Capítulo 1

137 8 0
                                    

Era un día nublado, mis padres me llevaban a conocer un lugar nuevo por mi cumpleaños.

Detuvimos el auto delante de un bosque y mientras observaba el lugar salí lentamente del auto sin sacarme los audífonos de los oídos.
Entonces escuché un sonido por encima de la canción que escuchaba, mis zapatos hacían crujir las hojas que habían caído por otoño; nunca supe porqué amaba con tanta pasión el otoño.

Nos adentramos en el bosque mientras tomaba fotografías con mi cámara para después revelarlas en mi habitación. Siempre amé las fotografías, siempre las consideré un arte, el más bello de todos.

La guitarra acústica que sonaba ahora me recordaba los días de invierno, cuando tomaba café y caminaba con calcetines por toda la casa.

Me detuve al escuchar la voz de mis padres pidiendo que me quedara quieta y me quitara los audífonos. Y así lo hice.

De pronto divisé unas personas a lo lejos gritando con un cartel en la mano.
¿Qué de malo había en esas personas? Nada, exacto. Eran inofensivas y yo tenía miedo.

—¿Papá? —Alargué en tono de pregunta.

No respondió. Vaya señor.

—¿Dónde están? —Pregunté sonoramente.

Mis ojos comenzaron a tornarse verdes. Tengo un don el cual es poder cambiar el color de mis ojos por el color de mi emoción, si es que claro, las emociones tienen color.
Por eso, el noventa y cinco por ciento de las veces yo utilizaba pupilentes de color morado.
Vaya tortura ocular.

—¡Feliz cumpleaños ciento setenta y cinco Michelle!

Sonreí.

Comencé a abrazar a todos agradeciendo a cada uno de los que habían formado parte de eso. Realmente no esperaba nada de nadie y me sorprendieron bastante.

—¡Sorpresa! —Scott, mi mejor amigo, hizo un ademán y Jennie rodó los ojos con gracia.

—¿Qué te ha parecido? —Preguntó Jennie con una voz tranquila, y un poco cansada.

—Siendo sincera hubiera preferido un té tranquilo. —La cara de Scott no tenía precio—. Es broma, me gustó bastante. Es decir, nadie en su sano juicio se hubiera tomado un minuto de su tiempo en pensar en mí, creo que eso es lo que más me gustó, que ustedes hayan hecho esto posible.

—Aaaaawwww. —Jennie sonrió tiernamente—. Cuando te pones cursi hasta me dan ganas de abrazarte.

Me reí. Qué amor de mujer.

—¿A quién no? —Scott me abrazó y luego me despeinó—. Eres casi un oso de peluche, si sigues comiendo vas a terminar rodando.

Ignoré completamente ese comentario, y, con un poco de pena me dirigí a Jennie.

—¿Aquí será toda la fiesta? —Ella negó con la cabeza y sonrió.

—Iremos a tu casa, boba —Asentí—. Invitamos a alguien especial que seguro te agrada.

—Seguro no, pero haz el intento. —Sonreí.

—¡Ah por Dios!, no te pongas en tu plan de "soy soltera y no pretendo estar con nadie nunca por toda mi casi inmortalidad". —Habló la reina del drama, Jennie.

—¿Para qué sirve un novio en este siglo? —Reaccioné a la defensa—. ¡Para nada! Al igual que una novia.

Miré a Scott para que me ayudara a completar mi idea sobre: "las relaciones amorosas no sirven de nada en este siglo", pero él sólo se encogió de hombros y se fue caminando con mi padre.
Mientras ellos charlaban campantes yo tenía un estado de soltería que defender, y me habían dejado sola.

Horas después, Jennie y su desesperación por hacerme conseguir un novio me llevaron a una tienda departamental para comprar un atuendo y lucirlo en mi fiesta de cumpleaños.

—Así que... invitaste un desconocido a mi casa sin mi consentimiento. —Afirmé mientras ella buscaba buena ropa para mí y yo la observaba ir de un lado a otro—. ¿Sabes lo peligroso que es eso? ¡Yo no conozco a esas personas! ¡Qué tal que me quieran vender!

—No. —Pronunció y la miré con cara de pocos amigos—. En mi defensa, Michelle, tienes que conocer personas nuevas, ¿tú crees que vas a pasar toda tu vida de hippie con ocho gatos y muchas teorías conspirativas acerca de todo?

—¿Yo? ¿Hippie? —Me señalé a mí misma—. Discúlpame pero, ¡querer paz mundial y amor en todos lados no es ser hippie!

—Ésa es exactamente la definición de un hippie en las redes sociales. —Rodé mis ojos.

Duh.

—¿Hasta cuándo voy a poder saber quién es el que viene a casa? —Desesperada, me dejé caer completamente en el escalón, haciendo que me golpeara en la cabeza. Pero sólo yo y todo el mundo se dieron cuenta de mi torpeza.

—Hace cien años que utilizas ese truco conmigo, y siempre, siempre terminas siendo tú la damnificada. —Suspiré. Amor y paz.

—La violencia no se detiene con más violencia. —Me dije a mí misma.

—Habló la que le dejó un ojo morado a Millie en segundo año. —Se volteó con suficientes prendas en las manos como para vestir a una nación entera—. Es un chico, es lindo y listo, y vale la pena. ¡Y lo vas a conocer!

Aunque sonara extraño la conocía lo suficiente como para saber que era un chico, y la parte donde dijo que él era listo no me la creí ni por más sangre de vaca que me dieran.

—Bien, una nueva amistad no iría mal, ¿cierto? —Sonreí para mis adentros.

Que el amor y la paz se fueran al retrete (por este momento).
Tomé un vestido que tenía ella en manos y lo devolví a su lugar.

—Demasiado cortos. —Negué con la cabeza—. Enseñan mucho, ¿a dónde pretendes que voy? ¿a la playa? ¡Es otoño, Jennie!

—¿Quién usa vestidos así para ir a la playa? ¿una monja? —Susurró—. Bueno, te podrías poner unas medias debajo, ¿no?

—Yo, y no a lo último.

—Eres lo más cercano que conozco a una monja, así que bueno, te tomaré como opción para ir al convento.

—¡Oye! —Me reí y rodé los ojos.

—Hablando de autos...

—No estábamos hablando de autos. —La interrumpí.

—Bueno, ¿por qué no usas tu Camaro? —Me encogí de hombros.

—Porque estoy pensando en venderlo y comprar un auto ecológico.

—Ay por Dios, vomitas humanidad. —Sonreí—. Y eso que ni humana eres.

—Jennie, es lo mejor para todos, para ustedes, para mí, para esa señora que va caminando y se tropezó. —Jennie se rió.

—Yo quiero tu Lamborghini. —Hizo un puchero.

—Y yo quiero un vestido decente.

—¿Y eso a qué va?

—Que no se puede tener todo. —Digo encogiéndome los hombros.

—Oh, mira, un vestido lindo que te quedaría lindo si le das una oportunidad. —Lo miré y negué—. Ah por Dios, lo vas a dejar plantado igual que a tu pareja del baile de graduación.

—Pues al igual que él, este vestido no es para mí.

Y la pasé casi todo el día peleando, hasta que al final, por obra de arte, un conjunto me gustó.
Era una blusa de terciopelo negra y unos pantalones de mezclilla.

Y ante los insistentes gritos de mi mejor amiga por comprarme un vestido, escogí el que más me iba.
Así que, contenta con mi compra, salí de la tienda y de lejos visualicé a alguien.

No sabía quién era.
No sabía de dónde era.
No sabía su nombre.
Pero realmente se me hacía conocido.

Aeternum.  [EDITANDO]Where stories live. Discover now