Despertar

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Aquella mañana primero de septiembre, Jeon JungKook la había estado esperando desde hacía tiempo. La luz dorada del amanecer le parecía más radiante que cualquier otro día, incluso podía jurar que el aroma de su habitación poseía unos rastros cándidos que agitaban agradablemente a su corazón. Era, de forma más sucinta, la emoción de estar llegando a la madurez. Y su alma se regocijaría si al despertar pudiese oler la suave fragancia de sus padres a su alrededor, en cambio solo podía notar débiles rastros de aromas que pertenecían inequívocamente a sus compañeros de casa: su pequeña manada.  

Como todo buen cachorro, lo que esperaba era que llegara el día en que cumpliera dieciocho años para poder presentarse. El decisivo momento en que su alma lupina abrazaría su espíritu humano. En la cultura de los cambiaformas, uno descubría cuál era su verdadero espíritu solo después de cumplir la mayoría de edad. Y siendo el menor de la manada, era también el único que continuaba sin un estatus.

Su pueril esperanza se aferraba a la idea de ser un alfa, de tener la oportunidad de ser como Kim NamJoon, su líder y la persona que más admiraba. Pensar en las características innatas de los alfas le causaban escalofríos. 

Por otra parte, una minúscula parte de él también anidaba la idea de ser un beta. Aquello, por supuesto, le rompería el corazón. Tendría que renunciar al alto estatus, al poder, la fuerza y el noble porte de los alfas para conformarse con las débiles cualidades de los betas. Siendo que la mayor parte de la población era un beta JungKook había estado rodeado de ellos desde que era un niño. Estaba acostumbrado a sus aromas casi insípidos, a verlos bajo el mando de los alfas. Gente que tenía un carácter firme que no cedía ante los desplantes de los alfas de buenas a primeras, sin embargo, estaba en su ser el terminar doblegándose ante alguien superior. No eran sumisos por naturaleza pero no podían ir en contra de la misma. 

Y al final, enterrado hasta abajo de sus pensamientos más recurrentes se escondía un miedo visceral que lo había estado aquejando las últimas noches. Ser un omega. Aunque eran extremadamente raros, menos del cinco por ciento de la población era un omega, y de ese pequeño porcentaje, solo un diez por ciento desarrollaba alguna especie de don. ¿Podría tener tan mala suerte? ¿Podría estar condenado a ser el más débil de los eslabones? La simple idea lo hería, odiaba la idea de ser visto como un ser indefenso que necesitaba de la presencia de un alfa para tener valor alguno ante los demás. Nunca los había visto pero consideraba que no podían ser mejores que una mascota. 

Tal vorágine de pensamientos le calentaban la cabeza, asustaban el sueño que tan difícilmente logró conciliar la noche anterior y contribuían a que su cerebro punzara dolorosamente. 

Con reticencia asomó la cabeza por entre las sábanas arrugadas justo cuando la puerta fue violentamente abierta por un entusiasta Park JiMin. El pequeño pelirrojo se aproximó a su cama dando brinquitos de alegría. Tras él, se encontraban todos los miembros de su pequeña manada.

—¡Feliz cumpleaños, Kookie! —canturreó angelicalmente JiMin.

—¡Feliz cumpleaños! —corearon los demás al unisono, intentando sonar entonados y afinados. Lo que falló estrepitosamente cuando las inconfundibles voces de Min YoonGi, Kim NamJoon y Jung HoSeok se dejaron escuchar, eclipsando las voces cuidadas y afinadas de TaeHyung y SeokJin.

El mayor del grupo, SeokJin, estaba al final, cerrando filas con una deslumbrante sonrisa de labios hinchados y rojizos; cargaba en los brazos una bandeja con lo que, desde su posición, JungKook olía al desayuno más delicioso que le hubieran llevado a la cama.

—¿Y te sientes diferente, Kookie? ¿Huelo diferente? ¿Qué eres? —comenzó a bombardear con preguntas atropelladas Jimin, dejando que su burbujeante personalidad los abrumara a todos con su felicidad. Una burbuja de aroma a gardenias que tambaleaba las emociones de sus compañeros presentes.

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