Epílogo

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Un mes después de los hechos acontecidos en la casa del viejo Ebert, el duque Jacques y su asistente Guy pudieron regresar a la hacienda de propiedad de los D'Levallois. Si bien ya estaba mucho mejor, aun le dolía mucho la herida y el viaje lo había agotado al punto de, por indicación del médico de la familia, guardar cama por varios días más para evitar que la herida sangrara.

Una vez el duque estuvo instalado nuevamente en su cama, su asistente entró con la bandeja de los mensajes en el cual había una nota remitida por el conde Lemoine.

—Mi señor, el conde le escribe.

Jacques, rompió el sello de cera que tenía y comenzó a leer la nota asombrándose más y más con cada línea que leía, después de un par de leídas le hizo una seña a Guy para que se sentara a su lado en la cama y comenzó a leer en voz alta para que él supiera qué decía.

Mi querido duque,

Le escribo esta misiva para informarle que las investigaciones con referencia al caso del viejo Ebert y su sobrino Eliot por fin, debo decir muy satisfecho, que están concluidas.

Es a bien informarle que encontramos a un testigo importante entre los trabajadores de la granja de ese viejo quien nos dio importantes alcances sobre ambos hombres. Este trabajador, nos contó que cuando el hermano del viejo Ebert murió, este fue en busca de su sobrino, el cual no gozaba de buena reputación en el pueblo donde vivían. Es sabido y confirmado que en su pueblo natal fue acusado de haber ultrajado a dos mujeres, pero al ser estas de dudosa reputación, la acusación no prosperó con el gobernador del pueblo, algo que personalmente me he ocupado de corregir, ya que todos merecen ser escuchados y sobre todo de recibir justicia.

Retomando el relato de aquel hombre, nos contó que esa misma noche que llegó a vivir a la casa de su tío, él lo había visto llegar bañado en sangre y al parecer el viejo Ebert también. Eso le llamó la atención, pero al final no le tomó importancia ya que faltaba un cerdo y supuso que lo habían matado. Hasta que supo lo que pasó con usted, mi querido duque, y que era culpado por las muertes de tantas jóvenes, el trabajador no había caído en cuenta de lo importante de su descubrimiento. Inmediatamente el general de la brigada revisó de cabo a rabo la propiedad y pudo ver que el viejo era un pervertido y morboso ya que tenía notas muy exactas y explícitas sobre lo que les pasaba a las muchachas desaparecidas y que luego eran encontradas muertas. Debo decirle que incluso el número era mayor al que teníamos conocimiento.

Ese hombre era testigo de cómo su sobrino cometía tales atrocidades, en secreto, disfrutaba de todo aquello hasta que le llegaba remordimiento de consciencia –si se puede llamar de ese modo– y castigaba a su sobrino por sus actos y luego los documentaba.

En una de las notas, el viejo cuenta cómo el joven y su hermano fallecido compartían ese peculiar pasatiempo. Según esas notas, el padre se divertía abusando sexualmente de las jóvenes y luego el joven las mataba de la forma más salvaje que usted ya tiene conocimiento. El viejo Ebert, pensó que a la muerte de su hermano y llevándose a su sobrino a casa lo controlaría, pero al parecer ver lo que su sobrino les hacía a las mujeres despertó en él el morbo de ser un observador, después era el propio viejo quien se deshacía de los cuerpos.

Sobre la muchacha que sobrevivió nunca sabremos realmente cómo logró sobrevivir y cómo ellos no se dieron cuenta que ella no había muerto, eso al parecer nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que ese hombre era también un enfermo, toda esa familia lo era y ahora doy gracias a nuestro creador y a usted, mi querido duque, que este caso por fin se puede dar como concluido.

Quedo de usted con mi mayor estima,

Conde Patrizio Lemoine

—Por fin terminó, mi querido Guy, por fin podremos estar seguros que las almas de esas pobres mujeres descansarán en paz.

—Si mi señor, por fin encontraran su camino a la paz.

Ambos se quedaron mirándose y sonrieron, se dieron un beso dejando la nota a un lado mientras las manos del duque vagaban por el cuerpo de su asistente y lo hacía gemir de placer. Ahora estaba bien y por fin las mujeres habían sido merecedoras de justicia.

El camino al destino de cualquier persona o alma siempre debe ser marcado no solo por la providencia, sino también por la justa gracia de haber vivido y ser reconocido, pero sobre todo reivindicado en falta u omisión.


Fin


El Camino al destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora