La máscara perdida

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Érase una vez en Ventralli una niña llamada Ciella. Tenía unos grandes ojos color avellana, una pequeña nariz respingada y unos oscuros rizos siempre alborotados.

Un día, su madre cayó enferma y por más buenos deseos que Ciella tuviese, la mujer no logró sobrevivir. Ella y su padre estuvieron muy tristes durante un largo tiempo, pero juntos lograron consolarse el uno al otro. Ciella volvió a ser una niña feliz, pasando horas leyendo poesía junto a su muy querido padre. Él escribía para ella y cada verso era más hermoso que el anterior.

Entonces Ciella comenzó a notar algo extraño en su padre. Lo veía más distraído, más sonriente. Parecía el mismo hombre que era cuando su madre estaba viva. Bueno, casi. Nada podía llenar ese vacío en su corazón que se reflejaba tan claramente en su rostro.

No pasó mucho tiempo hasta que Ciella descubrió qué había provocado dicho cambio. O más bien quién. Su padre conoció a una mujer, pasó cada vez más tiempo con ella hasta que le propuso matrimonio. Una madrastra se sumó a la familia, pero ella no venía sola. Oh no, Ciella ganó dos hermanastras también. La menor se veía algo temerosa y cuidadosa, pero la mayor parecía tener una superioridad, como si supiese más de lo que alguien de su edad debería. La niña no podía dejar de mirar asombrada a las recién llegadas. Sus cabellos eran del color de los rubíes y parecían resplandecer con la luz del sol. Se veían tan alegres, queriendo hacer de todo una fiesta. Ciella siempre había deseado tener una hermana, así que estaba más que contenta de tener dos ahora.

Pero pronto se dio cuenta de que nada de eso era real, todo era un simple espejismo. Comenzó a notar las miradas de superioridad, de desprecio incluso.

Llegó el momento en que el padre de Ciella tuvo que hacer un viaje a Verano, el reino originario de su nueva madrastra. El hombre creyó que ayudaría a las mujeres de la casa a formar un vínculo mientras estaban solas. No podía estar más equivocado.

Su madrastra ya no ocultaba sus verdaderos sentimientos y maltrataba a Ciella como si fuese su esclava personal. La pobre niña estaba desesperada por el regreso de su padre, pues en su casa abundaba el caos. Su nueva familia no tenía ningún respeto por los bienes de Ventralli. Rompían bellísimos jarrones que adornaban la casa, quemaban los mismos libros que Ciella solía leer con su padre. Incluso tiraron todos sus vestidos, salvando solamente el que llevaba puesto.

Ciella logró rescatar tan solo un libro, el favorito de su padre, porque sabía que él lo querría. Ella pensó que estaría muy molesto cuando regresara a casa. Sólo que jamás regresó.

Unos cuantos días después, llegó la noticia de su muerte. Ciella no lo podía creer, no entendía cómo había pasado. Tampoco comprendía la sonrisa perversa de su madrastra. Era demasiado pequeña para saber lo que un matrimonio por conveniencia era. O para entender que la mujer ya sabía que su marido jamás regresaría de su viaje.


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Ciella se convirtió en una joven muy eficiente. Limpiaba su casa, remendaba la ropa y ordenaba las cosas, especialmente cuando sus hermanastras dejaban todo tirado en donde sea que se les ocurriese. Una vez encontró una máscara dentro de un jarrón, uno de los pocos que aún conservaban. La abertura era tan angosta que fue todo un trabajo sacarla de allí. No tenía idea cómo había cabido en primer lugar.

La casa no estaba en las mejores condiciones. Con su padre fuera de escena, no quedaba ninguna persona artística en la casa. Ciella no tenía tiempo disponible para ello tras tantas tareas que desempeñaba, y las demás ni siquiera intentaban adaptarse. Lo que dejaba al lugar volviéndose una completa ruina.

Érase una vez en VentralliWhere stories live. Discover now