. Forma parte de la Asociación que maneja, o bueno, manejaba Esteban Domínguez.

-¿Creen que él estaba enterado de todo?

-A estas alturas no podemos descartar nada.- contesto Juárez.

-Entonces adelante.- acordó Acacia.- Mi mamá y yo no tenemos nada que esconder y si acaso llegaran a encontrar algo en estas tierras ya saben quién es culpable.

Nada. Los militares rastrearon por horas los extensos terrenos de La Benavente bajo la estricta supervisión de Acacia. Ya era toda una mujer, hecha y derecha, dispuesta a tomar las riendas de su hacienda. Esa hacienda que su difunto padre le había heredado y que Esteban por tantos años había mantenido como suya. No negaba que de pequeña le agradaba la compañía de Esteban pero tras la muerte de su padre él había cambiado. Enamorando a su madre, la había convencido a casarse con él aun ante su propia oposición. Acacia siempre supo que él no era de fiar. Que buscaba algo más que el amor y compañía de Cristina, su madre. Buscaba el poder que conllevaba el contraer matrimonio con ella, poder que disfruto por casi una década. Pero eso ahora quedaba en el pasado. Y todo gracias a Dionisio.

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-Danilo, tenemos que irnos de aquí, tenemos que huir ahora mismo.

La sola idea de imaginarse presa la ponía casi al borde de la histeria. Se encontraba con él en su oficina, oculta tras un pasillo oscuro en "La Victoria". Su amo, su dueño por muchos años. A Perla se le hacía imposible imaginar una vida sin él. No era amor, eso lo sabía, pero sí costumbre y sobre todo miedo lo que la mantenía cerca de él. Tenían que escapar de ahí y tenían que hacerlo juntos. No porque quisiera, sino porque de resultar las cosas de otra manera ella se hundiría con él y al parecer Danilo estaba dispuesto a darse por vencido.

-¿Huir a donde y para qué?- pregunto él, sentado tras su escritorio con una botella de alcohol, casi vacía, en mano.

-¡A donde sea!- respondió Perla.- No podemos quedarnos aquí, esperando a que nos atrapen y nos lleven presos.

-Es a mí a quien buscan.- dijo Danilo enfadado por los gritos de Perla.- Los terrenos estaban a mí nombre y nadie sabe que estoy aquí así que deja de preocuparte.

-Se te olvida que Norberto al igual que Dionisio sí saben que eres tú el dueño de este lugar.- le recordó ella.

-Norberto no se atrevería a hablar.- dijo Danilo amenazante pero ciertamente preocupado por lo que Perla le acababa de recordar.

-Pero Dionisio sí.- aseguro Perla.- Si le das motivo sí. Hazme caso, Dani.- suplico ella.- Vámonos de aquí cuanto antes. Ya bastante tiempo hemos perdido.

-¡Te puedes callar!- exploto él.- Dije que no nos vamos, y no nos vamos.- sentencio.- Aun tengo una asuntito pendiente con la Turquesa. Y de Dionisio no te preocupes, ya es hombre muerto desde el momento que se atrevió a ponerme una mano encima.

-No lo puedes matar.- respondió Perla al instante, horrorizada más de lo que hubiera querido mostrar.

-¿Y por qué no?- pregunto extrañado por la reacción de ella.- ¿Te gusta el catríncito ese?

-No, claro que no. Estás loco.- dijo nerviosamente.

-¡Eso espero porque tú eres mía!- le recordó Danilo, tomándola con sus manos bruscamente.

-Danilo me estas lastimando.- se quejo ella.

- Me perteneces a mí y vas a hacer todo lo que yo te diga.- continuo, ignorando las quejas de Perla.- ¡¿Entendiste?!

Perla como tantas otras veces asintió. Acordando en seguir sus instrucciones al pie de la letra. Eso tranquilizo a Danilo pero no a ella. Perla no estaba dispuesta a cumplir con sus exigencias esta vez. No si se trataba de dañar a alguien que, aunque la mirara como la peor de las mujeres, ella había llegado a querer. No quería hacer más daño, ni a Dionisio ni a la Turquesa. Tenía que averiguar en donde se encontraba esa muchacha.

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-¿Puedo pasar?- pregunto Dionisio desde la puerta después de asomarse y ver que Cristina ya había despertado.

Ella asintió con la cabeza. Mirándolo acercarse a ella. La noche anterior lo había alejado de su lado, molesta tras lo que él le había revelado. Pero no podía negar que al verlo marchar quiso detenerlo, suplicarle que volviera, que la abrazara y besara pues esa sería la mejor manera que tenia para confortarlo. Con amor, con caricias, y sobre todo comprensión. Dionisio se sentó al borde la cama a su lado. Temeroso a ser rechazado nuevamente, mantuvo sus manos a sí mismo, muriendo de ganas de tocarla.

-¿No me vas a dar los buenos días?- pregunto ella con un dejo de diversión en sus ojos, acto que relajo a Dionisio.

Sonrió levemente antes de envolverla entre sus brazos y tomar posesión de sus labios. Un beso tosco y salvaje, producto de la añoranza que habían sentido tras una noche larga apartados el uno del otro. Cristina entreabrió sus labios y Dionisio introdujo su lengua en ella, tornando el beso a uno lento y sensual mientras exploraba cada rincón de su boca. Ambos se abrazaron firmemente tras finalizar el beso, Cristina paseando sus manos de arriba abajo sobre la espalda ancha de él.

-Perdóname por haber reaccionado como lo hice.- dijo ella, apartándose de Dionisio para poder mirarlo a los ojos.

-No.- respondió él, manteniendo las manos de Cristina entre las suyas.- Perdóname tú a mí por habértelo ocultado.

-Te perdono.- dijo ella.- Porque te amo, te perdono.- aclaro.- Pero júrame que ya no hay nada más que desconozca de ti.

-Te lo juro, mí amor.- respondió, llevando sus manos de ella, una a una, a sus labios y besándolas tiernamente.- Nadie en mi vida me había conocido como tú. Eres la única, Cristina.

-Me alegra serlo.- aseguro ella sonriendo y acariciando su mejilla de él como tanto le gustaba hacer.- ¿Ahora qué piensas hacer?

-No lo sé.- dijo sinceramente.- Esperaba que pudieras ayudarme a averiguarlo.

Cristina asintió. Era la primera vez abiertamente que él le pedía ayuda para algo y ella con gusto estaña dispuesta a ayudarlo.

-Alejandra es noble.- dijo Cristina.- Buena como tú.- agrego, viéndolo sonreír al decir eso.- Estoy segura que si le cuentas todo, tal y como sucedió, no tendrá nada que reprocharte.

-¿De verdad lo crees?- pregunto inseguro.

-Claro que sí, mi amor.- aseguro Cristina.

-Tal vez tengas razón.- acordó él.- Pero aun así me espanta la idea de que ella no me acepte.

-Eso no va suceder.- lo alentó.- ¿Sabes por qué?

-¿Por qué?

-Porque el lazo que los une es más fuerte que todo.- dijo Cristina.- Ambos han recorrido caminos similares y tú podrás comprenderla más que nadie, mi amor. Así que lleva todo con calma, platica con ella, su confianza ya la tienes, y veras que el momento adecuado para decirle la verdad se presentara cuando menos lo esperes.

Dionisio asintió. Reflexionando en los consejos de Cristina. Comprobando una vez más lo afortunado que era al tenerla a su lado.

-Te amo.- dijo Dionisio viéndola sonreír e inclinándose hacia adelante para besarla en la frente en un claro gesto de adoración.- Ahora es hora de llevarlos a casa.- agrego, llevando su mano al vientre de Cristina.- Muero por dormir con tu cuerpo junto al mío.

-Y lobito y yo por dormir entre tus brazos.- aseguro ella sonriendo, ambos viendo hacia el futuro mucho más optimistas que la noche anterior y sobre todo, juntos.

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-Era Dionisio. Parece que ya darán de alta a mi mamá.- informo Acacia a sus abuelos, Ulises, Rosa y Luisa tras terminar la llamada que acababa de recibir.

-Esa es una muy buna noticia.- dijo Rosa verdaderamente contenta al saber que su patrona ya se encontraba bien.

-¿Y te dijo si vienen para acá o se irán directo a casa de él?- pregunto su abuela.

-Dionisio cree que será mejor que mi mamá se quede aquí unos días.- informo Acacia.- Así podremos ayudarla en lo que necesite y también impedir que se descuide.

-Mejor decisión no pudieron haber tomado.- dijo Don Juan Carlos.- Estando Cristina aquí, todos podremos cuidarla.   

-Ulises, deberías hablar con Dionisio para que también acepte quedarse en la hacienda.- sugirió Acacia, todos asintiendo.

-La verdad no creo que quiera, bonita.- respondió el joven sonriendo.- Pero hare lo posible por convencerlo.- aseguro, sabiendo que Dionisio jamás aceptaría esa propuesta sin antes remediar un asunto que tenía pendiente.

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Se encontraba en la sala de visitas de aquel pequeño reclusorio a las afueras del pueblo. Después de haber dejado a Cristina en La Benavente y tras haberse librado de las insistencias de todos por que aceptara quedarse en el rancho, Dionisio había decidido ir a poner fin a lo único que le impedía aceptar aquella propuesta. Cristina seguía siendo una mujer casada y aunque eso para él no había mostrado ser impedimento para estar con ella, quería hacer las cosas bien. Por Cristina, por los padres de ella, y sobre todo por su bebé.

