·Chicago· [3]

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~Me dijo que le separara un espacio
Pasar la noche era el propósito que estaba jugándose
[Ella estaba queriéndome]~


Michael se acomoda la corbata en un sólo movimiento. Tiene el corazón palpando su pecho como un martillo, y siente el rubor en las mejillas tan profundamente que no puede concentrarse demasiado bien en el camino que recorre desde su hotel hasta la casa de Clay. Nota cómo el chofer nota la tensión y pone algo de música en la radio que se encuentra a un costado de su mano y la palanca de cambios. Michael se relaja un poco con aquella melodía, pero no deja de pensar en esos ojos azulados que siempre estaban en su cabeza.

[Enamorado]

Deja caer la mano en el seguro de la puerta cuando se percata de que el coche se ha detenido. Ajusta su sombrero con la mano contraria y envía una corta mirada al hombre tras el volante. Dice adiós y entonces se baja del coche, haciendo que su corpulenta figura masculina forme una sombra en la acera de la calle. El viento huele a césped que seguramente Clay se había dedicado a cortar. Su casa es bonita y elegante, como ella.

En el jardín se ven algunos juguetes, muñecas de plástico con vestidos y algunos coches en miniatura. Hay figuras de acción que representan a los superhéroes de la televisión. Michael sostiene su chaqueta en su antebrazo, quedándose en camisa a botones carmesí; el color favorito de Clay. Jackson se dirige lenta y tímidamente hacia la puerta, donde toca el timbre y espera con una de sus manos en el bolsillo de los pantalones.

Luego de unos segundos abre, y Clay aparece del otro lado del umbral, luciendo tan fresca como siempre bajo el vestido azulado que lleva puesto. Sus curvas se delinean a la perfección, como si fuera una joven sin hijos. Su piel inmaculada se observa por detrás, ya que su espalda no tiene nada puesto y el vestido le cubre hasta la mitad. Michael se emociona al mirarla y esboza una sonrisa.

—¿No tuvo problema en llegar, señor Jackson?

Pregunta, meciéndose a un lado para que él pudiera pasar. La casa está limpia, y en el suelo se miran los rayos solares cayendo en los muebles.

—No fue difícil. Bonita casa, por cierto.

Contesta, dejando la chaqueta en el perchero. Nota que ella está descalza.

—Puedes quitarte los zapatos si quieres. A mí me encanta estar así.

—Claro.

Se los retira porque no quiere negarse. Inmediatamente los calcetines de colores diferentes se muestran ante sus ojos. Ríen.

—Eres demasiado simpático. Ven, vamos a la cocina.

Lo toma de la mano. Michael se siente en las nubes con su manita sobre la suya, el corazón le da un vuelco cuando ambos caminan por el pasillo y hay un olor exquisito en el lugar. Se ve que había estado cocinando, incluso se arregló para él. Los baña una luz natural que entra por la ventana.

—Supe que no comes mucho, así que te hice algo sencillo.

Clay se recarga en la barra mirando a su acompañante. Su cabello esponjado y sedoso le deja embobado. Sobre la mesa hay ensalada de pepino y pollo frito. Delicioso.

—Amo esto. Enserio, muchas gracias Clay.

Agradece Michael tímidamente, sentándose de manera educada. Clay se sienta frente a él, con sus ojos listos para atacar.

Lo deseaba.

Terminaron de comer una hora más tarde. Habían estado charlando, acerca de cualquier cosa. Se recorrieron las horas y acabaron sentados en el sofá, donde Michael comenzó a ponerse tímido con las preguntas que surgían en veces.

—¿Aún eres virgen?

Preguntó ella, con tanta confianza que era sexy.

—¿Conversar con una prostituta cuenta?

Ella pone los ojos como platos.

—¿Te obligaron, acaso?

—Mis hermanos le llamaron un día. No estaba interesado en esas cosas, así que comencé a preguntar por qué vendía su cuerpo. Terminó yéndose porque quería acostarse conmigo y no quise.

Susurra apenado después de unos segundos de silencio. Clay se sorprende, pero no le criticó ni cuestionó su orientación sexual.

*

—Y esta es mi habitación.

Dice, abriendo la última puerta del pasillo. Michael avanza sin creer cómo un cuarto normal era pequeño y sencillo. Aunque la cama es mediana, caben muy bien dos personas. Pero allí sólo dormía una.

—Lindo. Es acogedor.

Alza los hombros y hecha otro vistazo. Por el rabillo del ojo nota su silueta perfecta acercase. Lenta y peligrosa. Michael se pone de frente, intentando adivinar qué es lo que trama.

—Yo he estado amándote desde que te vi, Michael.

Susurra, con unos ojos brillantes que parecen inocentes. Michael siente ese golpe en el pecho crecer conforme Clay y sus labios se acercan a los suyos. Trepa por su pecho, murmura algo y lo besa de pronto. Él se estremece, pero no puede apartarse. Se apoya en el mueble tras de si, mientras la mujer se dedica a alzarse con las puntillas de los pies.

—Te amo.

Dice cuando se separan y luego vuelven a juntar sus cuerpos como chorros de agua en una cascada perfecta y voluminosa. Michael toma su cabello suavemente mientras frota su cadera, haciendo que Clay se derrita en sus brazos. El vestido estorba y la camisa no deja entrar la ventilación porque hace mucho calor de pronto.

—Bésame otra vez.

Dice él, mordiéndose el labio con aire seductor.

—Sólo si logras atraparme.

Clay se libera. Y corren por la casa, como un par de niños perseguidos por su madre. Atraviesan la cocina, el baño, la sala de estar y el pasillo, con la respiración agitada y ese aire tan puro que a Michael le cuesta creer que ha encontrado a alguien finalmente. Le da una gran sensación saber que a ella también le gusta, y que sienten lo mismo.

La mujer veloz corrió hasta la habitación. Michael fue tras ella. De un zarpazo cayeron a la cama, entre sábanas perfumadas con aquel olor que a él le volvía loco tener cerca. Entonces la besa, y debajo de su cuerpo ella abre las piernas. Se sorprende al sentir las suaves manos de Clay recorriendo su espalda, acariciando su cabello y jugando con el cuello de la camisa. Michael se percata de su juego con el corto cierre del vestido, quiere bajarlo, sabe que desea retirarlo.

Desea sentir su piel desnuda bajo sus dedos de puntas calientes. Quiere besar todos los rincones de su cuerpo. Anhela hacerla gritar, arañar las tersas sábanas que están debajo de sus cuerpos. Verla suplicar, estirar su rizado cabello y formar círculos con las caderas. Necesita amarla, y saber que ella va a estar ahí siempre.

•Imaginas de Michael Jackson•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora