2. Preciosa criatura espiritual.

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Caminamos sobre la blanca nieve, mis pies se helaban al hundirse en esta. La vastaya caminaba detrás de mí y Sunk'het; él y yo hablábamos de manera tranquila, el cantinero me preguntaba cosas sobre mi pasado, preguntas que evadía con más preguntas. Mencionó a su esposa, que era una vastaya de la tribu Lhotlan, mitad ave mitad humana, y con orejas de liebre, comentó que era una de las más jóvenes de su tribu, junto a dos vastayas más, una bandida y el símbolo de la danza y fiestas. Ignoraba lo demás que me decía, solo asentía, haciéndole creer que lo estaba escuchando. Me preguntaba qué edad tendría la mujer zorro, si era la más joven de su tribu o quizá la más vieja.

Llegamos al hogar que usaríamos como refugio, este era pequeño y acogedor, contaba con una chimenea y una recámara con una cama matrimonial. Sonrío para mi al ver aquel pequeño detalle, tal vez pueda intentar algo con la vastaya.

—¿Por que irán hacia el norte? ¿Dónde está Cul?— pregunta la mujer zorro.

—Iremos al festival del Sol, ella ya partió esta mañana, nos veremos en dos noches. — contesta.

—¿Es duro separarte de ella?— pregunta, triste.

—Tu debes saberlo más que nadie; lamento lo que pasó.

La vastaya no dice más. Escuchar aquello para mí, fue algo incómodo, no entendía porque ella debía saberlo, y porque el lamentaba algo.

El hombre, Sunk'het, se va luego de darnos algunas indicaciones bastante básicas que olvidé casi de inmediato. La casa queda en completo silencio, lo único que podía oírse era la ventisca que chocaba contra las paredes.

La vastaya se cruza de brazos y mira hacia los lados, buscando algo con la mirada. Leña, eso buscaba. Recuerdo que el cantinero había dicho algo sobre eso, que la escondía debajo del sofá en mal estado. Levanto el liviano sofá y saco algunas ramas secas de allí; le entrego el ramo de ramas a la mujer, la cual solo hace una reverencia, agradecida.

Sale de la habitación y se dirige a la recámara. Suspiro, insatisfecho; esperaba más que una reverencia como agradecimiento. Una sonrisa, tal vez; un beso o al menos poder escuchar su voz diciendo "gracias".

Aprieto mis puños y me dirijo a la recámara, la habitación principal se estaba volviendo muy fría. Cruzado de brazos empujo la puerta con el pie; me encuentro con la vastaya, ella estaba sentada en la alfombra, enfrente del fuego. Me sobrecargo en la pared y observo como el fuego devora la leña, un enjambre de "luciérnagas" volaba sobre las llamas.

—¿Tienes frío, preciosa?— pregunto, acercándome a ella.

—Te dije que es desagradable que me llames de esa manera— suspira. — ¿acaso no escuchaste mi nombre?

—Lo olvidé. — le sonrío, de manera tonta.

La vastaya pone los ojos en blanco y se levanta del suelo, sacude la falda de su vestido y camina hacia mí.

—Ahri. — dice, extendiendo su mano para que se la estreche.

—Yasuo. — me presento, tomando su mano.

Su piel era bastante suave, tenía uñas celestes largas, similares a garras. Se veía tan delicada... Ahri suelta mi mano y yo suelto la de ella; sentía un ácido sabor en mi boca, quería volver a tocar su piel, con tan solo estrechar su mano me había vuelto adicto a su suavidad.

Ahri se cruza de brazos y se arrodilla enfrente de las llamas, sus orejas se movían en diferentes direcciones, la ventisca la mantenía alerta.

Era tan hermosa, deseaba hacerla mía, hace tiempo no estaba con una chica de bonita apariencia... Por fortuna ella no podía ver en que estaba pensando, si fuera así, ya hubiera muerto.

—Y bien... Yasuo ¿Pudiste ver en que parte del suelo vas a dormir?— pregunta, aún con su seria expresión.

—¿Qué?

—Ya sabes, somos dos y solo hay una cama; creo que eres lo suficientemente caballero para dejar que la dama duerma en ella.

—Es una cama matrimonial, podemos dormir ambos en ella ¿Lo sabías?— pregunto, resaltando ese detalle.

Ahri niega con su cabeza y vuelve a ponerse de pie.

—No soy tan fácil como crees. Presiento que planeas hacerme algo si dejo que duermas en la misma cama que yo...

—¿Pensaste en esa posibilidad?— pregunto, riendo.

—¿Qué? ¿Qué posibilidad?— pregunta, confundida.

—La posibilidad de dormir en la misma cama, lo pensaste.

Ahri gira su cabeza en dirección al fuego, puedo notar un leve rubor en sus mejillas. Se veía adorable.

—¿Estás sonrojada?— pregunto, en tono burlón.

—No... E-es por el calor del fuego. — dice, tartamudeando​.

—¿Y por qué tartamudea?

—Esta bien, elegiré yo misma donde dormirás, eres realmente molesto. — dice lo último en voz baja.

Río para mi por esas palabras. Ahri tira una manta al suelo, a los pies de la cama, deja una almohada cerca y camina hacia el gran armario de madera, abre las puertas y observa las prendas que se encuentran dentro. Comienza a tararear una canción con una melodía tranquila mientras saca la ropa del armario y la lanza sobre la cama.

Quito mi pesada armadura, dejándola a un lado, hago girar mi cabeza sobre mi cuello, cerrando mis ojos un momento, relajando mi tensos músculos.

Abro los ojos, encontrándome con la mirada de la mujer zorro, esta la aparta caso de inmediato, volviendo a sonrojarse. Me acuesto sobre la manta que la voluptuosa mujer zorro había dejado en el suelo para mi y la observo elegir las prendas que usaría esa noche.

—Nada de esto deja respirar a mis colas...— suspira, cruzada de brazos.

Se notaba que, aunque el fuego generará suficiente calor para mantenernos calientes, ella aún tenía frío. Me quito el gran pañuelo que rodeaba mi cuello y se lo lanzo, ella lo toma y me mira, creyendo que la quería molestar.

—Úsalo esta noche, no quiero que pases frío. — le digo, desatando el lazo rojo que ataba mi cabello en una coleta.

—Es que... No tengo idea de cómo usarlo.

Me levanto del suelo y me acerco a Ahri con rapidez, arrebatando mi pañuelo de su mano con brusquedad, logrando asustarla. Envuelvo la tela azul en su cuello, colocandola de forma similar a como me la coloco yo. Acomodo un poco su cabello para que no le moleste, ella levanta su mirada y nuestros ojos se encuentran. Su ojos dorados brillaban a la luz del fuego. Eran preciosos, no podía apartar mi mirada de ellos.

Trato de colocar un mechón de cabello detrás de su oreja, cuando me doy cuenta que ella no posee orejas humanas. Ahri aparta mi mano de su rostro y me empuja suavemente lejos de ella. Ella toma el puente de su nariz y susurra algo que no alcancé a oír, parecía molesta.

—Perdón, te hice sentir incómoda. — me disculpo, acostándome encima de la manta, en el suelo.

—No te preocupes... —Dice, volviendo a su tono frío.

Ahri se acuesta entre las finas sábanas de tela, se acurruca entre sus esponjosas colas y cierra los ojos. Acomodo la almohada y le doy la espalda a la cama, imitando a Ahri, listo para caer en un profundo sueño.

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Mi Flor de CerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora