neunzehn.

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En algún momento, pude haberlo imaginado sin una pierna, sin un brazo. Sordo, o incapaz de hablar.

Adoraba verlo a los ojos. Era uno de los pocos pero maravillosos placeres que podía darme con Tristán.

Sus ojos. Sus ojos eran hermosos, perfectos, hechos a su medida. El color... no podía haber otro más lindo. Ninguno otro podía encajar tan bien con el resto de su rostro cincelado por los dioses griegos.

Pero ahora uno ya no estaba. A él y a mí nos quedaba un ojo solitario, calmado, pero vacío. A pesar de que Tristán siempre llevaba puesto un parche parecido al de los piratas, me dolía saber que, debajo de él, una parte de Tris ya no existía.

Aún así, me gustaba recostarme en su pecho y observar su cara. A él todavía le daba algo de pudor mantenerme la mirada durante más de tres segundos, pero estaba bien. Lo entendía. Se sentía avergonzado aunque no había razón para estarlo.

—Te ves como esos chicos misteriosos que salen en los libros trillados, y terminan enamorándose de la chica que siempre pasa desapercibida, pero tiene algo que la hace única —expresé mientras lo veía a lo lejos. Preparaba mi café en la barra de la cafetería, a un lado de la caja registradora. Él estaba cruzado de brazos, al otro lado del mueble de madera.

—Siempre quise pertenecer a un cliché.

Ambos sonreímos. Volví a ponerle la tapa plástica a mi vaso caliente y los dos salimos del establecimiento, siendo recibidos por el denso frío que se sentía ya en la ciudad.

Era 14 de diciembre. La Navidad ya se sentía muy cerca y, con ella, toda la emoción que ha traído consigo desde que existe.

Tristán buscó mi mano con la suya, y la acepté distraídamente mientras bebía de mi café. No me importó quemarme la lengua y llorar internamente, pues no quería hablar sobre lo que estaba haciendo en ese momento.
Él y yo habíamos terminado. Ya no era algo normal y pasajero que tomara mi mano y camináramos así.

Pero, de todos modos, no lo alejé. Quería guardar todos estos momentos en mi memoria.

—Pasaré Navidad en Atlanta con los chicos... Será divertido —dijo emocionado. Ya me lo había dicho hacía tiempo, pero era para generarnos conversación.

—Estoy feliz por ti.

—¿Tú qué harás? Yo estoy repitiendo una y otra vez mis planes, pero no me has dicho los tuyos.

—Yo también me iré —respondí con una sonrisa forzada. La cara la sentía entumecida por el frío y no podía hacer demasiados gestos—. Pero es definitivo.

—¿Cómo? —Sentí que Tristán quizo detenerse en medio del camino, pero yo continué caminando.

—Mamá y yo nos mudaremos con la abuela a Stanford.

—¿Y la universidad?

—Bueno, ahí tienes tu respuesta, Tris —me llevé nuevamente el vaso a los labios y dejé que el vapor me calentara la nariz—. Sorpresa.

—¿Te aceptaron...? ¡En Stanford! Vaya, nunca creí que tú quisieras entrar a una de esas escuelas. Estoy muy feliz por ti. Y... wow, California.

—¿Por qué pones esa cara? Tú eres el que se va de gira con su banda, Tris. Eso sí es algo emocionante, de verdad —y lo estaba. Estaba realmente emocionada porque había regresado a lo que le gustaba, y estaba con sus amigos. Empezarían por la costa este, que incluía Georgia, Florida, las dos Carolinas, las dos Virginias, Washington D.C., y Nueva York. Ya después verían qué tan bien les había ido.

—Estoy eufórico por eso, es sólo que me sorprende que me hayas dicho hasta ahora.

—No encontraba el momento.

—Alexis, está bien. Está perfecto. Tú te irás a casa, con tu familia, y estudiarás en una de las mejores escuelas de América.

—Y tú harás lo que más amas en el mundo, que es tocar. Serás ese integrante con un oscuro pasado —me reí con diversión. Ya habíamos llegado al complejo de departamentos donde Tris vivía—. Entonces...

—Puedes quedarte un rato, si deseas. Mamá no ha llegado, y todavía falta para que salga de trabajar.

Guiñó su bonito ojo solitario y sonreí.

—Una última charla.

Esa fue la última noche que pasamos juntos. Conversamos, nos reímos y tomamos algo de vodka, pero no llegó a más.

Le conté sobre Thiago, un chico al que había conocido recientemente y que estaba intentando de todo para que saliéramos más de una vez. Tristán se rió mucho mientras hablábamos de la coincidencia de la "T" al inicio de sus nombres, y después me pidió que me portara bien. Que aprendiera a querer a otra persona y dejara que alguien más me quisiera.

Yo le dije que nunca iba a querer a alguien de la misma manera, porque el primer amor siempre es más fuerte.

Me dio un beso lento y corto, pero lo disfruté como ninguno otro.

Nos deseamos felices fiestas y, después de eso, volví a casa. Regresé sola y con los ojos cristalizados.


FIN.

En los ojos de Tristán | LIBRO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora