Las buenas personas... (Parte "A")

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El día lunes Lola y Sam no pudieron hablar porque había surgido un pequeño contratiempo, a pesar de que también habían quedado para otra videollamada. Sam tenía que ir a visitar a su abuela porque estaba enferma, así que ambos tendrían que esperar hasta que regresara el siguiente fin de semana a casa para poder verse.

Y ese fin de semana era hoy.

A penas eran las dos de la tarde. Habían acordado verse cibernéticamente a las cinco.

Mientras tanto, Lola se dedicaba a continuar haciendo recortes de los correos de Sam y a pegarlos en su cuaderno de memorias. Era algo que la hacía sentirse feliz.

Sam la hacía sentirse feliz.

Y ahora, cada vez que recordaba lo que había sucedido durante su última videollamada, su rostro se sonrojaba y un cosquilleo se le asentaba en el estómago.

Ambos se gustaban, y eso era algo que Lola no sabía si interpretar como bueno o como malo. Es decir, estaban lejos el uno del otro, no tenían forma de verse en persona a menos que viajasen. Y bueno, eso de viajar estaba algo jodido, al menos para Lola, considerando el factor del dinero como un impedimento de fuerza mayor en su caso.

Estoy medio jodida, pensó Lola.

A eso de las tres, la madre de Lola salió hacia su trabajo, quedando la casa sola para ella. La verdad es que no era ni tan agradable quedarse sola porque de todas maneras la casa estaba hecha un asco y tendría que limpiarla. Así que una vez terminó de pegar el último recorte en su cuaderno, se dispuso a hacer los quehaceres.

La sala era un desorden de latas de cerveza, de envoltorios de chucherías, de jugo derramado en el piso y de un asqueroso olor a rancio que despedían unas patatas fritas sobre el televisor.

Qué asco, pensaba Lola. Mamá no es más desordenada porque estando ebria no puede.

Tomó una escoba, una bolsa de basura y sacó la aspiradora del armario bajo las escaleras.

Sería una jornada de limpieza medio difícil, así que sin dudarlo, conectó su mp3 a los aparatos de sonido y le dio reproducir a su lista de música.

Girls Do Cry de San Cisco comenzó a sonar, y al compás de la música, Lola bailaba y limpiaba.

No le llevó más de hora y media tener todo en orden nuevamente, y a pesar de que la música había ayudado a pasar el rato, se había cansado un poco y sentía el cuerpo pegajoso a causa del sudor, así que tomo una ducha fría y se puso ropa cómoda, revisó su correo pero no tenía ningún mensaje de Sam, aunque suponía que era porque esa misma tarde se verían.

Ya solo faltaba media hora para poder volver a ver esos ojos grises, esa sonrisa perfecta, ese chico de gestos suaves... a Sam.

Bajó a la sala y apagó su reproductor de música. Cogió su mochila del sofá y se la echó a la espalda. Dio un último vistazo al lugar y comprobó que todo estuviese en orden.

Lola suspiró.

De todas maneras cuando regrese mamá ya tendrá el mismo desorden nuevamente, pensó.

Pero no le importaba la verdad. Sus ganas de ver a Sam podían más con ella que las preocupaciones banales que le provocaba su madre.

El timbre de la puerta sonó, sorprendiendo a Lola y provocándole un pequeño infarto. El silencio, sin su madre, era tan sepulcral que el menor ruido parecía algo realmente aturdidor.

Fue a abrir la puerta esperando encontrarse a alguien, pero lo único que vio fue un cielo nuboso, amenazante con dejar caer una buena tormenta, arboles siendo mecidos por un gélido viento y un pequeño paquete en el suelo.

Oh, correo, se dijo a sí misma.

Cogió la pequeña caja marrón del suelo y volvió adentro con ella.

En la parte superior se inscribían unas palabras:

"Para Lola de Sam."

Lola sonrió.

Finalmente había llegado el paquete que él le había prometido, así que se dispuso a abrirlo con cuidado.

Se preguntó dónde demonios estaría el recibo postal del paquete, pero supuso que el viento lo había volado.

Era una lástima, pensaba Lola, porque hubiese querido saber la dirección de Sam para poder enviarle correo también.

Pero no importaba tanto. Luego se lo preguntaría cuando estuviesen hablando esa tarde.

En el interior, Lola se encontró con una botella de cristal tapada con un corcho y con un papel en el interior de ésta. En la caja también venía otro papel doblado en cuatro partes que Lola sacó junto con la botella.

Hubiese querido enviarte esto por el mar, como esos mensajes en botellas que las personas se encuentran en la playa. Hubiese sido más romántico, pero corría el peligro de que las corrientes oceánicas me jodieran el rato y la botella fuese a parar a las costas de Miami o a algún país de Centroamérica.

Sam.

Lola sonrió nuevamente. Solamente él podía hacerla sonreír de esa manera.

Sam era un chico singular. Y eso junto a muchas cosas más lo volvían alguien sumamente especial.

Cogió la botella con ambas manos y la examinó detenidamente. Lo único en su interior era un pequeño papel blanco enrollado y anudado con un lacito marrón. Lola sacó el corcho de la boquilla y agitó un par de veces la botella hasta que el papel se deslizó fuera de ella.

Desanudó el lazo y el papel se extendió en sus manos. Era un listado de cosas, cosa que llamó la atención de Lola. ¿Sería el listado de las compras?, pensó, y no pudo evitar reírse con el asunto. Viniendo de Sam todo era posible.

Se dispuso a leer el título y decía lo siguiente.

Lithium (Una memoria)Where stories live. Discover now