-¿Qué demonios haces aquí?- exclamo Esteban al ser ingresado en la sala y tomando asiento en la silla frente a donde se encontraba Dionisio.

-Mi visita será breve.- dijo Dionisio tranquilamente.- Porque al igual que tú, yo tampoco soporto tú presencia.

-Entonces habla de una buena vez.- sugirió altanero.- Aunque debo advertirte que nada de lo que digas me importa, infeliz.

-Entonces no hablemos. Lo que me trajo aquí es simple.- aseguro.- Firma esos documentos y no volverás a saber de mi nunca.- agrego, mostrándole los papeles de divorcio que Osvaldo le había entregado la noche anterior.

-¿De dónde sacaste eso?- pregunto enfurecido.

-¿Realmente importaría saberlo?

-¡Jamás le daré el divorcio a Cristina!

-¡Lo harás lo quieras o no!- contradijo dijo Dionisio perdiendo los estribos.- Tu jamás saldrás de este miserable lugar así que no tienes opción, imbécil.

-Insultándome no llegaremos a nada.- advirtió.- Además no estaría tan seguro. Todos en este lugar son unos ineptos. No podrán probarme nada.

-Te equivocas.- dijo Dionisio.- Becerra huyo del pueblo pero antes de hacerlo se aseguro de entregar cualquier evidencia que tenía en tu contra.- informo.- Los documentos falsificados en los cuales Cristina supuestamente te cede todo el poder sobre sus terrenos ya están en manos del comandante. Al igual que una carta en la cual detalla sus sospechas acerca de la muerte de Alonso Rivas.

-No son más que calumnias.- aseguro Esteban demasiadamente nervioso pues era evidente que había tocado fondo.

-Lo de Alonso seguramente jamás lo comprueben.- acordó Dionisio.- Pero ese fraude, al igual que el asesinato del Rubio son suficientes para mandarte de por vida a la cárcel.

-Yo sé lo que pretendes, Ferrer.- aseguro Esteban.- Pretendes quedarte con todo lo que me costó tanto obtener a través de los años.- lo acuso él.

-Todo eso a lo que te refieres, lo obtuviste cobardemente.- le informo Dionisio.- Mataste al marido de Cristina, causándole un gran sufrimiento a ella y Acacia por el resto de sus vidas. Pero no satisfecho con eso, la enamoraste hasta lograr convencerla de que se casara contigo solo para que años después, tu mente enfermiza llegara a obsesionarse con su propia hija.

-¡Cállate!- exclamo Esteban.- Tú me robaste a mi mujer.- lo acuso.- Te le metiste entre los ojos y no la pude convencer de darnos otra oportunidad. ¡Quise hacer las cosas bien, pero siempre estabas tú de por medio!  

-Puede que tengas razón.- acordó Dionisio.- Te robe a tú mujer. Pero prefiero haber sido un ladrón antes que el verdugo de su amor. Y eso, fue precisamente en lo que tú te convertiste en el momento que mataste a su primer marido.

-No deberías quejarte tanto.- dijo burlón.- De no haber quitado a Alonso de MI camino, ahora mismo estaría en el tuyo.

Dionisio asintió, una leve sonrisa formándose en su rostro. Su mano aun dentro del bolsillo de su saco sosteniendo la grabadora que el comandante Juárez le había entregado. Lo que acababa de decir Esteban Domínguez sin duda serviría como una confesión. Pasaría el resto de su vida encerrado entre cuatro paredes y Cristina al fin sería libre para estar con él. Solo con él, y para toda la vida.

-Hasta nunca.- se despidió Dionisio antes de salir de la pequeña sala, convencido sería la última vez que vería a Esteban Domínguez en su vida.

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Ya todo estaba oscuro en La Benavente. Eran altas horas de la noche y a Dionisio le pareció divertido entrar a la casa sin ser visto tal y como lo había hecho meses atrás cuando su relación con Cristina se mantenía en secreto. Se acerco a su ventana, agradeciendo silenciosamente, que la había dejado medio abierta. Entro sin hacer ruido, deshaciéndose de su chaqueta mientras se acercaba a la cama en donde se encontraba ella, admirando su belleza bajo la luz de la luna que se colaba por entre la ventana. Aparto las sabanas y se acostó a su lado, envolviéndola entre sus brazos, y susurrando tiernas palabras a su oído haciéndole saber que era él cuando la sintió tensarse. Cristina se relajo, demasiadamente agotada como para despertar pero su cuerpo reconociendo el de Dionisio cuando la apego más a él. Sintió sus labios sobre su mentón, instantes después ambos fueron arrastrados a un profundo sueño. O bueno, los tres.

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Lo sentía removerse con inquietud en la enorme cama. Murmuraba cosas que Cristina no lograba entender, y se quejaba, su rostro, cubierto en sudor, fruncido en una mueca de dolor. Cristina se sentó sobre la cama, protegiendo su ya abultado vientre, producto de los cinco meses de embarazo que acababa de cumplir. Intento tranquilizar a Dionisio. Acariciándolo levemente y hablándole tiernamente al oído hasta que despertó. Un poco desorientado miro a su alrededor. Estaban en una enorme habitación, lujosa además y la vista que propinaba la enorme ventana frente a ellos indicaba que no podían encontrarse en nada más y nada menos que en Paris. Un viaje "relámpago" como Dionisio lo había descrito. Estrictamente laboral, pero por supuesto que no había estado dispuesto a irse solo y con la compañía de su Cristina y su lobito su estancia en aquella bella ciudad se había extendido un par de semanas. Nada más romántico que estar en Paris y con el amor de tu vida. 

-Buenos días, dormilón.- dijo Cristina sonriendo y acariciando el cabello de Dionisio.- ¿Tuviste una pesadilla?

-No recuerdo.- mintió.

-Dionisio.- le recrimino ella.

-Sí.- confeso él.

-¿Qué era?

-De cuando estaba en el orfanato.- explico rápidamente, llevando sus manos a los costados de Cristina, invitándola a montarse sobre él.- Pero no quiero hablar de eso ahora.- agrego mientras se deshacía del camisón de Cristina, dejando al descubierto su cuerpo entero.- Me muero por tenerte.

-Ve despacio.- pidió ella, comenzando a disfrutar de sus caricias sobre su piel y sintiendo su potente rigidez bajo sus muslos.

Cristina se inclino hacia abajo, uniendo sus labios a los de él. Un beso hambriento y fuerte a la vez. Dionisio paseaba sus manos por los costados de Cristina, acariciándola con infinita devoción, dando leves empujones hacia arriba con sus caderas, haciéndola sentir su deseo por ella. Solo por ella, y saber eso encendía de sobre manera a Cristina, quien llevo una de sus manos a la palpitante longitud de Dionisio. Envolviéndolo entre su mano y acariciándolo sin detenerse hasta al fin estar lista para recibirlo y asistiéndolo a introducirse en ella profundamente. Sus embates eran lentos y pausados, Cristina siempre controlando la profundidad de estos mismos. Sus manos firmemente plasmadas sobre el pecho masculino, Cristina subía y bajaba al mismo ritmo. Pero su control tenía un límite y al verla y sentirla disfrutar como lo hacía de sus caricias y sus besos, Dionisio se desataba por completo. La recostó sobre la cama saliendo de ella momentáneamente. La giro quedando de costado, él pegándose a su espalda, Cristina sintiendo su pecho firme tras ella. Dionisio alzo una pierna femenina sobre las suyas y volvió a introducirse en ella, un ritmo lento mientras encontraba la posición perfecta, su abdomen entrando en contacto con el trasero de Cristina tras cada embestida. Sus manos estrujaban los senos llenos y sensibles de ella mientras jadeaba y temblaba tras una ardiente entrega. Aumento el ritmo, arremetiendo contra ella mientras la sentía aferrarse a sus brazos y comenzaba a murmurar su nombre anunciando su liberación, Dionisio dejándose ir al igual que ella instantes después, ambos cayendo rendidos y saciados de placer.

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-Estoy nerviosa.- confeso Cristina, una sonrisa radiante en su rostro pues estaban a punto de enterarse, al fin, si su bebé sería lobito o lobita.

-Sea lo que sea, lo amamos ya y lo amaremos siempre, mi amor.- respondió Dionisio igual de contento, sosteniendo la mano de Cristina mientras ambos observaban al joven médico encender el monitor que les permitiría conocer a su bebé.

Tras cumplir con el protocolo que exige todo ultrasonido al fin llegaban al momento más esperado. La imagen apareció en el pequeño monitor, Dionisio se emociono demasiado, al igual que Cristina. Mostraba ser un bebé fuerte y sano, ya perfectamente formado.

-Felicidades.- dijo el médico con un notable acento al no ser el español su principal idioma.- Serán padres de un hermoso y saludable varón.

-¡Un niño!- exclamo Dionisio más que feliz por la noticia, inclinándose a besar a Cristina en los labios.

-Un lobito.- acordó Cristina sonriendo y derramando una que otra lagrima de felicidad, sin duda sería la viva imagen de su padre y eso le fascinaba a ella.

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now