[11] Y cuando las estrellas hablan... ¿siempre hay que escucharlas?

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—¿El de cáncer intestinal?

—¡Sí! —chilló ella, torciendo un puchero.

—¿Ya murió?

A Daniela se le escapó el aire de los pulmones: él ni siquiera lo sabía; Santi no había sido lo suficientemente importante como para que la noticia de su muerte diera vuelta al hospital. Dany se mordió los labios. Santiago había vivido tan poco tiempo en este mundo que no había sido capaz de hacer un solo amigo que lo recordara; en unos años, pocos se acordarían de que había existido. Pero lo había hecho, y había sido una personita dulce, inteligente, considerada...

Más lágrimas vinieron a sus ojos.
Antonio suspiró.

—¿Cuándo comenzaste a tratar con pacientes, Daniela? —tomó asiento en el sofá al lado de la cama. La miraba de frente.

Ella sacudió la cabeza, sin encontrar sentido a su pregunta.

—¿Cuándo?

—Tenía diecinueve —gimoteó.

—¿Y cuántos años tenías cuando te titulaste como médico?

Una vez más, Dany sacudió la cabeza, ¿a qué venían estas preguntas? Él sabía bien cuándo se había titulado: ella tenía veintitrés años… y cuatro de matrimonio.

—¿Por qué m...

—Y desde entonces —la interrumpió—, ¿cuántas personas has visto morir? Es increíble que tanto tiempo después sigas llorando como una interna que recibe su primer recién nacido muerto —atajó, decepcionado—. Las lágrimas, y el tiempo de reposo, son un lujo que un médico no puede darse: hoy dejaste a todos pacientes por llorar algo que sabías sucedería y que no puedes cambiar.

¿Por algo que sabía que sucedería y no podía cambiar… y ya? ¿Así de fácil? ¿Como cuando se te caen las llaves por llevarlas en un bolso roto o se te derrama el café por no cogerlo bien? ¿Ese tipo de cosas? Como si fuera común… normal, que un ser querido fallezca, un niño pequeñito, entre tanto sufrimiento. Daniela ni siquiera pudo responder a eso. Torció un gesto de dolor.

—Eres increíble —siguió Antonio, apretando los labios—. Eres como una niña —sacudió la cabeza, con desapruebo, y la dejó sola.

Esta vez fue él quien durmió fuera, en el sofá de la sala de estar, lo cual agradeció Daniela porque no pudo dejar de llorar la noche entera.

*

Por la mañana, se obligó a ponerse de pie diciéndose que Antonio tenía razón en que no podía dejar a sus otros pacientes —aunque no tenía por qué haber sido tan cruel—. Tomó una ducha y, mientras terminaba de vestirse, su marido regresó a la recámara de ambos.

Ella trató de ignorarlo. Tomó asiento frente a su tocador, para maquillarse, y mientras se ponía la base, a través del espejo notó que él estaba mirándola; se preguntó si acaso estaba complacido de verla fuera de la cama, aunque no le importaba su opinión, de hecho, lo que quería era alejarse de él, por lo que se olvidó del corrector para cubrir sus notables ojeras, se selló la base con polvo y se dio prisa a poner algo de sombra oscura en sus cejas… pero entonces él tomó asiento en la cama, justo a su lado, para mirarla de cerca mientras se abotonaba los puños de la camisa blanca que vestiría aquel día.

Cuando las Estrellas hablan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora