Cuelga notando que los faroles tienen luces intermitentes.

«¿Por qué sigo en esta ciudad?».

Recoge sus cosas, yacía sentada frente a la cafetería cerrada. Las calles están vacías, son pocos los que transitan por esas calles.

Pues además de que no hay muchos habitantes en esa ciudad, la mayoría son personas mayores que creen en viejos mitos, por lo que deciden evitar las calles por las noches plagadas de delincuencia.

¿Y por qué no se van si hay pésimas condiciones de vida y poca seguridad civil?

El coste de vida en esa ciudad es mucho mejor que en otros de ese país, además de que mayoría de los que allí viven al estar en una zona tan rural y retirada no pagan impuestos.

Recogiendo todas sus cosas levanta la cabeza viendo al otro lado de la calle como un hombre está subiendo a su vehículo, al sentir su aguda mirada se voltea causando que a las sus miradas cruzar Candice ensanche los ojos y se quede pasmada.

—Hola, ¿cómo estás? —dedicándole una amplia sonrisa que no llega a reflejarse en sus ojos, Candice desvía la mirada de manera apresurada.

Sus movimientos se vuelven torpes, ese hombre deja de sonreír al darse cuenta de que ella evita verlo.

—Un orfanato incendiado unos años atrás, pobres niños... ¿Puedes creer que murieran diecisiete personas allí? Lo peor de todo es que encontraron un cuerpo que es posible haya sido asesinado antes del incendio—menciona apreciando los cambios en la expresión facial de ella.

—Ahora que recuerdo en ese orfanato había una niña pelirroja que siempre se escapaba por el hoyo del gato gordo de la directora, dieciocho niños había, entonces ¿Por qué solo murieron diecisiete?

Candice empieza a temblar, el latente recuerdo de esa desagradable noche todavía después de veinte años no ha podido olvidar.

Ese niño, ese engendro sin corazón, quien era aislado por los demás niños debido a su desagradable hábito de disecar animales y colocarlos en las almohadas de aquellos que le caían mal.

—Tú... ¿Eres tú la que falto, niña pecas?

Siempre mantuvo una actuación perfecta, no hay razón para que alguien descubra de su naturaleza perversa a menos que...

Ensancha los ojos al darse cuenta de algo que hasta el momento descartaba, la ausencia de un testigo.

«Con que eso es».

Lo vio incendiando el lugar, ella lo vio o algo sabe.

—No sé de qué habla—terminando de recoger sus cosas, comienza a caminar al lado opuesto de él.

—¿Me viste también cerca del bar ayer?

Ella dirige una mirada asustada hacia él, mordió el anzuelo.

Es una pésima actriz.

Sin esperar estar junto a ese hombre un minuto más, empieza a correr. Ella sabe lo peligroso que es estar junto a él, quien todo el día muestra una amplia sonrisa que puede engañar a cualquiera, a todos menos a ella.

Viéndola correr por esas solitarias calles, el hombre abre el baúl de su vehículo sacando un mazo oxidado, lo único que no se podía permitir es tener testigos de sus actos.

Corriendo a Candice se le caen las llaves de su auto, la neblina de la noche y las luces intermitentes no le permiten ver a su alrededor, deja de correr para tomar las llaves, cuando algo es lanzado a su cabeza.

Grita al darse cuenta de que estuvo a punto de ser golpeada en la cabeza. No recoge las llaves, ese hombre la alcanzó.

—¡Ayuda!, ¡auxilio! —grita con todas sus fuerzas, zafándose de las garras de esa bestia.

«¿Por qué?, ¿por qué volvió por aquí?» con aquel pensamiento vuelve a correr, sin embargo, jalándola de la chaqueta de bruces al suelo, la derriba.

Por allí cámaras no hay y mucha gente no vive.

—¡Ayuda!

Le cubre la boca bruscamente, al escuchar pasos acercarse a ellos.

—¡Thomas!, ¡Thomas!, ¿a dónde se habrá ido? —se pregunta un universitario que a su amigo le dijo «espérame».

De los ojos de Candice brotan las lágrimas, inmovilizada contra la acera, es arrastrada hacia el callejón de la esquina. Los pasos del muchacho se alejan y con ellos su cuerpo se estremece.

—Sabía que algún día me darías problemas.

—¡No le diré a nadie, lo juro!

Tornándose serio, el hombre aprieta el mazo.

—Así que en verdad viste algo.

Entrando en pánico, Candice trata de negarlo, aun así, ya es demasiado tarde.

Alzando el mazo con su mano disponible lo deja caer en la cabeza de la joven, repetidas veces, así elimina al testigo de inmediato.

Por otra parte, la madre de Candice intenta llamarla, con el ceño fruncido se queda viendo el pastel de cumpleaños murmurando:

—¿Por qué no contesta mi niña? 

La ruta de escape, no funciona. +21Where stories live. Discover now