Capítulo 13

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Punto de vista de Frank:

Cuando salí de la sala de interrogatorios, sentí que necesitaba un poco de aire fresco urgentemente. Este adolescente, que había pasado por tantas cosas, estaba de espaldas a nosotros, mirando a la pared. Probablemente esa era la única manera de la que se permitía derramar alguna lágrima.

Si uno está triste, debería permitir que sus lágrimas fluyan. Seguramente no le enseñaron eso en su empresa coreana.

Me trataba como a un sacerdote, confesándose y esperando que yo redimiera su alma. Pero yo no podía hacer eso; es más, lo que iba a hacer era venderla. La única persona en el mundo que podía salvarlo, era él mismo.

Esa noche Kris estaba irremediablemente agotado y no dijo ni una palabra más. Salí solo a la terraza para fumarme un cigarro y cuando volví, la comisaría era un caos: una mujer coreana vestida con ropa de oficina estaba hablando con David, histérica, agitando el teléfono que llevaba en la mano. David le hacía gestos para que se calmara, y le mandó a Mike que encontrara un traductor a la vez que buscaba papel y boli para tomar nota de cualquier declaración.

Esto obviamente no me incumbía, y Kris seguía durmiendo en la sala de interrogatorios, ajeno al desorden que se había desatado fuera. Para él, la historia había terminado el día de antes, sin saber la causa ni las consecuencias, sólo experimentando el proceso. Tal vez su papel ya no era importante. La gente ve el mundo a través de un filtro, prestando atención sólo a su pequeño rincón en el mundo. El dolor y la felicidad, el júbilo y la pérdida: a los ojos de Dios, sólo eran motas de polvo.

Esa noche, mientras volvía a casa, a pesar de que la carretera era la misma de siempre, de algún modo me las apañé para perderme. A lo mejor hay personas que se pasan cada día yendo de un lado a otro, perdidos, sobre todo los que han perdido las coordenadas de su propia vida. Desde el punto de vista social, yo sólo era un psicólogo contratado por la policía; mientras que él tenía todas las papeletas para convertirse en un preso, en escoria. Estábamos sentados frente a frente, pero cuando salía de esa habitación yo respiraba el aire de la libertad y él se enfrentaba a la prisión, algo que inevitablemente lo privaría de su juventud. Pero yo sabía que, como dos seres humanos iguales, de algún modo él era mi maestro.

Desde ayer, él y sus amigos muertos me habían enseñado la dignidad de la lucha por la supervivencia. Todos estuvieron involucrados en el juego y finalmente decidieron luchar; y eso me hacía sentirme celoso como persona mayor que ellos. Eran un grupo de niños que se merecía todo mi respeto.

Habían vivido sus vidas de forma seria, no como yo, que a veces vivía como si ya estuviera muerto. Al despertar, a veces pensaba que la vida no tenía ningún precio, que recibíamos la cálida luz del sol sin tener que dar nada a cambio, y mi deseo de agachar las orejas ante las cosas más insignificantes nunca cambió. Pensaba que esto era vivir con dignidad.

Pero tal vez había estado equivocado, tal vez este grupo de jóvenes había tenido que pasar por la experiencia del sacrificio durante toda su vida para conseguir todas esas cosas insignificantes que yo no valoraba, insignificantes hasta el punto que una persona de éxito como yo consideraría ridículo; y sin embargo para ellos era un incentivo que hacía arder su sangre.

No sólo en esa casa.

Quizá nunca admitiría que, si en efecto todos somos iguales a los ojos de Dios, esos chicos a los que yo al principio veía sólo como caras bonitas y femeninas habían sido mucho más valientes que lo que yo lo había sido en toda mi vida.

Ya había pasado más de la mitad del proceso, y yo aún no sabía que la noche anterior sería la última en la que Kris me hablara de sus compañeros antes del juicio.

La mañana siguiente, Mike vino a saludarme. Kris parecía extraordinariamente tranquilo, llevaba el pelo recogido hacia atrás, y hasta musitó un par de palabras de agradecimiento cuando Mike lo ayudó. Aunque no tenía libertad de movimiento, aún tenía la costumbre de  inclinar la espalda haciendo reverencias para dar las gracias, y ese gesto, en el contexto de su rostro solemne y su condición de sospechoso, resultaba especialmente absurdo.

Pensé que si hubiera unos cuantos más de su grupo a su lado, haciendo reverencias, habría parecido menos incómodo.

Ese día conocí a una mujer de mediana edad muy educada, la madre de Kris. Junto a ella estaba el padrastro de Kris y mi viejo amigo Konrad Steinweg, un prestigioso (y carísimo) abogado de LA, especializado en conseguir que absolvieran a los principales sospechosos de varios casos.

—Cuánto tiempo sin verte, viejo amigo, veo que sigues echando una mano por aquí —dijo Konrad, y extendió la mano, este hombre de ascendencia alemana criado en EEUU parecía aún más severo y formal que todos los alemanes juntos.

—Lo mismo digo, sabía que en cuanto aparecieras no podría continuar con mi trabajo —dije estrechando su mano de mala gana.

—Por favor, deja que yo me encargue de todo esto de ahora en adelante —dijo Konrad—, ya sabes, creo que hacer que el chico hable mucho no le beneficiará en nada.

—Sin embargo, sigo teniendo curiosidad por lo que va a pasar —dije.

—Entonces me aseguraré de que te incluyan en la lista de personas que asistirán a la vista oral —dijo, soltando una risa.

Fruncí el ceño.

—¿Tan pronto? —pregunté. Me sentía como si hubiera algo fuera de lugar.

—Tendrás que ir y preguntarle a la policía, sin embargo, por lo que yo sé ahora mismo de la situación, está metido en un problema muy gordo.

Parecía que los acuerdos de confidencialidad me mantenían al margen de un montón de información. Me acerqué a Mike y vi a Kris saliendo de la sala de interrogatorios, seguramente para reunirse con sus padres y su abogado.

Levanté la cabeza y le dije a Mike:

—Siempre echas a patadas a las únicas personas que hacen algo útil.

—Venga, Frank, lo que mantiene la boca de ese chico cerrada no somos nosotros ni su abogado, por supuesto que todos queríamos que hubiera hablado más.

—El proceso judicial ha sido muy corto, ¿qué cargos habéis presentado? —le pregunté.

Mike me lanzó una mirada significativa.

—Lo que él te ha dicho no es necesariamente la verdad, y lo que tú has oído no tienen por qué ser los hechos.

—¿Y eso qué significa? —Hasta el momento, no había dudado de la honestidad y credibilidad de ese paciente.

—Bueno… —Mike me miró—, ¿de lado de quién estás? Porque parece que es el del Sr. Superviviente, ¿eh?
—Bueno, estaré presente en el juicio —le dije, impotente—, no creo que haya problemas en hablarme de los cargos ahora.

Tras un momento de silencio, Mike agachó la cabeza.

—Tres cargos por asesinato.

Me quedé helado.

—¿Asesinato de quiénes?

—Los coreanos Kim Jongin, Park Chanyeol, y el chino Zhang Yixing.

Mike cerró de un golpe los documentos que llevaba en la mano, se dio la vuelta y se fue.

48 Horas (EXO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora