Capitulo XIX

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Su piel era suave. Tan suave como la había imaginado. No resistió tocarla, acariciar su fino brazo mientras la veía dormir profundamente, tendida sobre su cama. Era tan hermosa, como un ángel que iluminaba su oscuridad. Un ángel que le hacía olvidar al demonio en el que se había convertido a causa de ese amor prohibido. Observaba embelesado el subir y bajar de su pecho a un ritmo acompasado delatando su respiración. El aroma femenino, atrapaba sus sentidos despertando en él las ganas primordiales de atacarla a besos y mucho más. Continúo con su leve caricia, a penas rozando su piel mientras descendía por el antebrazo, después por la mano y finalmente pasando al muslo de la joven mujer. El corto camisón que vestía, le permitía tocarla directamente piel contra piel. Ella no despertaba. Y él seguía acariciando. Tenía que ser suya, jamás en su vida había deseado tanto a una mujer. La erección que mantenía presa bajo la tela de sus pantalones resultaba casi dolorosa y suplicaba ser liberada por él. No resistió, y en un brusco y pronto movimiento tomo ambos tobillos de la joven, separando sus piernas y situándose entre ellas rápidamente. Intento gritar, pero él se lo impidió. Intento zafarse, luchar con todas sus fuerzas pero él no la soltó. La beso en el cuello, siguiendo por sus hombros, y bajando a sus firmes senos, disfrutándolos a su antojo hasta que el forcejeo cesó, y ella ya no se movió. Estaba helada, tan fría como la nieve, y él ya no sentía el aliento de su respiración. Estaba muerta. Esteban la había matado.

Despertó sobre saltado y empapado en sudor tras lo que se había convertido en una terrible pesadilla. Su respiración agitada y el temblor de sus manos le eran imposibles de controlar. Cerró sus ojos firmemente, sentado al borde de la pequeña cama, y respiro profundo intentando tranquilizarse. Solo había sido una pesadilla, solamente eso se convencía a sí mismo. Acacia estaba viva. Viva y tenía que encontrar la manera de que solo fuera para él.

-Yo te amo Acacia.- murmuro con pesar en la soledad de su celda y la oscuridad de la noche.- No puedo vivir sin ti...- agrego, derramando unas lagrimas casi capaces de ganarse la compasión de cualquiera.- No puedo, mi amor...- repitió una vez más, sus sollozos delatando la agonía que sentía en el alma por saberse preso de un amor que jamás sería correspondido. 

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-Ya nació.- anuncio Dionisio repleto de alegría y con una sonrisa de oreja a oreja.- Esta muy pequeño...- describió ya una vez los padres de Cristina, Acacia y los demás se habían acercado a él.- Y muy hermoso...

Todos lo felicitaron uno a uno, incluyendo Alejandra quien había llegado junto a Germán minutos atrás. Pero se mostro distante, fría, y se guardo el abrazo que Dionisio esperaba recibir ante un momento tan especial.

-Me alegra mucho que estés aquí.- dijo Dionisio un tanto nervioso a la joven ya una vez los demás se había retirado a ver a Cristina.

-La señora Cristina y Acacia no merecen menos de mí.- respondió sería.- Ellas se han portado muy bien conmigo y acompañarlas en estos momentos no me cuesta ningún trabajo. Al contrario, lo hago con gusto.

-Te lo agradezco en nombre de ellas entonces.- dijo él, intentando no prestar atención al tono en el que la joven le hablaba.

-No hace falta.- contesto cortante.- Con permiso...- agrego antes de comenzar a retirarse en dirección a la habitación de Cristina.

-Ana, espera...- la detuvo Dionisio, soltando su brazo al tiempo que ella se giraba para verlo.- Alejandra, perdón.- se disculpo él por haberla llamado así.- Sé que ahora no es el mejor momento pero me gustaría mucho que aceptaras platicar conmigo, hija. Hay tantas cosas que debes saber. 

-Yo le agradezco todo lo que ha hecho por mí.- dijo la muchacha.- Que esté pagando mis estudios.- aclaro.- Pero por favor no ahora, no me llame hija y tampoco espere que lo vea como un padre cuando toda mi vida he vivido privada de ese cariño, de ese amor y esa protección que solo un padre puede brindarle a sus hijos.- agrego Alejandra, sus ojos aguados mientras ella luchaba por contener las lagrimas.- No le guardo ningún rencor porque sea como sea, yo sé que usted es bueno.- aseguro.- Pero necesito tiempo.

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now