∆ C1: Un nuevo despertar.

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|Narra Katie|

— ¡Katie Carolina más te vale estar aquí en cinco minutos! —gritó mi madre desde la planta baja de nuestro apartamento.

No quiero.

Solté un quejido y cerré con fuerza mis ojos.

¿Era necesario ir al colegio? ¿De verdad?

El irritante sonido de la alarma de mi teléfono se activó cuando dieron las ocho y diez minutos de la mañana.

—Cállate, cállate —repetí con pereza a la alarma como si así fuera a apagarse.

Pero obviamente siguió sonando.

¿Por qué le puse un tono tan insoportable como ese?

Aún bocabajo en mi cama, arrastré la mano por la mesita de noche y apagué finalmente la alarma. Suspiré y, de un solo golpe, me cambié bocarriba para sentarme a la orilla de la cama.

—Es lunes, es lunes —musité mirando mis pies—. Odio los lunes.

Me levanté, me metí en el baño y comencé la rutina más monótona que he podido tener:

Bañar, vestir, comer, salir al colegio.

Nunca cambiaba.

Ya pasados unos veinte minutos, me encontraba vestida con un jean negro, una blusa blanca básica con un suéter vinotinto sobre ella. Me calcé unas botas blancas y dejé mi cabello húmedo al aire para que secara naturalmente.

Nah, así no fue.

Lo dejé secar naturalmente, claro que sí, pero apenas se secara, me lo iba a atar en una cola alta. Mi cabello después de lavarlo se esponjaba demasiado y no me gustaba.

—Buenos días, cariño —saludó la mujer que me dio la vida como si hace unos minutos no me hubiese gritado.

Ella estaba sentada en la mesa con una taza de café negro y el periódico en sus manos. Aquella mujer de 44 años, conocida como Stacy Collins, tenía un carácter firme y controlador que le heredó a su hija por completo y que, cada vez que podía, lo criticaba.

Soy igual a ti, mujer.

—Allí está tu desayuno —señaló la taza con cereal.

Tomé asiento y me llevé la primera cucharada a la boca.

—Mamá... —arrugué mi nariz—. Mamá esto no tiene azúcar.

Me levanté con el plato en la mano.

—A tu hermano le gustaban los cereales muy dulces—mencionó con una nota de aflicción llevándose la humeante taza a sus labios.

Ay no puede ser.

—Se fue a otro estado —le recordé—, a estudiar —pronuncié lentamente—. Está vivito y coleando.

—Es que lo extraño.

Él era Adam, mi hermano mayor y el grano que solía tener en el culo todos los días hasta que se mudó para iniciar su carrera de Leyes.

Atravesé la puerta que daba hacia la cocina y me dirigí a la isla de granito en medio del lugar para buscar el envase con azúcar. Junto a él estaba la licuadora y otro envase idéntico, eso quería decir que uno era sal y el otro era azúcar. Me acerqué al que yo creí era el indicado, pero resultó ser la sal.

¿Era la única a la que le pasaba eso?

De repente, varios golpes fuertes y constantes azotaron la puerta de entrada al apartamento. Fruncí el ceño bastante confundida intentando identificar si solo tocaban o intentaban tumbarla, pero mi respuesta llegó cuando escuché el estruendo de la puerta cayendo al piso en caída libre.

Sentimientos Encontrados. (Carl Grimes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora