Capítulo 11: Pelea de almohadas.

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La verdad es que no sé cómo sentirme. Si sentirme bien porque Mackenzie también pasó malos ratos como ella me los hace pasar a mí. O si sentirme mal por la cantidad de malos ratos que un simple gesto mío le ocasionó a otra persona. Es difícil de procesar. Si éramos tan amigas, lo justo es que me lo contase y así ella tendría su «territorio» marcado (algo que actualmente hace hasta con el chico que va doblando la esquina), algo así como un código de amigas.

Pero no, optó por guardárselo, y estas son las consecuencias: una amistad que pudo perdurar años, hecha pedazos por una tontería de niñas. A veces me da lástima la manera en la que con tanta facilidad se pierden amistades sinceras hoy en día.

—¿Es en serio? —le pregunté a Lana aún atónita por la situación, pero ella simplemente se limitaba a caminar con la mirada fija en el pavimento de la calle.

—Es la verdad —contestó en un susurro. Me imagino que debe sentirse culpable por contarme esto a estas alturas.

—Pero... ¿Por qué no me lo dijo? —traté de presionar un poco más.

—No lo sé —expresó encogiéndose de hombros con cierto dejo de desdén—, allá ella con su mente esquizofrénica —comentó por lo bajo luego de patear una roca en el camino.

Y eso fue todo lo que logré saber. No fue mucho, pero al menos sé la razón del porqué Mackenzie siempre está en mi contra. Aunque es una tontería —cabiendo a aclarar que éramos niñas púberas e inmaduras—, comprendo que luego de eso, ella haya reaccionado de tal manera, ya que todos sabemos que Mackenzie desde que usaba pañales fue una mimada las veinticuatro horas del día y siete veces a la semana. No se esperaba que algo no marchara a su gusto.

Pero a pesar de todo, Mackenzie fue muy buena compañía. Fue quien nos ayudó a integrarnos a mí y a Lana en la sociedad cuando llegamos a séptimo grado en West High, sin nosotras conocer a alguien. Fue quien nos aconsejó cuando el niño lindo que mirábamos tanto y él a nosotras, tenía novia. Fue la mano amiga, que en su tiempo, ayudaba voluntariamente a las personas sin esperar algo a cambio.

Ella alguna vez fue buena y eso lo tengo en claro, pero desde aquella vez, ella... cambió. Cambió totalmente; sin embargo algo me dice que hubo algo más. Algo esconde detrás de esa gruesa capa de maquillaje, que en efecto, aparenta ocultar no solo las imperfecciones físicas, sino también las yacen en algo más profundo: el alma.

Al despedirme de Lana, escudriñé rápidamente en mi mochila las copias de las llaves de la mansión para abrir la puerta, que al pasar a través de ella logré notar que la mansión se encontraba desierta, así que pasé de largo hacia la escalera subiendo de dos en dos cada peldaño hasta llegar al pasillo del segundo piso.

El sonido de la puerta principal abrirse nuevamente hizo que parara en seco en mi sitio, poniéndome alerta a las voces:

—Gracias por traerme —resonó una voz femenina, de la que supongo, es de mamá.

—Siempre será un placer traerte a casa cuantas veces quieras, linda —fruncí el ceño al notar que no me equivocaba: la voz provenía de un hombre. ¿Qué está pasando?

—Siempre tan amable —seguía hablándole mi madre con cierto apego al extraño—. Muchas gracias.

—Hasta luego —se despidió el hombre antes de que mamá cerrase la puerta en un largo suspiro.

Definitivamente esta fue una de las cosas más raras que me han pasado desde que llegué aquí. Y si apenas este es el comienzo, no me quiero imaginar qué pasará después. Finalmente decidí ponerme en marcha para seguir con lo mío antes de que mamá me pillara escuchando esa extraña conversación.

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