21. Ojos Esmeralda.

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Entrar en Noxus no fue tan difícil como habían supuesto. En la entrada había una multitud de personas descargando carretas con metal y mercancía, escabullirse fue cosa fácil, la dificultad aumentó una vez adentro: Sus ropas eran muy llamativas como para poder pasar desapercibidos. Las telas blancas y doradas que cubrían la apariencia de la vastaya eran muy brillantes comparadas con las ropas negras, grises y rojas de los noxianos. Mientras que el azul que traía puesto Yasuo y su hombrera tampoco era de mucha ayuda. Apenas habían llegado y ya llamaban la atención de los ciudadanos cercanos, quienes cuchicheaban a sus espaldas.

Los jonios decidieron perderse entre la multitud de mercaderes y clientes, tomando de manera disimulada un par de telas marrones, similares a la humeda tierra que cubría la nublada ciudad noxiana. Caminaron hasta un callejón inhabitable y solitario, para así acomodar sus ropas. Quitaron rapidamente la delicada tela blanca de seda y la capa que Luxanna les había entregado y la tiraron al suelo, ocultandola con la tierra. Rápidamente Yasuo paso una tela gruesa y áspera por encima de los hombros desnudos de Ahri, logrando que se lastimara levemente con el brusco tacto. Frunció el ceño, pero Yasuo la ignoró, colocando la capucha, amarrando en su cuello la caperuza con un hilo de cuerda de caña, gruesa y difícil de manipular para la delgada vastaya.

La vieja, pero joven mujer alzó la vista, intentando mirar sus ojos para expresarle su preocupación. Le preocupaba como los noxianos los miraban al pasar, tratando de decifrar que eran, quienes eran y a que venían. Pero Yasuo volvió a ignorar sus ojos; mirando a los lados, empujó la cabeza de Ahri hacia abajo, obligándola a mirar el suelo, tapandola más con aquella áspera tela.

—Tus ojos. —recordó.

Aquellos ojos peculiares que la delataban de inmediato. No podía arruinarlo nuevamente. Apretó los puños debajo del manto, sin que el espadachín pueda darse cuenta.

Yasuo acomodó los últimos detalles del 'disfraz' de Ahri, ocultando más sus colas, orejas y rostro. Irritando a la vastaya.

—No es necesario que me escondas de esta forma. —comentó ella, en voz baja.

—Si lo es. —se opuso a su pensamiento, atando mejor la cuerda.

—Claro que no. Te avergüenzas de mí, de mi extraña apariencia. —especuló.

Habían muchos más magos que en Demacia, la magia estaba permitida y, aunque la mayoría de vastayas que habían pisado el suelo noxiano pagaron con su vida, eso había cambiado un poco, logrando que haya una diminuta cantidad de ellos en toda la nación. No era realmente necesario.

—No digas idioteces, no hay tiempo para discutir. —resaltó, un poco molesto.

—¿Entonces es verdad? —preguntó ella al ver que no se había negado.

—No… es solo que tu peculiaridad se relaciona con Jonia. —explicó, con rapidez.

—Hay vastayas noxianos. —mencionó, bajando la mirada para centrarla en el pecho descubierto de su pareja.

—Tus vestimentas son típicas de nuestra nación. —se excusó.

—Puedo hacerme otro vestido con esta tela, quedará algo maltrecho, pero ayudara para pasar desapercibido. —resolvió, con una mirada desafiante.

—No... Perderemos tiempo. —se negó, un poco impaciente.

—Solo me tomara unos segundos…

Mi Flor de CerezoWhere stories live. Discover now