Capítulo XVI

4.1K 182 9
                                    


Por más que insistió, los médicos no le permitieron quedarse a lado de Cristina. Tuvieron que alejarlo casi a la fuerza mientras ella era ingresada a la sala de emergencias. Estaba aterrado, sumamente angustiado y sintiéndose culpable por lo que había sucedido. El consuelo que buscaba solo lo encontraría en Cristina, en abrazarla, en sostenerla contra su pecho y escuchar a los médicos asegurarle que ella y su bebé estarían bien. Pero no lo hicieron. Llevaba más de media hora en la sala de espera sin recibir noticias de ella. Se paseaba de un lado a otro, inquieto, dolido, solo. Sus ojos brillosos a consecuencia de las lágrimas que luchaba por contener. Él no lloraba. Dionisio Ferrer no derramaba ni una sola lágrima por nadie. Sus pensamientos quedaron en el olvido al encontrarse en la capilla de aquel hospital.

-Tú ganas.- murmuró Dionisio derrotado, su mirada fija en el crucifijo montado en la pared frente a él.- Tú ganas.- repitió, arrodillándose ante aquella cruz dispuesto a suplicar por el bien estar de su hijo y Cristina.- Todo este tiempo he vivido convencido que no te necesitaría más.- dijo, las lágrimas comenzando a rodar por sus mejillas.- Pero aquí estoy. Implorando que te apiades de mí. Yo jamás te he pedido nada hasta ahora.- continuó Dionisio al borde de la desesperación.- Jamás.- aseguró.- Por favor no permitas que le pase nada a Cristina ni a mi hijo. Por favor, te lo suplico.

Dionisio cubrió su rostro con sus manos, dejando las lágrimas caer al fin libremente. Sus sollozos, capaces de desgarrarle el alma hasta al más insensible ser sobre la tierra. No encontraba consuelo. Se mantuvo arrodillado ante aquel pequeño altar por largo rato, incapaz de emitir palabra alguna. Aunque había sido criado en un orfanato católico, él jamás se había considerado un fiel creyente en Dios. Pero necesitaba creer. En esos momentos, necesitaba creer. Solo así mantendría la ligera esperanza, de que todo estaría bien. Recordó vagamente algunos rezos que el Padre Baldomero le había obligado a memorizarse cuando era pequeño. Los recito varias veces hasta lograr tranquilizarse y dando un gran suspiro se puso de pie, dispuesto a averiguar cómo se encontraban su hijo y su mujer.

<<<<<<

-Señor.- dijo Andrés poniéndose de pie al ver a Dionisio llegar a la sala de espera.

-¿Hiciste lo que te pedí?- preguntó expectante.

-Sí Señor. La señora Lazcano no volverá a molestarlo nunca.- respondió convencido.

-Bien.- contestó Dionisio tomando asiento solo para volver a ponerse de pie al ver al Doctor llegar.- Dígame que tiene noticias de Cristina.- dijo desesperado.- Llevo horas sin saber nada de ella.- agregó un poco alterado, Andrés intentando tranquilizarlo.

-¿Es usted algún familiar?- preguntó el Doctor.

-Soy el padre del bebé que espera.- contestó Dionisio bruscamente.- Dígame como están.

-La señora Cristina se encuentra estable.- comenzó a informar el médico en un intento por calmar a Dionisio.- Los accidentes como el golpe que sufrió usualmente no implican mayor riesgo para el bebé pero es importante no descuidarlos.- explicó.- Cualquier complicación podría llevar a un aborto.

-Por favor Doctor, haga todo lo que esté en sus manos para que eso no suceda.- pidió Dionisio.

-Lo haré, de eso no tenga duda.- contestó el Doctor posando su mano sobre el hombro de Dionisio, alentándolo al verlo tan preocupado.

-Quiero verla.- dijo Dionisio.- Quiero ver a Cristina.

-En estos momentos la deben de estar trasladando a su habitación. La mantendremos bajo observación hasta que el peligro haya pasado.- explicó el Doctor.- En cuanto la instalen mandaré por usted para que pase a verla, aunque debo informarle que tal vez no despierte hasta mañana debido al medicamento que se le aplicó. Dormirá tranquila esta noche.

Dionisio agradeció al médico. No había sido el informe que esperaba pero pondría todo de su parte para cuidar de Cristina y su hijito. Nada ni nadie volvería a dañarlos. De eso él estaba seguro.

<<<<<<

-¿Isadora?- llamó el joven, entrando a la pequeña cabaña en la cual la había dejado horas atrás.- ¿Isadora?- repitió, extrañado al ver las cosas de ella aun en la habitación.

Pero ella no estaba por ningún lugar. Memo estaba convencido de que Isadora había decidido irse sin él. El sol apenas estaba por caer pero, ¿por qué no se llevó sus cosas? Nada tenía sentido, y la puerta estaba media abierta cuando él había llegado. El muchacho giró sobre sus talones para encaminarse a la salida pero quien menos esperaba se cruzó en su camino.

-Danilo.- murmuró el joven temeroso y con cierto grado de nerviosismo.

-Hola Memo. ¿Puedo?- preguntó él apuntando al sofá con intensión de tomar asiento.

-Danilo sé por qué estás aquí.- dijo el joven, notablemente aterrado por la presencia de quien se decía su jefe.

-Vengo de los plantíos.- informó, tomando asiento sin el consentimiento del joven.- Claro, no me acerqué demasiado.- continuó, sacando una pistola del interior de su saco.- Los militares dieron con el sótano, Memo. Todo está perdido.- dijo en tono amenazante, disfrutando de cierta forma del miedo del muchacho.

-Danilo mataron a mi primo, descuidé el negocio es verdad, pero entiéndeme.- explicó Memo rápidamente.- Mataron a mi primo.

-Dime en donde esta Isadora.- exigió Danilo sin prestar atención a lo que el joven le contaba.

-No lo sé.

Memo estaba siendo honesto. No tenía ni la menor idea de en donde se había metido Isadora. Pero era consciente de que a Danilo no le importaría eso. Él también lo había traicionado y pagaría muy caro por ello. No podía quitar la mirada del arma que portaba Danilo al verlo ponerse de pie con ayuda de su bastón.

-Una vez más, Memo. ¿En dónde está Isadora?

-Te juro, que no lo sé.

-Bien.- respondió Danilo, bajando la vista a su arma.- Me saludas a tú primo.- agregó, alzando el arma rápidamente al ver al joven alcanzar la suya y disparó, viendo a Memo desplomarse sobre el piso de madera quedando tendido y sin vida, su cabeza completamente ensangrentada tras el impacto de bala que había recibido.

<<<<<<

La enfermera amablemente le mostró el camino a la habitación de Cristina. Verla en ese estado le causó un pinchazo de dolor en su corazón. La culpabilidad nuevamente apoderándose de él. Dionisio se acercó a ella, tomando asiento en la silla que se encontraba a un costado de la pequeña cama, observándola mientras la enfermera hacía su revisión de rutina. No evitó mirar el monitor que registraba los latidos cardiacos, al parecer de Cristina pero, ¿por qué había dos?

-Estos...- explicó la enfermera al ver la confusión en el rostro de Dionisio.- Son de su esposa. Y estos...- agregó sonriendo, apuntando al otro grupo de latidos.- Son de su bebé.

Dionisio quedó embobado, verdaderamente embelesado al ver los latidos de su bebé en el pequeño monitor. La enfermera salió dejándolo solo con Cristina, cosa que él agradeció. Tomó la pequeña mano femenina entre las suyas, besándola con adoración y sintiendo unas lágrimas rodar por sus mejillas humedeciendo su rostro al caer.

-Vas a estar bien, mi amor.- habló él en un susurro, acariciando tiernamente el rostro de Cristina con su mano.- Y tú, mi vida.- continuó, posando su mano sobre el vientre de ella confortando a su bebé.- Tienes que luchar por quedarte con nosotros. Te adoro como no tienes idea y quiero demostrártelo. Tú y tu mamá son lo más importante en mi vida, mi amor. Tienes que estar bien.- dijo Dionisio su mirada fija sobre su mano que acariciaba ligeramente el vientre de Cristina.- Tienes que estarlo.

-Lobito es un guerrero.- murmuró Cristina somnolienta, abriendo sus ojos lentamente y sonriendo un poco a Dionisio.- Como tú.

-Mi amor, ¿Cómo te sientes?- preguntó él preocupado, besando la mano de Cristina nuevamente.

-Cansada.

-Dijo el Doctor que es por el medicamento.- explicó él.- Quieren que estés tranquila. Le hará bien a nuestro hijo que estés tranquila.

-Has estado llorando.- dijo Cristina con un dejo de tristeza, alargando su mano con mucho esfuerzo para posarla en su mejilla de él.

-No pude evitarlo.- respondió Dionisio.- Estaba desesperado, sin recibir noticias de ti, yo me habría muerto si algo te hubiera pasado a ti o a nuestro hijo, Cristina.- agregó él, inclinándose hacia ella y besándola en los labios tiernamente.- Te amo.

-Y nosotros te amamos a ti.- murmuró ella sonriendo, antes de caer rendida en un profundo sueño.

<<<<<<

Oculto en un punto elevado de terreno a la orilla de la carretera conocida como El Paso del Diablo, aquel joven peón observaba a su patrón acercarse a la distancia. Siempre lo había admirado, respetado, pero últimamente envidiado. Ese hombre poseía todo lo que él añoraba. Esas tierras. Una generosa mina de oro para quien supiera sacarle provecho, y él sabía. Una esposa. La más hermosa de las mujeres, única, e inigualable, nada ni nadie se le comparaba. El joven sonrió para sí, en resignación al realizar que él siempre sería muy poca cosa para ella. Su patrón se aproximaba. Despreocupado y atento a la carretera. En un repentino impulso, el peón tomó una pala que se encontraba en el área, entre sus manos, su respiración acelerando, y él comenzando a sudar mientras su mente era invadida por pensamientos inimaginables. Quería respeto. Admiración. Quería el lugar de Alonso, su patrón, y sabía lo que tenía que hacer para obtenerlo. No lo pensó más y con ayuda de la pala manipuló las rocas presentes, provocando así un derrumbe que llevaría a su patrón a la muerte.


Esteban despertó sobresaltado, empapado en sudor, buscando alejar ese mal sueño de su mente. Encontrarse encarcelado en esa diminuta celda no sirvió a su favor. Miraba unos rayos de sol filtrarse por la pequeña ventana colocada a lo alto de su encierro. Había perdido la noción del tiempo. No podía quedarse ahí, no lo aceptaría. Ya una vez había salido bien librado y por el mismo crimen. No permitiría ser juzgado y encontrado culpable ahora por la muerte de un simple capataz.

-¡Guardia!- gritó demandante captando la atención del joven oficial.- Exijo hacer una llamada.

<<<<<<

Cristina despertó un tanto desorientada hasta recordar lo sucedido el día anterior. Llevó ambas manos sobre su vientre, aliviada de que su hijito se encontraba bien al ver el monitor marcar sus latidos. Giró su rostro hacia el sofá, encontrando a Dionisio tendido sobre él. Era demasiado grande para haber dormido cómodamente ahí, seguramente despertaría con un terrible dolor de espalda y cuello. Cristina no evitó sonreír levemente al verlo, aparte de algunos malestares ya se sentía un poco mejor. Tiró las sabanas a un lado con intención de ponerse de pie pero haciendo ruido en el proceso y despertando a Dionisio también.

-Cristina, ¿Qué haces?- dijo él, desperezándose rápidamente y acercándose a ella, impidiéndole ponerse de pie.

-Necesito ir al baño.- contestó ella.

-Yo te llevo, mi amor.- respondió él con intención de tomarla en sus brazos.

-No es necesario, yo puedo.- dijo ella, poniéndose de pie y sintiendo un leve mareo.

-Por favor permíteme ayudarte.- dijo Dionisio al verla tomar asiento nuevamente y hacer una mueca de dolor.- Piensa en nuestro bebé. El Doctor fue muy claro, Cristina.- informó él.- Reposo absoluto, mi amor. Así que nada de esfuerzos innecesarios.

-¿Eso dijo?- preguntó ella.

-Sí.- aseguró Dionisio.- Cristina.- dijo él, agachándose en cuclillas frente a ella, tomando las manos de Cristina entre las suyas.- Estuve pensando y, creo que es hora de que tu hija y tus padres sepan de tu embarazo.- sugirió un tanto nervioso, mirando a Cristina a los ojos, y ella no podía estar más de acuerdo con él.

<<<<<<

-Llegaste muy tarde anoche.- reclamó Perla a su amo.- ¿En dónde andabas, Danilo?

-¿De cuándo acá te debo explicaciones a ti?- respondió él, visiblemente trasnochado sentado tras su escritorio.

-¿Por qué me tratas así? Yo no he hecho más que preocuparme por ti.

Era verdad. Perla había dado su vida entera a ese hombre que poco la apreciaba. La usaba. Sí. Y a su beneficio. Pero Danilo no podía negar que esa mujer le había sido fiel toda su vida, o bueno, el tiempo que la conocía. Leal como ninguna otra. Dispuesta a hacer todo por él.

-Encontré a la Turquesa.- confesó él, ciertamente fuera de sí debido a la gran cantidad de alcohol que había consumido la noche anterior.- Ha estado aquí todo este tiempo.

-Eso no puede ser, no puede ser.- respondió Perla alterándose como de costumbre.- Tienes que olvidarla, por favor tienes que olvidarla.

-Cállate.- dijo enfadado ante los lloriqueos y suplicas de Perla.- Olvidarla nunca. Quiero matarla.- agregó Danilo, estudiando atentamente la fotografía de la joven.- Matarla como lo hice con Memo.

-¿Mataste a Memo?- exclamó Perla, visiblemente sorprendida y hasta afectada pues sin querer reconocerlo ese muchacho se había vuelto importante para ella y ahora estaba muerto.

-Tú más que nadie sabe que conmigo no se juega, chiquita.- respondió él, viéndola derramar unas lágrimas y aterrada tras su confesión.

<<<<<<

-Vine en cuanto me llamaste. No entiendo qué paso, ¿por qué estás aquí?

-Eso no importa, Norberto.- respondió Esteban.- Necesito que consigas un buen abogado que me saque de aquí.

-Puedo ir con Becerra, él...

-Ese imbécil se negó a ayudarme.- espetó él con desprecio.- Consigue a alguien más, ofrece la cantidad que sea necesaria pero tienen que sacarme de aquí.

Norberto asintió pero sin realmente estar convencido. Esteban jamás le había caído del todo bien y si trataba con él era porque así le convenía. Pero por supuesto también le convendría y mucho más que no saliera de ese lugar jamás.

<<<<<<

No quiso llamar por teléfono. Una noticia como esa espantaría demasiado a Acacia a través de ese medio. Dionisio decidió hacer el corto viaje a La Benavente cerca de mediodía. No mencionaría nada del embarazo, ese había sido el trato con Cristina. Ella había pedido que lo hicieran juntos ya una vez se encontraran sus padres y su hija con ella en el hospital. Aparcó afuera de la hacienda, bajando de su camioneta y encaminándose a la entrada. Llamó a la puerta ya una vez ante ella siendo recibido y bienvenido por Luisa quien lo condujo a la amplia sala de estar en la cual se encontraban Acacia y Alejandra platicando.

-Perdón por interrumpir.- dijo Dionisio, captando la atención de las muchachas quienes se acercaron rápidamente a él para saludarlo y abrazarlo efusivamente.

-Hola Dionisio.- dijo Acacia besándolo en la mejilla a modo de saludo.

-Señor, ¿Cómo está?- siguió Alejandra, feliz de volver a verlo.

-Bien, muchacha. Bien.- contestó él un tanto nervioso al verlas buscar a Cristina con la mirada.

-¿Y mi mamá?

-Acacia.- comenzó a decir él.- No quiero que te preocupes pero hay algo que debes saber.

-¿De qué se trata?- no evitando ocultar la angustia tras las palabras de Dionisio.- ¿Le pasó algo a mi mamá?

-Por favor tranquilízate, Cristina tuvo un accidente ayer por la tarde pero ya se encuentra mucho mejor. No quiero que te preocupes solo quise venir a avisarte porque ella quiere hablar contigo.

-¿Pero por qué no me avisaron antes?- reclamó ella.- Yo debí estar a su lado.

-Todo sucedió tan rápido, yo mismo no sabía qué hacer.- explicó Dionisio viendo a Alejandra confortar a su amiga.

-¿Pero qué fue lo que pasó?- repitió la muchacha exigiendo saber más.

-Preferiría que Cristina te lo cuente.- respondió él.- Ella así lo quiere.

-Iré por mi bolso, ahora regreso.- dijo la joven, disculpándose y dirigiéndose hacia su recámara.

-Lamento haber interrumpido su conversación.- comentó Dionisio al verse sólo con Alejandra.

-No se preocupe.- dijo la muchacha sonriendo amablemente.- Era necesario que lo hiciera y yo lo entiendo.

-Gracias.- respondió Dionisio sonriendo de vuelta a Alejandra.

-Solo le platicaba un poco a Acacia de mi mamá.- explicó la joven, acercándose a la mesa de centro y tomando lo que parecía una fotografía entre sus manos.

-Me alegra que lo hagas.- aseguró Dionisio sintiéndose privilegiado que la muchacha confiara en él.- Como ya te dije una vez, hace bien sacar todo lo que llevamos dentro. Te lo digo por experiencia.

-Agradezco sus consejos. Usted, la señora Cristina y todos los de esta hacienda se han portado muy bien conmigo. Mi madre murió hace varios años, ¿sabe?- confesó la joven, intrigando a Dionisio.- Pero en este lugar, siento que he encontrado una familia a la cual poder pertenecer.

-Te entiendo perfectamente.- comentó Dionisio.- Y lamento mucho lo de tú mamá.

-Gracias.- agradeció Alejandra, posando la vista en la fotografía que sostenía en sus manos.- La extraño mucho, pero sé que desde el cielo me cuida a donde quiera que voy.

-¿Puedo?- preguntó Dionisio, extendiendo su mano, pidiendo permiso para ver la fotografía.

Alejandra asintió y le entregó la fotografía a Dionisio. Él sonrió y al fijar su mirada sobre ese rostro plasmado en papel su sonrisa se desvaneció, alzando la vista rápidamente a Alejandra. Su mirada de sorpresa, de incredulidad. Alejandra se espantó un poco por la reacción de Dionisio y tomando la fotografía de sus manos dio unos pasos atrás. Él no dejaba de mirarla, completamente atónito, sin habla.

-¿Ana?- murmuró él, en un tono casi inaudible.

La sorprendida ahora era Alejandra. ¿Cómo sabia él que ese era su verdadero nombre? ¿Acaso la conocía? Tal vez era cliente de aquel asqueroso lugar, se dijo a sí misma. Ya una vez él le había dicho que su rostro se le hacía conocido. Pero no. Ella no lo recordaba. Dionisio no era como esos hombres que habían abusado de ella. No. Él no era así. ¿Pero cómo sabía su nombre?

-Por favor discúlpame con Acacia.- al fin logró decir Dionisio, evadiendo la mirada de la joven, visiblemente nervioso.- Recordé que tengo algo que hacer antes de regresar al hospital.- concluyó antes de salir disparado por la puerta principal, dejando a Alejandra tanto o más confundida que él.

<<<<<<

-Mi nombre es Andrés Duarte.- se presentó el hombre ante el matrimonio que lo veían extrañados.- He venido a petición del señor Dionisio.

Comenzaba a oscurecer cuando al fin había arribado a casa de los padres de Cristina. San Jacinto. Dionisio le había pedido ser lo más compasivo posible. Tal vez estaba siendo demasiado formal. Lo miraban de manera extraña así que Andrés ajustó su compostura e intentó sonar lo más amigable posible.

-No hay necesidad que se preocupen porque su hija ya está bien.- comenzó a decir viendo a Elenita y Juan Carlos tensarse un poco ante sus palabras.- Pero me han enviado para llevarlos a El Soto. La señora Cristina y el señor Dionisio desean, quieren.- se corrigió a sí mismo.- Hablar con ustedes.

No hubo protestas por parte de los padres de Cristina pero sí muchas preguntas, las cuales Andrés se encargó de aclarar y otras no tanto.

<<<<<<

Necesitaba estar solo. Había pasado horas conduciendo sin rumbo por el pueblo, aclarando su mente. Pensaba que al descubrir la verdad todo resultaría más fácil. Pero no era así. No era así. No sabía cuál paso tomar. Todo se complicaría demasiado. Cristina, su bebé. No quería perderla a causa de algún mal entendido. Y Ana. ¿Cómo le haría para saber si realmente era quien él la creía ser? Aparcó afuera de su casa, saliendo del auto y caminando hacia la entrada con la llave en mano.

-Señor Ferrer.- llamó una voz familiar a sus espaldas haciéndolo girar y apartándolo de sus pensamientos.- ¿O debería llamarlo, señor Gutiérrez?- preguntó el comandante Juárez tomando a Dionisio completamente por sorpresa.- ¿Podemos hablar?

<<<<<<

-Mamá.- exclamó Acacia angustiada al entrar en la habitación y ver a su madre tendida sobre la cama.- ¿Por qué no me avisaste antes?- preguntó lanzándose a los brazos de su madre y abrazándola ligeramente, pensando podría lastimarla.

-Tranquilízate hija.- pidió Cristina tiernamente.- Ya estoy bien, mi vida.- le aseguró con una sonrisa plasmada en su rostro.

-Señora.- dijo Alejandra, tímidamente manteniéndose junto a la puerta.- Lamento lo que pasó pero me alegra ver que se encuentra bien.

-Ven Alejandra.- la invitó Cristina.- Dame un abrazo.- agregó extendiendo su mano y sintiendo a la muchacha hacer lo que le pedía.- Gracias por venir.

-La verdad es que nos preocupamos mucho cuando Don Dionisio nos dio la noticia.- dijo la joven.

-Sí mamá.- concordó Acacia.- Pero no nos quiso decir qué es lo que te pasó.

-¿Vino con ustedes?- preguntó Cristina extrañada por la ausencia de Dionisio.

-No.- respondió Acacia.- Pensé que ya estaría aquí contigo. Nosotras nos demoramos un poco esperando a Ulises. Y Ale dice que lo vio salir con mucha prisa de la hacienda después de avisarnos que estabas aquí.

-Qué raro.- dijo Cristina frunciendo el ceño, pensando en donde pudiera estar Dionisio a esa hora.

<<<<<<

No le había quedado de otra más que invitar al comandante a entrar. Quería platicar. Pues platicarían. Dionisio estaba muy pero muy interesado en saber de dónde había sacado ese pedazo de información acerca de él y lo iba a averiguar.

-Héctor Gutiérrez.- murmuró Dionisio, su mirada perdida, una copa de whiskey en mano, sentado en el sofá en compañía del comandante.- Soy yo.- confesó sin rodeos.

-Explíquese, por favor.- pidió el comandante.

-¿Es esto un interrogatorio?- preguntó a la defensiva.

-Le aseguro que no. Simple curiosidad señor...- pausando sin saber a cuál de los dos apellidos acudir.

-Ferrer.- contestó Dionisio.- Seré breve y al punto porque no tengo el tiempo y mucho menos la paciencia para contarle toda mi vida, señor Juárez.- comenzó Dionisio.- Héctor Gutiérrez es el mi nombre real.- explicó él.- El nombre con el cual mis padres me registraron al nacer. Un simple nombre que fue olvidado cuando ellos murieron y yo fui abandonado en un orfanato en el cual crecí. En ese orfanato precisamente, me bautizaron como Dionisio.- continuó él.- No tenía apellido. Ese lo...- pausando para encontrar la palabra correcta.- Adopté yo mismo más delante en mi vida. Yo no supe mi verdadero nombre hasta que tuve el dinero suficiente para investigar mis raíces. No hay nada oculto aquí, comandante.- aseguró Dionisio.- Es un simple nombre.- concluyó poniéndose de pie, incitando al oficial a hacer lo mismo.- Ahora si me disculpa, tengo un asunto muy importante que atender.

-Agradezco su tiempo.- dijo el comandante sinceramente, encaminándose hacia la salida.- Una cosa más señor Ferrer.- comento deteniéndose antes de salir.- ¿Usted sabe quién mató al Rubio?

-No.- respondió Dionisio tras un momento de silencio.- No lo sé. Pero si yo fuera usted, apostaría por Esteban Domínguez.

El comandante asintió y salió, cerrando la puerta tras de sí. Retirándose con cierta admiración y respeto hacia ese hombre que se había dado la oportunidad de tratar. Dionisio Ferrer. Sin duda un hombre de éxito con una historia que valía la pena escuchar.

Dionisio entró en su despacho. Tomó asiento tras su escritorio, sacando su misterioso portafolio del cajón asegurado bajo llave. Tomó aquella carta desgastada entre sus manos. La misma que Cristina estuvo a punto de leer. La misma dirigida a un tal Héctor Gutiérrez. La misma que guardaba lo último por saberse de él.

-Alejandra.- murmuró a sí mismo, su mirada fija en el papel frente a él.- Alejandra es Ana, mi hija.- confesó al fin, sabiendo que no sería tarea fácil acercarse a ella y mucho menos contarle la verdad a Cristina.

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now