T h r e e

1.4K 227 41
                                    

Llegamos al origen del fuego, en donde se estaba cocinando una rica trucha que habíamos cazado ese mismísimo día. Mamá cortó el alimento con un cuchillo de cocina que habíamos llevado y con palitos de crochet cortados a la mitad (como en los viejos tiempos) los clavó a cada uno de los pedazos de pescado, para luego pasarnos el plato en donde estaba la comida.

Estábamos hablando animadamente, por lo que no nos percatamos de los ruidos que se efectuaban a nuestro alrededor. Pisadas, ramas rompiéndose, y no habíamos visto cuando mi hermanito desapareció.

—¡RAAAR! —gritó él por detrás nuestro, pensando que realmente habíamos notado que corrió en dirección hacia mí hace cinco minutos.

—Hijo, ven a sentarte —le ordenó mi madre, y él, como todo niño de cinco años, obedeció.

Más pasos y ruidos, pero esta vez sí los escuchamos. Mi madre y mi hermano estaban intactos en su lugar, con los ojos bien abiertos y una palabra entre sus bocas.

—¡CORRAN! —fue lo que gritaron. Mi madre agarró a mi hermano del brazo, y pensando que nosotros la seguíamos, se fue corriendo. Con mi abuelo veíamos impactados al oso que lentamente se acercaba a nosotros.

Luego de unos segundos empezamos a correr hacia la dirección opuesta a la de mi madre: el borde de la colina.

Caímos. Rodamos, mejor dicho. Yo terminé en mucho mejor estado que mi abuelo, pues él tenía ya unos setenta y cuatro años. Seguimos corriendo por precaución, al punto de perdernos entre el bosque.

Oh, esto no terminaría en nada bueno.

Mountain.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora