9

1.8K 370 45
                                    

9: Desesperación

El agua había caido como las mismas cataratas de Niágara. Al subir los escalones, se llevó las enojadas miradas de los demás inquilinos y las duras expresiones de los bomberos. Su puerta había sido quebrantada y todas suspertenencias nadaban.

Yuichiro pensó que todo el mundo se le caería abajo. Todos los papeles, todo por lo que había trabajado se fueron por el caño cuando una terrible inundación arrasó con todo. Según uno de los bomberos, una de las termas del baño común explotó y arruinó todo el tercer piso.

Angustiado, Yuichiro avanzó lentamente entre todas sus cosas. Su alarma estaba muerta, su mochila, su ropa y demás arruinados. Con cada paso, llegó hasta su armario y descubrió que la mayoría de ganancias de Mikaela se había hecho pedazos por el calor del agua y la presión. Definitivamente, tenía mala suerte de haber estado a un paso de los baños. Nada servía. Su saco tampoco lo podría usar. Mucho menos los documentos de los empleados nuevos que tendría que entrevistar. Es muy posible que lo vayan a despedir.

Cuando se sentó sobre su cama, estaba más que derrotado. Había estado con Momotaro ayer otra vez y Mikaela no vendría hasta pasado mañana. Un correo había sido mandado por medio del contacto de Shinoa, informandole que su estadía en Brazil sería más larga de lo esperado. No tenía ni un puto billete. Y todos los ahorros se esfumaron por no haberlos puesto en un banco.

Yuichiro sabía que tarde o temprano, esa felicidad y racha de buena suerte se extinguiría. Y fue así.

¿Dónde estás? ¿Sacaste tus cosas? Ha habido una inundación en nuestro piso, Shinoa.

¡No jodas! En un momento voy para allá.

Una vez reunidos, las pertenencias de Shinoa se salvaron al haberlas mantenidos en recipientes de plástico todo este tiempo. Solo una que otra prenda se deshizo. Luego de rescatar sus cosas, Shinoa se marchó a la casa de un familiar. Había invitado a Yuichiro a que se quedase en su sillón hasta que encontrase un lugar, pero fue denegado.

Por reparaciones, el tercer piso sería inhabitable hasta próximo aviso. Y el albergue con el que tenían una alianza, ya no tenía más habitaciones disponibles. Al menos les devolverían el dinero de los primeros días del mes para enmendar parte de su error.

Yuichiro llegó hasta la parada de autobús con una caja de cartón en mano y recostó su espalda sobre uno de los anuncios de comida rápida. No sabía qué rayos hacer con su vida. ¿Dónde viviría? ¿Qué le dirán en el trabajo cuando se enteren que perdieron la información de los postulantes número uno? Lo más probable es que le den una patada en el rabo y que las prácticas pre-profesionales finalicen.

Y así pasaron las horas. Consumido en su miseria y sus propios pensamientos hasta que anocheció. Un ladrido fue lo que lo despertó de su trance y se paró de un brinco, recordando que tenía que alimentar a Momotaro. Corriendo a zancadas, aceleró el paso entre las calles para coger el primer bus que fuese en esa dirección. Yuichiro pensó que era un reverendo idiota. No le había dado de almorzar y estaría llegando a la cena.

Con un malestar desbordante, Yuichiro salió brincando del vehículo cuando las puertas se abrieron y se encaminó como desposeído, con lo poco que tenía de ropa. Al llegar a la entrada, fue por las escaleras y corrió por el pasadizo. En su andar, escuchó el timbre del elevador y un hombre apareció igual de apurado. Ambos chocaron y todos voló por los aires.

Los polos de Yuichiro cayeron por todos lados y los documentos del extraño se desparramaron por el piso. Alterado de que no fuese a llegar a tiempo, Yuichiro se agachó y recogió todo a su paso con una de mas expresiones más tristes. Quería llorar de la rabia que todo le estaba saliendo mal.

Aquel individuo se agachó y lo ayudó a recoger sus pertenencias, olvidándose de sus propios documentos. Subitamente, sus dedos se deslizaron por la mano de Yuichiro y lo cogió de la muñeca.

Con la respiración entrecortado, casi al borde del llanto, Yuichiro alzó la mirada y vio unas orbes azules. Una cabellera rubia cuya melena estaba desordenada. Aquel hombre también se veía igual de demacrado y tenía un pálido semblante.

Yuichiro.

El tiempo se detuvo.

Solo se podía escuchar sus profundas respiraciones y el latir de sus corazones. Uno por apresurado y el otro por haber reconocido aquella voz. Mikaela lo cogió de la otra muñeca y le dio una media sonrisa.

Entre huesos y pulgasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora