18. Miradas.

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La marea de gente iba desapareciendo a medida que avanzaban al hogar de la noble Crownguard. Lux no paraba de hablar sobre su familia, quienes vivían en la ciudad demaciana Lago Plateado. Su hermano era un fuerte soldado demaciano, ella relataba sus miles de hazañas y su relación con él, que se fue desgastando con los años. Yasuo se perdía en la mitad de los relatos, prefería intimidar a los cobardes que los observaban detrás de sus rejas a seguír oyendo la chillona voz de Luxanna. La chica ya se había percatado del poco interés que el guerrero mostraba, pero aún así era agradable hablar con alguien.

—¿Qué los trae a Demacia? —pregunta Lux, llamando la atención de su acompañante.

—Asuntos personales. Nada de lo que quiera hablar contigo. —responde friamente.

Si fuera otra persona, otro noble o un soldado, le hubiera pedido que se retire inmediatamente antes de que él y su esposa fueran delatados y por lo tanto castigados, pero como se trataba de Lux, una dama comprensiva y tranquila, ella solo asistiría y cambiaría de tema.

—¿Desde hace cuanto se conocen? Por favor, te ruego que no mientas. Quiero saber su historia. —pide la rubia, juntando sus manos en su pecho.

Yasuo bufa, acomodando rapidamente a Ahri es sus brazos.

—¿No crees que sea mi esposa? —pregunta él, enfadado.

—Es complicado cuando no hay anillo. Pude observar que solo llevas una pequeña parte de tu armadura —comenta, señalando la hombrera y muñequeras. —, eso puede significar que eres un exiliado y no un hombre que descarga la mercadería de los barcos.

—No es motivo suficiente para no creerme. —interrumpió, frunciendo el ceño.

Lux acomodo su capa para que cubriera las piernas de Ahri, observando aquella blanca piel digna de quien viva en una zona nevada. La rubia notó que uno de sus vecinos salía de su hogar, mirando con rareza a los invitados de la señorita.

¿Mataste a alguien? —bromeó el hombre, acomodando su armadura mientras bajaba las escaleras de la entrada hasta llegar a las rejas.

Lux paró, obligando a Yasuo a hacerlo. Ahri murmuró algo en su idioma nativo, acurrucandose en el pecho de su amado. Aún temblaba del dolor, y ya no aguantaba más esconder sus nueve colas. Debían apresurarse.

No, solo ayudo a estos viajeros en encontrar un refugio. —contesto la demaciana, entre risas.

¿Qué dirá Augatha cuando se entere? —pregunta, con un tono de disgusto en su voz al ver a los vagabundos. Yasuo le dirige una mirada amenzante.

Ella no tiene porque saberlo, de todos modos no está aquí. —contestó Luxanna sin un rastro de alegría en su voz, comenzando a caminar nuevamente hacia su hogar.

¡Cuando esos dos vagabundos se vayan de tu noble hogar podemos divertirnos, Luxanna! —gritó el soldado, riendo y silbando.

—Cerdo. —murmuró la rubia, llamando la atención del joniano, quien creía que aquel soldado era el prometido de la rubia, ya que generalmente a las jóvenes demacianas las obligaban a casarse con alguien noble o rico, a menos que ellas fueran soldados a alguien más importante que los mismos pretendientes.

Llegaron a la casa en donde la Crownguard vivía sin haber dicho ni una palabra. Luxanna abre las blancas rejas y deja pasar a Yasuo delante suya como si fuera una dama, luego de cerrar, corre hasta la puerta principal, abriendo ésta para que el joniano vuelva a pasar de la misma manera.

La casa era enorme. Contaba con dos sirvientes, dos habitaciones, dos baños, dos pisos y un establo, todo menos el lugar en donde los caballos se quedaban estaban hechas de petricita y mármol. Lux corre por toda la casa acomodando algunas cosas y recogiendo varias prendas que se encontraban en el sofá. Se quita su pesada armadura, dejándola a un lado y guía a Yasuo hasta la habitación de invitados, donde recuestan el cansado cuerpo de la vastaya, quien deliraba y sudaba. Sus ojos se mantenían cerrados y se aferró de inmediato a las sábanas, asustando a los humanos presentes.

Mi Flor de CerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora