6. Hermanos por elección.

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— Creo que sigo drogada — comentó Madison, mientras Rush conducía de vuelta a la casa quinta en la que se quedarían hasta el domingo.

— Por supuesto que estás drogada, Dea, estás fumando — señaló, sonriendo un poco —. Son las once de la mañana y no hemos dormido en casi veinticuatro horas, ¿crees que podrías dejar el chocolate para poder descansar?

Sopló el humo de su cigarrillo. — ¿Sabes?, adoro las conversaciones que tenemos en la carretera. Siempre son tan profundas y entretenidas; creo que podría vivir viajando contigo...

Alzó las cejas y la miró con una sonrisa divertida. — Es lo más lindo que me has dicho en todos estos años de ser amigos.

Se encogió de hombros. — Delirios de una drogadicta. Disfrútalo, Rush.

Frunció el ceño, reduciendo la velocidad. — No eres una drogadicta, Mad. No digas eso, esto es solo por... diversión, ¿cierto?, eres perfectamente capaz de dejarlo cuando quieras, como yo.

Ella miró al chico sentado a su lado por un eterno segundo: él lucía preocupado y algo tenso. Por alguna razón, Rush creía que su deber era protegerla, pero ella era lo suficientemente consciente como para cometer sus propios errores.

Aún así, negándose a discutir con él, sonrió y dijo: — Claro, jodido idota — y lanzó su ya consumido porro a través de la ventana —. Soy más fuerte que eso — pero, tal vez, ella no lo era.

Llegaron a su lugar de destino y Madison bajó tambaleándose torpemente de la camioneta, provocando la burla de Rush. Ingresaron en la casa y la cosa se puso peor cuando Maddy no fue capaz de subir ni un escalón. — Ven aquí, damisela en apuros — y la tomó en brazos al estilo princesa para poder llevarla al segundo piso.

— Oh, mi príncipe siempre al rescate — se dejó hacer, hasta que él la dejó en una de las habitaciones y se dispuso a salir —. Maldita sea, no, Rush. No vas a dejarme sola en este lugar.

— Estoy en el cuarto de al lado, Mad. Solo grita si necesitas algo.

— Eres un jodido idiota. Ven aquí, sé un hombre y duerme conmigo.

Él soltó una carcajada, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. — ¿Te das cuenta de lo mal que sonó eso?

Alzó los hombros para demostrar lo poco que le interesaban las interpretaciones de sus oraciones. — No puedes dejarme sola. ¿Y si me ataca un oso?

— No hay osos en esta zona, idiota.

— ¿Y si me raptan los aliens?, ¿has pensado en eso?, ¡hay aliens en todo el universo!

Puso los ojos en blanco. — Eres el último ser humano que ellos querrían raptar, Dea. Estás llena de mierda.

— "Estamos", querrás decir.

Sus hombros se elevaron levemente, en un gesto despreocupado y algo divertido. — Si yo, tú.

Sonrió ampliamente. — Si tú, yo — respondió de la forma en la que llevaba haciéndolo desde que tenía memoria.

La historia tras ese diálogo se remontaba once años atrás, cuando Mad tenía solo seis años y todos los niños del parque se burlaban porque le temía a las alturas, por lo que no era capaz de subir al tobogán como todos los demás. Una tarde, Rush no soportó más que se rieran de su mejor amiga, así que la tomó de mano y prácticamente la empujó hasta la cima del tobogán.

Ella estaba temblando y al borde de las lágrimas, pero obedeció cuando él le pidió que se sentara, y luego se sentó tras ella. — Lo haremos juntos. Si yo me lanzo, tú te lanzas — le susurró el niño.

Adicciones (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora