Capítulo VI

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Había logrado su objetivo. Esa mujer que lo cautivó desde el primer instante había sido suya. Ella le había confesado que lo deseaba y de la manera más pasional se había entregado a él, sin reservas, sin dudas. Estaba saciado, completamente satisfecho por su logro, convencido que podría seguir su camino y no pensar más en ella. Pero se sorprendió a sí mismo acompañándola hacia la hacienda en la oscuridad. Deseando poder poseerla nuevamente, sentir su calor, sus caricias, sus besos sobre su cuerpo.

-Estás muy callado.- escuchó decir a Cristina de repente.- ¿Pasa algo?

Dionisio calló un momento, sosteniéndole la mirada mientras seguían caminando, él con las manos dentro de sus bolsillos, ella con las suyas cruzadas sobre su pecho. Dionisio esbozó esa sonrisa perversa y divertida que a Cristina tanto le encantaba y ella correspondió.

-Solo pensaba.

-¿En qué?- preguntó Cristina.

-¿De verdad quieres saber?

-¡Patrón! ¡Ahí viene la patrona!

Los gritos del Rubio captaron la atención de Dionisio y Cristina quienes ya se encontraban a unos metros de la hacienda.

-Sera mejor que te vayas.- dijo Cristina a Dionisio, deteniéndolo para que no avanzara más.

-Por supuesto que no. Te dejare en la entrada.- continuó caminando.

-Dionisio, no quiero problemas.- lo detuvo ella nuevamente.

-Por mi parte no los tendrás.- aseguró él, guiñándole el ojo y tomándola del brazo para que continuara caminando.

-Esteban sospechará que hay algo entre nosotros.- insistió ella deteniéndolo una vez más.

-Ay Cristina...- dijo Dionisio soltando una de sus sonoras carcajadas.- Tu marido es un ingenuo. Deja de preocuparte.- la tranquilizó y ambos siguieron su camino hasta llegar a la hacienda.

-El patrón me dio órdenes de no dejarlo entrar a la hacienda, Don.- intervino el Rubio, plantándose en el camino de Dionisio, evitando que avanzara.- Y también me pidió que si lo miraba por estos rumbos lo echara de la propiedad. Así que será mejor que se regrese por donde vino.

Dionisio encaró al joven, desafiándolo con la mirada y Cristina se preocupó al notar que el capataz estaba tomado.

-Por favor, Dionisio. Vete.- jalándolo del brazo.

-No tienes idea de con quien estas tratando, muchacho.- dijo Dionisio en tono amenazante y sin intención de darle gusto al capataz.

-¡Cristina!- apareció Esteban.- ¿En dónde te metiste?- preguntó, tomándola de los brazos.- ¿Por qué estas toda sucia y mojada?- ejerciendo presión en los brazos de Cristina y zarandeándola u poco.- ¡¿En dónde has estado?!

-Me caí del caballo, estaba lloviendo. ¡Suéltame que me lastimas!- contestó ella, haciendo una mueca de dolor e intentando zafarse.

Las palabras de Cristina y ver cómo Esteban la maltrataba fueron demasiado para Dionisio quien no logró contenerse y por instinto propio se abalanzó sobre aquel hombre, terminando ambos en el piso.

-¡¿A ti no te han enseñado cómo tratar a una mujer?!- reclamó Dionisio mientras le daba un buen golpe en la cara a Esteban.

-¡Dionisio! ¡Suéltalo!

Los gritos cargados de angustia de Cristina no fueron capaces de hacerlo reaccionar. Ella intentaba jalarlo para quitarlo de sobre Esteban, quien intentaba evadir los golpes y se retorcía de dolor por el buen derechazo que había recibido en la cara.

-¡Rubio!- gritó Esteban.

El capataz se acercó a donde se encontraban los dos hombres forcejando y con pistola en mano le dio un fuerte culatazo a Dionisio cercas a la nuca, haciéndolo caer el suelo.

-Maldito cobarde.- dijo Dionisio, riendo levemente y llevándose una mano a donde había sido golpeado.

-¡Que te pasa Rubio!- gritó Cristina mientras atendía a Dionisio y lo ayudaba a ponerse de pie.- ¿Estás bien?

-Ven conmigo, Cristina.- le pidió Dionisio.- No te quedes aquí. Ven conmigo.

-Cristina...-intervino Esteban también siendo ayudado pero él por su hombre de confianza.- ¡Te pedí que no volvieras a tratar con este tipo!

-Esteban tranquilízate y entra a la casa. Ya hablaremos tú y yo.

-Hazle caso a Cristina.- agregó Dionisio.- No me provoques más o puede no gustarte el resultado.

Ambos hombres intercambiaron miradas, retándose, pero fue Esteban quien cedió y con ayuda del Rubio entró a la casa dejando a Dionisio y Cristina solos.

-Te dije que no quería problemas.- reclamó ella.- No debiste golpearlo.

-Te estaba maltratando. No podía quedarme con los brazos cruzados.

-Aun así. No debiste hacerlo.

La actitud de Cristina lo tomó un poco por sorpresa. ¿Acaso le interesaba aun su marido? Pero entonces no se explicaba el por qué ella se había entregado a él.

*Te deseaba como tú a ella. Eso es todo. Y ya pasó.* se dijo a sí mismo.

-Por favor vete.- le pidió Cristina.

-Como quieras.- respondió él secamente.- Pero antes...- la jaló bruscamente a él, atrapándola entre sus brazos y su boca a escasos centímetros de la de ella.- Esto.

Dionisio le plantó tremendo beso, rápido pero no menos apasionado de los que anteriormente habían compartido.

-Vete.- repitió Cristina sin aliento sobre sus labios al terminar el beso, él sonrió y después se marchó.

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Al día siguiente, Cristina despertó ante los rayos de sol que se colaban por entre las cortinas de su habitación. Estaba adolorida, cosa que le recordaba continuamente el acto que había compartido con Dionisio la noche anterior. Durmió sola. Después de haber despedido a Dionisio no quiso dirigirle la palabra a su marido y eso es precisamente lo que hizo.

-Buenos días señora.- entró Luisa a la habitación con una bandeja con desayuno en mano.- El señor Esteban ya salió a montar pero antes me pidió que le trajera esto.

A Cristina no le extrañó ese gesto de Esteban pues aunque discutían poco cada que lo hacían, él hacia cosas como esas para bajarle el enojo.

-Llévatelo Luisa.- dijo Cristina, apartando las sabanas y poniéndose de pie.- No tengo hambre.

-Pero señora...

-Nada de peros. Y por favor ve a arreglarte. Acuérdate que hoy son las inscripciones en la universidad y si perdemos tiempo no alcanzarás lugar.

-Si señora.- contestó Luisa entusiasmada.- Voy a arreglarme.

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-¿Qué le parece señor Ferrer?- le preguntó aquel hombre, mostrándole la vivienda amueblada a Dionisio a las afueras del pueblo.

Quería privacidad y viviendo con Ulises no la tendría. Le agradaba la idea de hospedarse en el hotel del pueblo pero al hacer eso no podría invitar a Cristina. Necesitaba algo más privado, más íntimo y acogedor.

-Me parece bien.- contestó con poco interés.- La alquilaré por solo un tiempo. No pienso quedarme mucho en este pueblo.

-¿Viaja mucho?

-Bastante. Mi trabajo lo requiere.- respondió cortante.- ¿A nombre de quien firmo el cheque?

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Montado en su caballo, Esteban regresaba a la hacienda, esperando que a Cristina se le hubiera pasado el enojo y al fin accediera a platicar con él. Con flores en mano, desmontó y entregó las riendas de su caballo al Rubio.

-Mire nada más como le dejo la cara el Don.- comentó el capataz.

-Cállate infeliz. Tú debiste estar ahí para ayudarme.- respondió Esteban un poco exaltado.

-Pero sí lo ayude patrón ¿No vio pues el golpe que le di? Hasta la patrona por poco se me echa encima.

-Debiste matarlo. Eso es lo que debiste hacer.

-¿Matar a quién?- preguntó de pronto Acacia, sorprendiendo a su padrastro más que al capataz.

-Eeeh... Nada Acacia. Olvida lo que oíste.- respondió Esteban un tanto nervioso.- Rubio.

-¿Si patrón?

-Encárgate de El Bravo.- ordenó al capataz, refiriéndose a su caballo, queriendo quedarse a solas con su hijastra.

-¿Qué te paso en la cara?- preguntó Acacia con poco interés.

-No es nada. Una pelea sin importancia.

-¿Tú te peleaste?- incrédula ante las palabras de Esteban ya que reconocía nunca había sido un hombre violento.

-Bueno fue más como un mal entendido. Pero ya olvidemos eso. ¿A dónde vas tan temprano?

-No tengo por qué decírtelo.- respondió ella.- Pero tampoco seré grosera. Voy al pueblo con mi novio.

-¿Novio?- preguntó Esteban, sintiendo un fuego inexplicable, producto de los celos que sintió al escuchar esas palabras de la boca de Acacia.

-Sí. Ulises y yo ya somos una pareja. Y te aviso desde ahora que tanto él como Dionisio seguirán viniendo con frecuencia a esta hacienda. Te guste o no.

Dicho eso, Acacia subió a su camioneta y partió rumbo a El Soto. Esteban la miró alejarse, furioso y extremadamente dolido por el trato que ella mostraba hacia él. Había dejado de ser aquella niña dulce y tierna que adoraba y se había convertido en toda una mujer. Capaz de despertar deseo en cualquiera y aunque fuera hija de su esposa él no era una excepción a sentir dicho deseo. Tendría que hacer algo para remediar ese sentimiento prohibido y pronto.

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-Señora de verdad no sabe cuánto agradezco todo esto que está haciendo por mí. Mi abuela sigue sin estar de acuerdo en que usted pague los gastos de la universidad pero le prometo que voy a echarle muchas ganas y se sentirá muy orgullosa de mí.

-De eso no tengo la menor duda Luisa.- le aseguró Cristina a la joven.- Y por Rosa no te preocupes. Ya hablaré yo con ella.

-Muchas gracias señora. Es usted muy buena.

Ambas caminaban por la calle principal del pueblo. Repleta de vendedores y gente caminando y platicando amenamente. Para Cristina no fue una sorpresa encontrar a Dionisio almorzando en el restaurante más famoso del pueblo pero lo que sí la dejo un poco perpleja es ver quién terminó acercándose a su "amigo".

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-Hola muñeco.- saludó Perla, aprovechando que Dionisio estaba sentado de espaldas a ella, se inclinó a abrazarlo por detrás y lo besó en la mejilla.

Dionisio tomó la mano que ella mantenía sobre su pecho y la alejo de él. Estudiándola con la mirada y sonriendo con cinismo.

-Recuérdame cuál es tu nombre y de dónde nos conocemos.

-Ay que pesado.- contestó Perla indignada y tomando asiento mientras encendía un cigarrillo.- Perla papacito. Soy Perla. Conmigo no finjas que me recuerdas y bien.

-No te afanes Perla. Mujeres como tú, he tenido muchas.- aseguró él.

-Ah pues fíjate que no te creo, guapo. Yo soy única.

-¿Única en tu oficio?- preguntó Dionisio, soltando una sonora carcajada a modo de burla.- Puede ser.

-Búrlate lo que quieras, muñeco.- poniéndose de pie y acercando su rostro al de Dionisio.- Ya verás que pronto estarás de vuelta buscando mi compañía. Sabes en donde encontrarme.

Perla se inclinó hacia Dionisio con intensión de besarlo pero él tomó su rostro bruscamente entre sus manos y la alejó sin soltarla para dejar algo en claro.

-Yo decido cuando y a quién beso.- sentenció seriamente.- Que te quede claro. Ahora vete que me da vergüenza que te vean conmigo.- soltándola bruscamente e ignorándola hasta que se fue sin protestar.

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Cristina había escuchado hablar de esa mujer. Aunque llevaba poco en el pueblo ya era bastante "famosa" entre los hombres. Resopló con enfado. Había esperado más de Dionisio. Él no tenía necesidad de revolcarse con una mujerzuela. Era apuesto, rico, extremadamente guapo y podría tener a cualquier mujer rendida a sus pies. Incluso a ella.

-¿Señora, se siente bien?

-Sí, sí Luisa.- respondió rápidamente.- Luisa por qué no vas y llamas al Rubio para que venga por nosotras. Yo mientras aprovecho y voy a saludar al señor Ferrer.

-Si señora, como usted ordene.

A Luisa le resultó un poco extraño que su patrona tuviera tanta amistad con un completo desconocido. Sí había estado en la hacienda un par de veces, era vecino y amigo del novio de su mejor amiga pero aun así su patrona nunca había sido del tipo de mujeres que tratara con hombres que no fueran familiares. Mucho menos con hombres como lo aparentaba ser Dionisio. Un verdadero mujeriego.

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-Hola, Dionisio.

-¡Cristina! Esto sí que es una muy agradable sorpresa.- contestó él al saludo, poniéndose de pie e invitándola a sentarse cosa que ella rechazó.

-No puedo quedarme. Además hace un momento pareciste estar muy bien acompañado.

-No estoy muy seguro pero casi podría asegurar que eso sonó a reproche de tu parte.

-No seas cínico. Es mera observación.

-Entonces permíteme aclarar lo sucedido.- dijo él a modo de convencerla por tomar asiento pero Cristina no aceptó.

-¿Tú? ¿Tú pretendes darme explicaciones?- preguntó ella riendo levemente.

-No acostumbro hacerlo.- respondió sonriendo también.- Pero por ti puedo hacer una excepción.

-¿Y por qué has de hacerlo?

-Porque quiero hablar contigo. De lo de anoche.

Ambos se miraron fijamente a los ojos y el deseo por tenerse revivió en ellos al recordar lo que la noche anterior habían compartido.

-Sera mejor que no.- dijo Cristina, sintiendo que le faltaba el aire de repente y un tanto acalorada.- Hasta luego, Dionisio.

Ella giró y caminó rápidamente con intención de alejarse de aquel hombre que tanto la afectaba. Dionisio tiró unos billetes sobre la mesa y salió apresurado tras Cristina. Impidiéndole que llegara lejos.

-Cristina espera.- la tomó del brazo, deteniéndola.- Tu vienes conmigo.

-Por supuesto que no.- aseguró ella.

-No era una petición, Cristina. Tú vienes conmigo porque yo así lo digo.- sentenció él, guiándola en dirección a una camioneta negra estacionada a pocos metros de donde estaban.

-Dionisio suéltame. La gente nos está mirando.

-Entonces coopera, hermosa. Si no quieres que te arme un escándalo.- envolviendo un brazo por la cintura de ella.

-Está bien, está bien.- dándose por vencida.- Tú ganas.

-Yo siempre gano.- respondió él sonriendo ampliamente, feliz por el triunfo sobre Cristina una vez más.

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-¿Así que Dionisio ya no vivirá aquí contigo?- preguntó Acacia a Ulises.

-Pues no, bonita. Parece que rentó una casa a las afueras del pueblo no muy lejos de aquí.

-Qué lástima. A mi Dionisio me cae muy bien.- dijo la joven, sonriendo.

-Es un gran hombre. Un poco mujeriego, eso sí. Pero muy bueno.

-Tal vez nunca se ha enamorado.- sugirió Acacia.

-¿Dionisio?- preguntó Ulises y pensando en la posibilidad.- Tal vez tengas razón. ¿Qué te traes entre manos, bonita?

-Dionisio me gusta para mi mamá.- confesó ella entre risas.

-Eso es peligroso. Tu mamá está casada y además Dionisio no es el tipo de hombre que se compromete a largo plazo, bonita.

-El amor cambia a las personas Ulises. Solo míranos a nosotros. Mi mamá ya no es feliz con Esteban y estoy segura que Dionisio es el hombre ideal para ella.

Ulises sonrió y negó con la cabeza. Para él resultaba todo de la otra manera. Cristina era la mujer ideal para Dionisio. Pero pos supuesto no le diría eso a su novia ni mucho menos al mismísimo Dionisio.

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Estaba estacionado a la orilla de la carretera, recibiendo una importante llamada acerca de los permisos para dar inicio a la construcción del proyecto. Escuchando atento a las indicaciones que le daban del otro lado de la línea. Es por eso que no se percató en que momento Cristina salió y se alejó del auto de regreso a El Soto.

-¡Cristina!- grito él al verla a metros de distancia en la carretera abandonada.

Sin perder tiempo, Dionisio corrió hacia ella y al verlo ella también se echó a andar lo más rápido que pudo.

-¡Cristina espera!

-¡Déjame en paz! ¡Vete con tu amiguita!- gritó ella de vuelta antes de torcerse el tobillo y caer tendida sobre la hierba.

-¡Cristinaaaaaa!- gritó Dionisio alarmado al verla caer y corrió a su lado.

Cristina gemía de dolor y se agarraba el tobillo con ambas manos. Dionisio se encontraba angustiado al verla en ese estado pero se tranquilizó y le quitó la bota para ver qué tan grave había sido la torcedura.

-Todo esto es tu culpa, Dionisio.

-Pero si tú saliste corriendo, yo no te hice nada.- se defendió él mientras le sobaba el tobillo.

-Te dije que me dejaras.- lo regañó.

-Ya tranquilízate, con un poco de hielo se te quita. Ven.- Dionisio la ayudó a ponerse de pie e intentó tomarla en brazos pero Cristina con su orgullo lo rechazó.

-Yo puedo sola. No necesito tu ayuda.

-Como quieras.- la soltó él a modo de mostrarle que sí lo necesitaba.

Cristina intentó dar unos pasos pero el dolor era tan intenso que termino rindiéndose.

-Dionisio.- lo llamó.

-¿Si?- preguntó él con esa imborrable sonrisa que la contagiaba.

-Tú ganas. Puedes ayudarme si quieres.

-Encantado.- la tomó en brazos y caminó con ella hasta la camioneta.

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-Luisa.- la llamó Esteban al verla pasar por el pasillo en conexión al despacho.

-¿Si Don Esteban?

-¿En dónde está Cristina?- preguntó.- Pensé que regresaría contigo.

-Sí señor lo que pasa es que se quedó en el pueblo.- contestó la joven intentando evadir más preguntas.

-Cómo que se quedó en el pueblo. ¿Con quién?

-Bueno pues yo pienso que sola. No la vi quedarse con nadie.

El nerviosismo en Luisa fue evidente para Esteban. Cosa que lo hizo sospechar.

*Seguramente está con ese infeliz.*

-Puedes retirarte, Luisa. Y dile al Rubio que quiero verlo.

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Dionisio aparcó frente a su nueva alquilada casa. Salió del auto y fue a abrirle la puerta a Cristina para después tomarla en brazos. Ella ya no protestó. Se aferró a su cuello y recostó su rostro sobre su pecho.

-¿Y esta casa? – preguntó Cristina.

-Acabo de rentarla esta mañana.- contestó mientras entraba con ella aun en brazos y cerrando de una patada la puerta tras él.- Bienvenida.

Dionisio tomó asiento en la sala, en el elegante sofá de piel, colocando a Cristina sobre su regazo y asaltando su boca en un lento y sensual beso. Ella gimió satisfecha y él ronroneó.

-¿Ahora podemos hablar?- preguntó Cristina mientras daba leves caricias sobre la barba de Dionisio.

-Mmm. De pronto se me antoja hacer otra cosa.- dijo él sonriendo.

-Dijiste que veníamos a hablar.- le recordó.

-Eso puede esperar.

Dionisio se puso de pie, llevando a Cristina con él y se dirigió a la habitación. La colocó al borde de la enorme cama, se deshizo de su chaqueta y se arrodilló ante Cristina, tomando el delicado pie entre sus manos.

-¿Te duele?- preguntó mientras sobaba el tobillo afectado.

-Sí.- respondió ella, haciendo una mueca de dolor.

-Yo te haré olvidar el dolor.

Dionisio llevó el pie femenino a sus labios y repartió leves besos sobre él. Deslizó sus manos lentamente hacia arriba por la pantorrilla, la rodilla y el muslo de Cristina. Ella disfrutaba de su tacto, la manera en que la seducía, todo. Siempre terminaría rendida a sus pies. Lo sintió desabrocharle los pantalones y empezar a tirar de ellos hacia abajo. Ella llevó ambas manos al cinturón de Dionisio y comenzó a desabrocharlo rápidamente hasta hacer caer el pantalón al piso junto al suyo. Dionisio se deshizo de su camisa y también desprendió a Cristina de la de ella antes de recostarse sobre ella en la cama.

-Me enloqueces Cristina.- confesó mientras le besaba y mordisqueaba el cuello a ella.- Me enloqueces.

Cristina deslizó sus manos sobre el pecho masculino hacia la espalda de Dionisio, sintiendo los rasguños que ella le había dado la noche anterior. Dionisio giró dejándola arriba de él y llevando su mano hacia el sostén, deshaciéndose de él en un hábil movimiento. Cristina tomó las manos de Dionisio y las guio a sus senos, incitándolo a tocarla, a acariciarla. Él lo hizo.

-¿Te gusta?- preguntó mientras la estrujaba.

Cristina no respondió pero sí empezaba a balancear sus caderas sobre Dionisio, restregándose sobre su prominente abultamiento.

-Dime si te gusta o dejaré de tocarte.- ordenó Dionisio.

Cristina no obedeció. Dionisio giró nuevamente quedando sobre ella. Se situó entre sus piernas y tomó ambas manos de Cristina por la muñeca, apresándolas con una de sus manos sobre la cabeza de ella.

-Te gusta el control, ¿verdad?- preguntó Cristina en tono juguetón.

-Me gusta complacer.- respondió divertido mientras tiraba fuertemente de las bragas femeninas.- Y para poder hacerlo, tienes que obedecer.

Dionisio estrelló su boca contra la de Cristina nuevamente. A ella le encantaban esos besos bruscos y apasionados. Sintió la mano de Dionisio sobre su trasero, estrujándolo sin dar fin a sus besos. Sintiendo su entrepierna crecer y endurecerse para ella. Intentó liberar sus manos de su agarre pero resultoó en vano. Quería tocarlo, acariciarlo pero él se lo impedía.

-Te quiero.- susurró ella entre jadeos.

-No.- la corrigió Dionisio.- Me deseas.

-Si.- acordó ella para complacerlo.

Dionisio se deshizo de sus boxers, ambos ya completamente desnudos, y esta vez a plena luz del día, que se filtraba por la ventana, lograron devorarse con la mirada. A ella le fascinaba lo que veía y a él también. Dionisio se recostó sobre ella, apartándole las piernas y sosteniendo su peso en sus antebrazos comenzó a introducirse en ella.

-Mírame.- le exigió mientras la embestía hasta los más profundo de su ser.

Cristina esta vez obedeció pero no por mucho tiempo pues el placer era mucho más fuerte obligándola a cerrar los ojos y retorcerse bajo las caricias, los besos y las embestidas de ese hombre. Dionisio salió de ella para girarla boca abajo, acomodándola antes de volver a entrar en ella. Con embestidas lentas y pausadas la llevaba al borde del éxtasis, susurrándole al oído, tocándola con tal experiencia que la enloquecía. Sin duda era un experto en el arte de hacer el amor. La giró nuevamente y sus miradas nubladas por el deseo se encontraron. Esta vez no se detendría.

-Mírame.- ordenó él jadeante.- No dejes de mirarme.

Incrementó el ritmo y la profundidad de sus embates que eran casi dolorosos. Exquisitamente dolorosos. Cristina se dejó llevar y pronto estaba lloriqueando y gimiendo ante su liberación. Unos instantes después, Dionisio la acompañó expulsando un gruñido gutural antes de caer sin fuerzas, totalmente saciado sobre ella.

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-Ven acá.- dijo Danilo mientras jaloneaba a Perla hacia su "oficina".

-¿Qué te pasa, Dani? ¿Qué hice?- protestando sin entender por qué la maltrataba de esa manera.

-Siéntate.- le dijo mientras la sentaba él mismo, bruscamente.- Me contó el Memo que te miró hablando con este tipo hoy.- mostrándole una fotografía de Dionisio cosa que extraño a Perla.- ¿Tienes idea de quién se trata?

-No, no tengo idea.- contestó, no segura que le gustaría a él su respuesta.- O bueno sí. La otra noche estuvo en "La Victoria". Que, ¿Quién es o qué?

-Un conocido empresario. Tiene dinero, tiene poder y quiero que tú lo seduzcas. Hazlo caer. Tenemos que encontrar la forma de chantajearlo para obligarlo a que nos ayude con el negocio. Y mucho cuidado con traicionarme, chiquita. Ya sabes a lo que te expones.

Perla no quedó muy convencida pero sabía que con Danilo no se jugaba y cuando se proponía algo lo lograba. No tenía de otra más que cumplir sus órdenes.

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