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Ráfagas de plomo sobrevolaban las cabezas de las policías locales. Estaban en pleno tiroteo siendo la única defensa de la hija del presidente de los Estados Unidos.

—¡Qué mal día hemos escogido para trabajar! —gritó Richard Raimond, antes ya presentado como integrante de la policía local.

El castaño sacaba su arma fuera de la cobertura de sus vehículos policiales y disparaba de ella, tratando de hacer frente a las personas que les disparaban.

Los hostiles que no les daban un respiro, mucho menos dejaban a los oficiales asomar para nada la cabeza porque realmente deseaban darle a alguno de ellos. Esto último era como esos típicos juegos de feria en los cuales consistía golpear los topos con un martillo cada vez que salían de su hueco.

—Al menos esto es más entretenido que cuidar una bodega de la biblioteca central —comentó su compañera de patrulla, Allison Black, sosteniendo su 9 mm.

Un fuerte golpe en el metal, a poca distancia de ellos dos, cobró su completa atención.

—¡Dejará de serlo cuando pasen por encima de nosotros y asesinen a la señorita Clover! —replicó el sargento Jhonson, aferrándose a su escopeta.

—Bien, Sargento. ¿Pero no cree que es mejor morir riendo que lamentando? —respondió Richard recargando la misma pistola que todos los oficiales de policía tenían —. Son demasiados, si no los acabamos ahora ellos lo harán con nosotros.

—Podemos con ellos —replicó el sargento buscando alentar a su equipo a no rendirse, no ahora que todo parecía terminar ahí —. No dejen que el miedo se haga dueño de su mente.

—¿Al menos llegará algo de ayuda? —inquirió nuevamente Richard, apenas soportando el horrible dolor de aquella herida en su hombro.

El sargento miró al cielo cubierto por el sofocante humo negro, cuya textura había sido dada por las llamas ocasionadas por los edificios destruidos por cargas explosivas y lanzacohetes RPG con el fin de arrinconarlos. Sabía que eran lo único que ahora podría proteger aquella mujer, pero no sabía si llegaría más ayuda antes de que sus enemigos barrieran la zona con ellos. Tal vez sí la tendrían, pero seguiría siendo tarde para ellos.

Los oficiales al ver al sargento sin expresión al instante supieron que no sabía nada relacionado a eso y en el peor de los casos, que estaban perdidos.

—Estamos muertos si no recibimos apoyo —dijo Allison, recordando cuando perdió su radio en alguno de aquellos edificios llameantes al momento de deshacerse de una camioneta llena de personas armadas —. ¿Alguien puede comunicarse por radio? —salió de su cobertura de momentos sólo para devolver un poco el fuego enemigo.

—Tengo uno —respondió Bradley, al otro extremo de la calle.

El oficial abandonó su lugar para acercarse al sargento con un fuego de cobertura de parte de sus compañeros, más un tirador agazapado sobre el techo de un pequeño local dio al primer intento al hombre que cambiaba de posición. Sólo Richard mejor que nadie fue capaz de presenciar como caía su cuerpo, haciéndole desear nunca haber hecho aquel chiste.

—¡Brad! —gritó con fuerza al ver a su mejor amigo caer al suelo.

De inmediato el castaño dejó su puesto para tratar de correr e ir a socorrer a Brad. No pasó mucho antes de sentir como algo además de la gravedad tiró de él, haciéndolo caer con la mejilla contra la acera. Aparentemente su mayor lo había derribado para evitar otra baja.

—¿Qué crees que haces? —reprendió el sargento.

El rubio al lado del sargento explotó por dentro al ver a su compañero de patrulla que iba a perecer a poca distancia de ellos.

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