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Samuel condujo hasta la casa de Guillermo. Esa misma noche ambos conocerían a los padres del otro, y la primera parada era la casa del pequeño moflete humano.

Samuel aparcó decentemente el coche justo al frente de la casa de Guillermo. Tomó las rosas blancas que se encontraban en el asiento trasero y salió del auto. Se alisó la camisa y suspiró con nerviosismo. Después de arreglarse un poco el pelo, caminó por el jardín hasta llegar al porche de la casa.

Cuando estuvo a punto de tocar la puerta, esta sé abrió de par en par dejando ver a un sorprendido Guillermo.

Samuel lo miró bien. Estaba un poco despeinado, como si se hubiera despertado hace poco. Iba vestido con un pantalón de chandal gris y una camiseta blanca sencilla.

—Hola, bonito —dijo Samuel, aguantando la risa.

—Ho-hola. Y-yo... —Guillermo se sonrojó y cerró la puerta de golpe, sólo para volver a abrirla segundos después—. No te vayas, ahora vuelvo.

Antes de que Samuel pudiera hablar, la puerta de cerró de golpe. El mayor pudo escuchar un "No abras, mamá" y pasos veloces por la casa. Sonrió.

Se giró a ver el auto y suspiró divertido. Estuvo a punto de sentarse en el piso a esperar, cuando la puerta se abrió de nuevo, pero esta vez dejando ver a una señora muy sonriente.

—Hola —dijo educada—. Tú debes ser Samuel, ¿cierto?

—Sí, hola —dijo Samuel. De pronto todos sus nervios se habían esfumado—. Un gusto señora.

—Oh, llámame Carolina, por favor —dijo la señora.

—Carolina, de acuerdo —respondió Samuel con una sonrisa—. Oh, por cierto. Estas son para usted —dijo, tendiéndole el ramo de rosas a la señora.

—Oh, cariño, que lindo de tu parte —dijo sonriente—. Ven, pasa, pasa.

Samuel sonrió y se adentró en el hogar de Guillermo. Vio como Carolina se metía a la cocina para dejar las rosas en un frasco con agua.

—Cuéntame, cariño —escuchó la voz de la mujer—. ¿Cómo conociste a Guille?

Samuel sonrió al recordarlo.

—En la escuela —respondió—. Le enviaba notas anónimas.

Carolina lo miró y sonrió enternecida. Abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpida por la voz de su hijo.

—Mamá, ya está, yo me encargo —dijo Guillermo desde el umbral de la puerta.

Samuel se giró a verlo. Ya no iba vestido con pijama, ahora traía unos jeans y zapatos negros, además de una camisa blanca a botones. Iba perfectamente peinado y traía su móvil en la mano. A Samuel se le dificultó respirar de tan sólo verlo.

—Te vez guapísimo, chiqui —dijo Samuel con dulzura, sin importarle que la madre de Guillermo estuviera presente.

—Gra-gracias —respondió Guillermo, sonrojado.

—Sois tan monos —dijo Carolina, con ambas manos sobre su pecho, mirándolos enternecida.

—Mamá, ya nos vamos —anunció Guillermo, una vez que recobró la compostura.

—Oh, bueno —dijo ella—. Samuel, cariño, eres bienvenido en esta casa siempre que quieras, ¿vale?

—Vale, gracias Carolina —respondió Samuel sonriente—. Un placer conocerla.

Una vez en el coche, Guillermo soltó el aire que había estado aguantando en los pulmones. Al fin habían escapado de su madre.

—Lo diré de nuevo, te ves guapísimo —habló Samuel.

—Me cago en ti, Samuel. Ya basta —dijo Guillermo sonrojado. Samuel rió con ganas al verlo tan avergonzado—. Me voy a enfadar de verdad, eh.

—No, Willy... Ven aquí, dame un besito, anda tonto.

Guillermo no pudo evitar sonreír, no sólo porque le había pedido un beso de una forma por demás adorable, sino por el mote que le había puesto. Recordó la primera vez que lo llamó así... Samuel decía que era un diminutivo de su nombre en inglés, el nombre de un príncipe.

Samuel se acercó a él para besarlo como era debido, mientras Guillermo posaba sus manos sobre las mejillas del mayor.

Guille | wigetta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora