17. Luz y alegría.

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Los ultimos rayos de sol se dejaban ver esa tarde. Estos iluminaban el agua del mar, y el cielo estaba teñido de tonos rosados y naranjos. Jinx ya había despertado, ella había abierto la gran puerta para apreciar el cielo junto al espadachín, quien estaba sentado encima de una de las mantas de pieles con la cabeza de su amada vastaya en su regazo.

La zaunita hace girar su largo cabello en circulos, mirando como un ave cruzaba el hermoso cielo, solitario. Toma su arma para dispararle, pero Yasuo llama su atención silbando, asustando así a la delgada joven. Jinx guarda su pistola a rayos y abraza sus piernas, de malhumor.

—¿Qué comeremos? —le preguntó a su contrario, mirando a este de reojo.

—Supongo que tendremos que husmear alguna de las cajas y tomar algo de ahí. El viaje a Demacia no es tan largo, por fortuna el motor del barco es rápido ya que está hecho con tecnología hextech. —responde el joniano, acariciando el suave cabello de la dormida mujer de nueve colas.

Jinx se pone de pie y empieza a buscar en las cajas. Encontró una lámpara de aceite y unas extrañas frutas. Enciende la lámpara antes de que el sol se esconda por completo y le da un par de frutas al hombre.

Ahri despierta gracias al brusco movimiento de Yasuo para alcanzar la fruta. La quimera se estira, alzando sus brazos y bostezando. Levanta su ligero cuerpo y camina a paso lento hasta el borde del barco, sentándose en este para contemplar el cielo que comenzaba a llenarse de constelaciones, una al lado de la otra, formando un brillante mapa hacía Demacia. Alzó su mano y fingió tomarlas, llevando su mano a su pecho luego de aquel acto.

La vastaya creía que los muertos iban al cielo, y su alma se reflejaba en las estrellas, aunque fuera inútil creer que el alma de su amado pintor estaba allí, debido a que ella la había consumido, sabía que una parte se encontraba en el cielo.

Lo extrañaba. Extrañaba el sentir las cerdas de su pincel en su espalda, dibujando una hermosa flor en ella. O los calurosos días en los que jugaban en en lago cercano a su cueva. No recordaba muy bien algunas cosas, como el día en el que él se enteró de su verdadero ser, ni mucho menos recuerda con claridad como lo había asesinado. Suspira, tomando en su mano una de sus colas. Quería que él esté vivo, aunque ahora tenía a Yasuo, no sabía cuanto iba a durar aquella relación.

El anterior mencionado se acerca a ella, sentándose a su lado al borde del barco. Tira por la borda el resto de la fruta y observa las estrellas reflejadas en el agua.

—Tendrás que ocultar tu apariencia. —dice él, apoyando sus manos en el suelo, detras de su espalda, echándose hacia atrás.

—¿Qué? —pregunta Ahri, algo confundida.

—Demacia no es lugar para criaturas que poseen magia, para no llamar la atención de nadie, evitaremos la estatua del coloso y que sepan que eres una vastaya. ¿Puedes ocultar tu forma? —responde.

La joven quimera asiente, escondiendo sus colas de una manera mágica, las nueve enormes y peludas colas desaparecieron, pero no era capaz de ocultar sus orejas y las marcas en su rostro. Yasuo aprieta sus labios y se levanta del suelo, se acerca a una de las cajas, quitando el pedazo de madera que la sellaba, buscando en su interior alguna capucha o capa para colocar encima de la cabeza de su compañera. Por fortuna, aquella caja era la indicada. Sacó una caperuza blanca con algunos bordados en los bordes de color dorado.

El espadachín se acercó a la maga, colocó la caperuza, atando el cordón por delante de su cuello, sin ajustarlo tanto y terminando este en un moño. Ahri puso la capucha sobre su cabeza, y Yasuo la acomodó para que oculte bien sus orejas. El problema aumentaba cuando su amada lo veía. Como humano, a él le resultaban extraños aquellos ojos de pupila puntiaguda, algo característico de los vastaya.

Mi Flor de CerezoWhere stories live. Discover now