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-Quiero que te quedes esta semana.-dijo James en el almuerzo. Aún miraba al frente aunque sabía que ella había posado sus ojos en él.- No me gusta que pases tanto tiempo lejos y lo sabes.
La chica levantó el brazo de él y se juntó más a su cuerpo, para luego dejar que la rodeé con sus músculos. James rió con suavidad. Parecía una pajarita oculta bajo el ala en una tormenta. A él le gustaba que fuera así, sentía que siempre podría protegerla.
-¿Sabes?-dijo alguien al otro lado.-A veces me da la impresión de que con sólo apretarla un poco la romperías.
-Puedo intentar con tu cabeza, si queres. -dijo él, sin broma ni enojo.
-Él nunca me rompería.-dijo ella y dio un bocado.- Somos familia.
-A mí me daría miedo.-dijo nuevamente.
Ella bufó y miró al hombre que comenzaba a fastidiarse a su lado.
-Papá, ¿vas a entrenar hoy?-preguntó y él asintió.- ¿Puedo acompañarte?
-Primero terminá tu almuerzo.
-Ya me llené.-dijo ella y se puso de pie. Quiso caminar fuera pero su padre la detuvo, mirándola con seriedad.
-Tu almuerzo, Max.
-Estoy llena.-musitó ella y bajó la mirada.-Creo que me serví demasiado.
-¿Qué te dije yo cuando te estabas sirviendo?
-Que era mucho.
-¿Y qué me dijiste?
-Que tenía mucha hambre.
-Quedate acá hoy, ¿si? Voy a entrenar.-dijo él.
Antes de que Max pudiera decir algo, él se había marchado. Se dejó caer en la cama y miró el techo. El lugar era, básicamente, un gimnasio de escuela.
La chica se aproximó a uno de los laterales y divisó una escalera que llevaba al techo. Emocionada, comenzó a subir, ignorando el crujir del metal, los peldaños que caían y la altura a la que se encontraba.
Cuando llegó al techo, miró la ciudad y se le escapó una risita. ¿Así se sentiría ser la estrella?
Pasó largas horas ahí hasta que comenzó a caer una fina lluvia. Entonces inició el descenso.
Le costaba aferrarse al metal mojado y oxidado y la lluvia empezaba a caer con más fuerza. Entonces, junto con los nervios y el miedo, salió un pequeño gritito cuando el peldaño bajo su pie se soltó. Aterrada, se aferró con más fuerza a la escalera, pero está parecía amenazar con volverse cenizas.
-Max.-escuchó la voz y sonaba tan lejos que no se atrevió a mirar la distancia con el suelo.-Maxi, no te muevas. Voy a ir a buscarte. Quedate ahí.
-Sos muy grande. -dijo otra voz.-La escalera es muy vieja. Yo voy.
Cerró los ojos con fuerza. Se sentía estúpida por haber subido hasta ahí. Un cuerpo se puso detrás de ella y la presionó contra la escalera.
-Quiero que sigas mis movimientos. No voy a dejar que te caigas.-dijo y ella asintió.
Empezaron a bajar. Ella aún tenía los ojos cerrados, concentrada en los movimientos. Otro escalón cedió y ella empezó a llorar más y más. El hombre la tomó con más fuerza y siguió con su camino.
James se apresuró a tomarla y pegarla a su pecho, aterrado. Podía sentir el latir frenético de ella. Podía escuchar su suave llanto. Podía ver el espanto en ese pequeño rostro.
-¿Estás bien?-preguntó apartándole el cabello de los ojos.-Bebita, ya bajaste. Estás a salvo.
Max trepó hasta sus brazos y se aferró con fuerza, hundiendo el rostro en su cuello y cerrando los puños en su remera.
-Va a ser mejor que entremos. -dijo el otro hombre.
-Gracias.-dijo James.-De verdad. Está muy asustada. Maxi, estoy acá. Tranquila. Estás a salvo, bebita.
Cuando se sentaron a la mesa, ella aún estaba aferrada a él. Lo único que había cambiado era su ropa. James la sentó en sus piernas e intentó que comiera, pero no obtuvo resultados. Ella estaba demasiado asustada y él lo sabía.
- Voy a llevarla a dormir.-dijo a los demás a modo de despedida.
- No va a dormirse tan fácil.-dijo alguien y él suspiró. Sabía que era cierto.
-¿Qué hacías ahí arriba?-preguntó él en un susurro, acariciándole las mejillas una y otra vez.-Maxi, no estaba enojado con vos.
-Yo creí que tenía más hambre.-musitó ella.
- Lo sé.-suspiró.-Perdón por hablarte mal.
- No importa.-dijo ella, con el rostro contra su pecho.-Sólo quería ver la ciudad desde ahí. Te sentís una estrella.
-Bueno, estrellita, creo que llegó la hora de dormir un poco.
-¿Me contas un cuento, papá?
Él sonrió con toda la ternura y el amor que le cabía en sus endurecidas facciones. Entonces la rodeó con su brazo, como si fuera una beba que podría caerse de la cama, y comenzó a contarle uno de esos cuentos que ella le contaba cuando era pequeña y llegó a ese lugar por primera vez. 

Pequeña TomlinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora