CAPÍTULO 22

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Otra vez me siento privada de mi capacidad de visión. Me envuelve la oscuridad por la que Nick corretea en sumo silencio en busca de mis puntos débiles para poder tumbarme golpe tras golpe. Lo que él no sabe es que yo ya me he convertido en una experta de este juego. En un rincón de mi cabeza sigue bastante viva la imagen de cuando me despedí de Alex hace dos días. No volvimos a mencionar el tema de lo acontecido en la playa en el camino de vuelta a casa de mi tía. Prometimos volver a vernos en un futuro y nos deseamos mutuamente suerte en nuestras vidas. Un imperceptible movimiento de aire a mis espaldas me eriza el vello de la nuca y pivoto sobre mi pie izquierdo para lanzar una buena patada lateral con la otra pierna. Ésta impacta contra lo que creo que son las costillas y Nick gime de dolor, pero no baja la guardia. Deduzco su próximo ataque y levanto el antebrazo derecho bloqueando el que habría sido un acertado puñetazo en mi cara y, casi a la vez, imito su movimiento con mi mano izquierda. Él no me lo va a poner tan fácil y la atrapa con la suya para frenarla, tira de ella hasta colocarme con mi espalda pegada a su pecho, inmovilizándome. Forcejeo sin conseguir que su abrazo afloje. Mi mente baraja diferentes soluciones. Cargo el peso en mi pierna izquierda y, con la derecha, le golpeo por la parte interior de la suya y hago que las abra más. Cambio de peso y lanzo una patada hacia atrás hasta alcanzar su zona más débil. Ahora sí que suelta el agarre en un gesto de dolor y aprovecho la oportunidad para escabullirme dando una voltereta en el suelo y poniéndome de pie otra vez de cara a él y en guardia. Escucho sus gemidos y deduzco que todavía no se ha recuperado.

- Si quieres podemos dejarlo ya - digo para provocarle. 

- Vas a necesitar más que eso para que me rinda - contesta con la voz entrecortada.

Escucho el crujir de sus articulaciones al enderezarse y me preparo. Movido por las ganas de devolverme la jugarreta se olvida de actuar con sigilo. Así que -por la fuerza de sus pisadas- sé que viene corriendo en línea recta, me agacho hacia un lado y estiro una pierna un segundo antes de que arremeta contra mí. Tropieza, pero no cae de bruces ya que no oigo el impacto contra la colchoneta. Lo que sí siento es un dolor punzante en la parte baja de mi columna vertebral que me paraliza. Intento zafarme de este estado de inmovilidad sin éxito.

- Ni siquiera te esfuerces. Solo yo puedo quitarte de la parálisis - me susurra al oído la voz de Nick.

- ¿Y a qué estás esperando? - pregunto impaciente.

- Tú me has dado una patada en los huevos, así que esta es mi venganza. Además, te enseñaré cómo se hace por si necesitas aplicarlo en un futuro.

Sus dedos recorren suavemente mi columna en toda su longitud hasta pararse en el punto exacto.

- El truco está en clavar los dedos índice y corazón en un golpe seco entre las vértebras 23 y 24, en la zona lumbar.

- Estupendo. Ahora mismo lo que más me interesa es la parte en la que explicas cómo se deshace esta cosa.

Me empiezan a dar calambres en la pierna que todavía se mantiene estirada y a cansar la otra sobre la que cargo todo mi peso.

- Está bien.

Sus manos se posan en mi cuello y va haciendo presión con los pulgares en cada vértebra a medida que bajan por mis espalda, provocando que me estalle continuamente a su paso. Cuando concluye el recorrido, me siento liberada y, con los músculos agarrotados, me pongo de pie. Las pisadas de Nick se alejan y suena el débil click del interruptor. Tengo que cerrar los ojos por el repentino baño de luz y esperar a que mis pupilas disminuyan de tamaño y se me acostumbre la vista. cuando al fin abro los ojos, Nick ya está guardando sus gafas de visión nocturna en su estuche y colocándolas en el armario.

- Cada vez aprendes más rápido y dentro de nada ya estarás a la altura del resto del equipo. El tiempo corre y en apenas dos semanas será el día de partir hacia Alaska.

El hecho de que el día definitivo se acerca me emociona y me asusta a la vez. Hasta ahora lo he estado viviendo como si esto fuera un juego, pero me doy cuenta de que es real. Tan real que da miedo. Pero no estoy sola, y me tranquiliza en parte.

- Mañana te enseñaré a utilizar un arma -. Trago saliva costosamente.

- Odio esas cosas del demonio.

- Si quieres tener alguna posibilidad de vivir, las vas a necesitar - empieza a acercarse hasta encontrase a escasos centímetros - Y para cuando terminemos la misión... quiero seguir teniéndote con vida.

Va aproximando su boca hacia la mía a una lentitud casi desesperante. Pruebo yo a acortar la distancia hasta rozar sus labios, y Nick se echa hacia atrás, provocándome. Repite el movimiento para darme un suave beso en la comisura y vuelve a retirarse. Lo hace dos veces más, hasta que me harto. Entrelazo mis dedos detrás de su cuello para impedir cualquier intento de evasión. Ahora soy yo la que me acerco y él no se resiste. Lo ve como un juego. Sonríe. Le beso y él aprieta sus labios el uno contra el otro, sin corresponderme. Paro y le miro frunciendo el ceño. Levanta una ceja. Suspiro y alzo las dos.

- Me tengo que ir - digo en bajo.

Me acaricia el contorno del trasero y me responde en el mismo tono:

- Te acompaño a la puerta.

Me levanta por el culo y rodeo su cintura con mis piernas. Ahora me besa en serio mientras camina hacia la salida. Abre la puerta todavía sosteniéndome y me posa en el suelo al otro lado del umbral. Se muerde el labio y cierra la puerta rompiendo el contacto visual. Niego con la cabeza y me giro para marcharme.


Zona de guerra (Nick Robinson)Where stories live. Discover now