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11: Despedida

Mikaela no supo qué decirle más que explicarle la situación con detenimiento. Cuabdo Yuichiro se enteró que Mikaela sufrió el accidente cuando salió corriendo a tomar un taxi para que lo lleve a casa, Yuichiro se sintió culpable por haber sido la razón que lo llevó a ir apurado.

No se lo merecía.

—¿Sabes? Estoy feliz de poder conocerte —le dijo con tranquilidad cuando el doctor se retiró a traerle los medicamentos—. Creo que es la primera vez que entablamos una conversación.

Yuichiro seguía en silencio, lamentándose. Mikaela dejó de observarlo y posó su mirada fuera de la ventana. Había comenzado a llover.

—Discúlpame si nunca pude contestar tus llamadas —agregó—. Es un poco difícil hablar por el móvil cuando mi audífono empieza a entrecortarse.

Ello le llamó la atención y se volvió hacia Mikaela.

—¿Y cómo haces con tus clientes? —se aventuró a preguntar, cubriendose la boca rápidamente—. Disculpa. Eso no fue delicado de mi parte.

—Les escribo correos —admitió—. Cuando hay charlas o eventos, tengo que grabar todo para poder transcribir las decisiones.

Mikaela suspiró.

—Es molesto, pero ha me acostumbre.

Yuichiro consideró que tal vez esa era la razón por la cual llegaba tan tarde a casa. Las transcripciones. Y para ser franco, la sordera de Mikaela parecía ser grave. Eso lo angustiaba.

—A veces es triste no poder escuchar ni tu propia voz. O cuando te hablan, debe ser algo molesto tener que repetirse hasta que lo capte...

Su sonrisa se desvaneció y una parte de Yuichiro se quebró internamente. Sin pensarlo dos veces, Yuichiro junto su hombro con el de Mikaela. Y se quedaron en silencio.

—Mi nombre es Mikaela Hyakuya. ¿Cuál es el tuyo?

Mikaela estrechó su mano. Yuichiro no pareció entender al principio, pero al verlo con un mejor semblante, aceptó el saludo. Ello solo hizo que su cliente vuelva a brillar.

—Yuichiro Ichinose. Un gusto.

—El gusto es mío.

Desde la visita a la clínica, Yuichiro accedió a quedarse en casa de Mikaela hasta que su curso terminase. Felizmente, sus empleadores entendieron lo sucedido y no lo botaron del trabajo. Al contrario, le dijeron que el sistema había guardado la gran mayoría y que podía continuar sin problemas.

Los meses se acortaban y los días para que vuelva a su región se acortaban. Yuichiro veía con tristeza el calendario, pero era algo que tenía que hacer. Lamentablemente, se había acostumbrado tanto a Mikaela que no sabía cómo decirle que le gustaría quedarse aquí.

Todas las cosas que pasaron juntos en tan pocos meses eran su única alegría. Y mientras trazaba sus dedos por el counter de la cocina, no pudo resistir ver las fotografías que tenían en casa.

El cumpleaños de Momotaro y los perritos del parque. Ese día, habían preparado una torta especial. Los tres salían con divertidos gorritos, sonrientes. También tenían fotos de cuando se fueron de caminata y Mikaela casi se cae al río por descuidado. O la noche que se fueron a un evento con Shinoa y otros compañeros de Mikaela. La casa que parecía estsr vacía cuando llegó, ahora estaba llena de los mejores recuerdos de su vida.

Y para ese entonces, por más que lo haya estado guardando con llave, su corazón se afligia porque muy bien sabía que la amistad que tenía con Mikaela era algo que deseaba que evolucione. No solo quería su amistad, anhelaba su corazón y cariño.

Lo que lo ponía triste era saber que cuando él ya no esté, alguien más venga y se lo arrebate. Celos. Sí, eran celos puros. Pero no podía ser culpado. Mikaela era una criatura genial. Una bendición. El mejor compañero que ha conocido. Y no podía soportar no tenerlo cerca.

Solo faltaba una semana y se iría.

Entre huesos y pulgasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora