fünfzehn.

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Era un día soleado en Seattle, algo diferente para nosotros los ciudadanos acostumbrados al frío y a la lluvia.

Las chicas —la mayoría— sacaron a relucir las faldas que nunca usaban, o los vestidos que muy pocas veces lograban ver la luz del sol. Los hombres se vestían igual, excepto que ahora no llevaban sus chaquetas para cubrirse, y casi todos utilizaban sus gafas de sol.

Yo no era la excepción. El sol me ponía de buenas, a diferencia de muchas otras personas.

Saqué el iPod de mi mochila y lo conecté a mis audífonos. Activé el modo aleatorio y dejé que se reprodujera cualquier canción.

Error.

Six Degrees Of Separation de The Scripts comenzó a sonar. Y sí, efectivamente, aquella canción me la había dedicado Tristán. Más que eso, la había tocado para mí en una de esas veces en las que el mundo no me soportaba, así que él sacaba su guitarra y comenzaba a tocarme cualquier canción que yo amara. The Scripts era mi grupo favorito hasta que me di cuenta de que le dediqué casi todas mis canciones preferidas. Las que me ponían de buen humor, o las que simplemente me gustaba escuchar en mis ratos libres y que podía concentrarme en ellas.

Cambié la canción, y otra de The Scripts volvió a sonar; esta vez era If You Ever Come Back. Bueno, maldita sea mi suerte.

Dejé que sonara lo que tuviera que sonar. Cuando me dispuse a continuar mi camino a casa, lo vi.

Tristán estaba apoyado en el capó de nuestro viejo auto. Se veía mucho mejor que la última vez, e igual que todos llevaba sus característicos lentes de sol. Jugaba con las llaves del automóvil entre los dedos. En cuanto me vio, sonrió de oreja a oreja y se separó del vehículo, caminando hacia mí.

Y como si tuviera un imán, yo también me acerqué a él.

—Hace calor —dijo con una sonrisa. Fruncí el ceño ante semejante saludo tan idiota.

—¿Qué? —Fue como un balde de agua fría. ¿Acaso pensó que estaríamos bien?

—No sé cómo iniciar una conversación. Eh... —incómodamente se rascaba la nuca, buscando algo en su mente para decirme—, ¿recuerdas a Alicia?

—¿Tu prima...? Sí, la recuerdo, ¿por qué? —Me acomodé la correa de la mochila en el hombro y esperé a que dijera algo. Había convivido con Alicia un par de veces, pero nada especial.

—Está desaparecida.

—Mm, vaya, ¿y su novio?

—Jason es un inútil y no sabe nada.

Tampoco Alicia trataba del todo bien a Jason, pero se notaba el enorme amor que le tenía él a ella, y por eso la soportaba.

Tristán bajó la mirada y resopló. No supe qué más decir.

—Te... extraño, Lexie.

—No empieces.

—Tenía que decírtelo.

—Lex, de verdad me haces falta. Sé que no merezco que me aceptes de vuelta, no como pareja de nuevo, pero... Me gustaría mantener una relación contigo. Una amistad.

—¿Para qué? ¿Por qué me extrañas?

—Eres la persona a la que más amo, y el hecho de... que de pronto estés lejos es algo difícil.

—Fue más difícil para mí saber que te acostaste con tu ex novia cuando yo te lo di todo. Todo lo tuviste conmigo, maldita sea.

No esperaba que dijera eso, y lo supe por su expresión de sorpresa, así como yo también me sorprendí al escucharme hablándole de ese modo.

El coraje seguía latente en mi pecho y en cualquier momento tendría que expresarme. Necesitaba decirle lo mucho que me había lastimado, pero sin lucir débil.

Tristán chasqueó la lengua.

—La verdad es que no recuerdo lo que hice esa noche. Amelia fue a verme y...

—No quiero saberlo —levanté la mano en su dirección para detener sus palabras—. Yo... espero que encuentren pronto a Alicia, sé que le hace falta a su hermana.

—¿Recuerdas todo eso?

—A diferencia de ti, a mí sí me interesaba nuestra relación —expresé. Mierda, me había visto demasiado dolida y no quería que eso pasara.

—Basta.

—¡Tristán!

—¡Yo quiero continuar con una amistad, Alexis! Necesito... te necesito.

—Ya no tienes cáncer.

Negó sin verme, apretando los labios. Al parecer tenía mucho que decirme, pero nada salía de entre sus dientes.

—¿Y si lo tuviera, regresarías conmigo?

—Nunca estuve contigo por lástima.

—Eso lo sé perfectamente.

—Entonces deja de decir estupideces.

—Lex... El sarcoma tenía que terminar conmigo de una u otra forma. Dejó limpio el resto de mi cuerpo, algo así, pero ahora... Olvídalo.

—Ahora ¿qué?

Podía notar la vergüenza en su mirada.

—Me operarán en una semana.

—¿Por qué? Creí que eso ya había terminado...

—No puedo librarme del cáncer sin que él se lleve algo de mí, ¿cierto?

Oh, no.

—El ojo izquierdo. Ese es el precio que tengo que pagar.

En los ojos de Tristán | LIBRO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora