sieben.

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Yo no quería vivir con él. No quería seguir despertando a su lado y darme cuenta de que me había quedado accidentalmente dormida mientras él se había quedado con los ojos abiertos toda la noche.

Algo en mí estaba pasando. Por un lado sabía que todo esto era una mala idea, que yo debía estar en mi propia casa y que él necesitaba pasar un rato a solas. Después de todo, seguíamos siendo personas independientes y en algún momento íbamos a cansarnos de vernos las caras todo el tiempo, todos los días.

Una tarde, después de que pasaron cinco semanas de la decaída, me encontraba guardando las pocas pertenencias que tenía en la vivienda de Tristán. Dejaría mi cepillo de dientes y un par de mudas de ropa interior.

Él me encontró empacando y no dijo palabra alguna. Se recargó en el marco de la puerta mientras yo terminaba. Podía sentir su intensa mirada sobre mi espalda y mi rostro alternativamente; sabía que estaba buscándome la mirada.


—Así que estás yéndote.

—Sólo durante unos días, Tris. Necesito estar con mi familia y tú deberías hacer lo mismo con la tuya.

—No es con ellos con quien quiero estar —se atreve a entrar a la habitación y se sienta en la cama, junto a mi mochila—. Quiero estar contigo. Te lo dije desde que todo esto comenzó.

—No es correcto todo esto.   

—Te cansarás de mí.

—Pensé que era el único con ese miedo—cerré la bragueta de mi chaqueta de piel y, después de un momento, lo miré. Tristán se había dejado crecer la barba y aparentaba tener un par de años más. Las bolsas que colgaban debajo de sus ojos lo hacían lucir demasiado cansado y su gesto parecía cada vez más frío. Extrañaba al chico que había conocido tiempo atrás—. Por favor, no te vayas. Mis padres no tienen problema con que te quedes aquí.

—No lo dicen, pero sé que lo piensan—le sonreí y esperaba que me lo devolviera, pero no fue así. Sólo estiró un poco los labios, y ni siquiera llegaba a ser una sonrisa completa.


Tristán parecía haber mejorado. Aunque su aspecto no lo demostraba, él ya se veía vigorizado. Algunos de sus amigos de la banda en la que tocaba iban a visitarlo unos dos días a la semana. Le contaban los ligeros avances que llevaban en el medio y él aparentaba estar realmente feliz y orgulloso por ellos pero, cuando se iban, él se derrumbaba ante mí. 

No, no lloraba. Se quedaba en silencio mirando hacia la guitarra eléctrica que yo había llevado de vuelta a su casa. Nunca sabía qué era lo que pensaba, pero seguramente no era nada bueno. Siempre se atormentaba con preguntas como "¿qué habría sido de mí si no hubiera dejado el grupo?" o "¿qué hubiera sucedido si nunca me hubieran diagnosticado el cáncer y siguiera sin saberlo?"

Yo nunca encontraba las respuestas para ello. Él no buscaba respuestas; sólo hacía la preguntas para sí y definitivamente no hablaba conmigo. Aprendí a sobrellevar sus cambios de humor. 

Había mañanas en las que despertaba todo sonrisas y hasta llegaba a prepararnos el desayuno a todos los de la casa... Y al día siguiente ni siquiera se levantaba de la cama. Apenas tocaba la taza de té que le llevaba a su habitación. 

Nuestra relación se había vuelto un vaivén de emociones gracias a él. Como ya fue mencionado, había días buenos y otros real y jodidamente malos. En los primeros, yo parecía no existir, justamente como cuando él se perdía en su música y se olvidaba del mundo en general. Aunque yo intentaba acercarme a él, abrazarlo y solamente consolarlo, él no me dejaba. Hubo una vez en la que casi me golpeó. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo cuando su mano estaba a dos centímetros de mi mejilla izquierda. 

Quería culparlo. Quería dejarlo todo y mandarlo a la mierda, justamente como él quería: me quería lejos. A veces no podía ni mirarme. ¡Yo tampoco quería mirarlo, pero no podía! Lo amaba. Lo amo y siempre lo amaré. El cáncer estaba terminando con Tristán y también conmigo.

Sus padres se dieron cuenta de la situación y de inmediato quisieron poner cartas en el asunto. Le explicaron con fuertes palabras a Tris que no debía actuar así conmigo nunca más. Que yo estaba dejando mi vida de mujer joven para cuidarlo a él y que no le faltara nada a pesar de que ellos estaban ahí.

Tristán comenzó a llorar en ese momento, pero ni sus padres ni yo sabíamos cómo consolarlo. Era difícil para todos nosotros soportar sus malos modos, y que de un día para el otro cambiara por completo su actitud.


Ya estaba aprendiendo a vivir con ello, pero después de pensarlo mucho, había decidido regresar a casa. 


—No quiero dejarte y no lo voy a hacer. Vivo a quince minutos de distancia y vendré si tienes alguna emergencia, ¿sí?—Mis manos se fueron directamente a sus mejillas y sus ojos se cristalizaron.

—De acuerdo—respondió con simpleza y rompió la distancia con nosotros para darme un beso fogoso y largo—. Te llevaré a casa.

— ¿Estás seguro de eso?

—Estoy seguro de que no quiero quedarme aquí todo el día... Tal vez hasta vaya al gimnasio.

—Lo que esté bien para ti, está bien para mí.

Sonrió una vez más y tomó mi mochila. Se la colgó en el hombro y tomó mi mano sin pedírmela, para guiarme hacia el exterior del complejo de departamentos. 

Sus ojos se esforzaban en no demostrar lo que él sentía internamente, pero al conocerlo demasiado bien, lo supe.

Tris estaba esmerándose en fingir que estaba bien, pero ya no tenía la misma fuerza de antes. Su mano ya no tenía el mismo agarre y cada vez caminaba un poco más lento, pero lo ocultaba diciéndome que quería pasar más tiempo a mi lado. 

Le quité la mochila y yo sola entré al auto.


—Creo que iré arriba a descansar—dijo con vergüenza y se inclinó para besarme los labios, adentrándose en el carro por la ventanilla abierta—. Llámame cuando llegues.   

  


En los ojos de Tristán | LIBRO IIWhere stories live. Discover now