20° Secreto descubierto

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—Matías tú que piensas, colabora, es tu trabajo también —le reclama Nicole. Él está muy concentrado tocando una partitura de "Hotel California", mientras Gabo lo mira con tanta admiración que de verdad me hace sospechar que está enamorado de Matías.

—Yo no voy a hacer el trabajo, para eso la tengo a esta —me señala con los ojos—. ¡Trabaja esclava! —Me lanza una de las pipocas que devora mientras toca.

Nicole se levanta del suelo y va directo a hacerle una pinza en el pezón. Lo retuerce hasta hacerlo caer al suelo rogándole que se detenga.

—No es tu esclava maldito estúpido —lo insulta. Finalmente lo suelta y regresa a su lugar frente a la mesa de café, donde tenemos las laptops y varias fotocopias dispersas. Gabo corre a socorrer a Matías, yo no digo nada, Nicole ya hizo suficiente por mí.

—¿Y tú qué piensas?, habla en lugar de Matías porque él no tiene cerebro suficiente para dar una opinión inteligente —dice Alejandra, llevándose a la boca un puñado de pipocas.

—Bueno, no estoy del todo de acuerdo con la pena de muerte aunque tiene puntos a favor. Pero podríamos basar el trabajo en el abolicionismo penal, basándonos en las teorías de Zaffaroni. Algunos dicen que es utópico, pero es el único sistema que de verdad busca la reinserción de los presos a la sociedad, además que pagan su condena trabajando para empresas del Estado y aprendiendo oficios en lugar de perder el tiempo en una celda —doy mi tímida opinión.

—¿Cómo sabes de abolicionismo? —me pregunta Nicole.

—Mi madre era abogada y siempre hablaba de eso. Le faltaba construir un altar para Binder y Zaffaroni.

—A mí me parece interesante, seguro es algo que nadie más va a hacer. Aunque no tengo ni idea de quienes son esos —opina Alejandra y las tres nos ponemos a buscar información en internet.

—Oye te puedo preguntar qué pasó con tu madre —con inseguridad Nicole hace escuchar su pregunta.

—Murió hace unos meses de cáncer de mama. Se lo detectaron hace seis años, tuvo sesiones de quimio, radioterapia y todo mientras esperaba una operación, la cual salió mal. Solo expandieron el cáncer —les explico.

—¿Y no tienes papá o abuelos? ¿O por qué vives con el padre de Matías? —Alejandra deja cínicamente de hacer lo que está haciendo y se acomoda con las manos apoyadas en el suelo detrás de su espalda. Nicole cierra su laptop también.

—Mi padre nos dejó cuando yo era recién nacida y mi abuelo murió hace cuatro años. Nos dejó en herencia una casa, bueno a mi madre y a su hermano, la vendieron y se fueron a medias con el dinero, de eso vivimos el tiempo que ella no pudo trabajar. Henry era su amigo de la universidad y no sé, solo confió en él para cuidarme. —Respecto a eso realmente no sé qué decir. Sobre el porqué Henry tiene mi custodia no tengo una respuesta concreta, solo que le hizo un gran favor a mi madre.

—¿Si tienes un tío por qué no te fuiste con él? —Alejandra sigue preguntando, no me molesta, me hacer sentir bien que la gente se interese por mi o por mi vida. Pero el tema de mi tío es un tema que no quiero tocar.

—Dejó de hablarse con mi madre desde hace años. —Por la forma en que contesto parece que se dan cuenta que es algo de lo que no quiero hablar.

—Debió ser muy triste, digo, debe seguir siendo triste, no pasó ni un año y de pronto te viniste a otra ciudad dejando todo de lado —comenta Nicole, de pronto me doy cuenta que está más cerca.

—Supongo. En realidad no me dio pena cuando murió. Por un año estuvo internada en una cama de hospital sin poder moverse, decayendo cada vez más, gritando de dolor en las noches. Cuando me avisaron que falleció un día cuando volví del colegio, fue como despertar de una pesadilla. Todo por fin había terminado. Siento que la perdí mucho antes, no cuando murió, sino cuando ya no me respondía cuando le hablaba o se la pasaba dormida mientras yo me quedaba todo el día a su lado. Ni siquiera se daba cuenta de cuando me iba en las noches a casa o cuando llegaba del colegio. Los últimos tres meses sobre todo ya no era mi madre. Durante el funeral la gente esperaba encontrarme en un mar de lágrimas y lo único que me molestaba era esa fila para el pésame en la que todos aguardaban para abrazarme y decirme que los tenía para lo que fuera, aunque no sabía ni sus nombres y por supuesto no podían ayudarme en nada. Cambiar de ciudad fue un alivio, no seguía recibiendo visitas o llamadas para preguntarme cómo estaba, invitarme a casas de oración o decirme que debía ser fuerte, la mayoría de las veces terminaba yo consolándolos a ellos en lugar de tener un consuelo que no había pedido. Incluso me hacían sentir culpable por no haber llorado lo suficiente. —De pronto me doy cuenta que soy el centro de atención. No solo las chicas me escuchan, Gabo y Matías tienen la mirada clavada en mí.

Por tu amor al ArteWhere stories live. Discover now