Capítulo 11

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holito

***


Me quedaba corta la palabra perfecto. No había manera de describir qué tan bien me sentí al despertar: fue como estar en casa. A pesar de que el frío me despertó en la mañana, sentía una calidez inmensa al estar ahí. 

Zac terminó desparramado en casi toda la cama, pero nuestros cuerpos no alcanzaron a tocarse en la noche, ya que yo apenas me moví. Dormí como si no lo hubiese hecho en años. 

—¡Qué sueñooo!—gritó Zac estirándose. Arrugué las cejas y me estiré también, dando un bostezo. 

—Son las doce del mediodía.

—¡¿Las doce?!—gritó alzando la cabeza de entre las frazadas. Asentí—Ah, igual ya reprobé esa clase—volvió a esconderse en la cama, restándole importancia.

—¿Tenías clase?—pregunté con los ojos bien abiertos. Yo no me permitía faltar de esa manera a clases; tan despreocupadamente. Sólo lo hacía estando muy enferma. Hoy, por suerte, a eso de las siete de la mañana me llegó un correo de la profesora, avisando que mis dos horas de matemáticas de la mañana estaban suspendidas por problemas personales de ella. Me alegré bastante puesto que me dormí a eso de las cuatro de la mañana.  

—Sí, tenía química. Igual, como te digo, ya fue. No hay vuelta atrás con esa materia—habló con la voz ronca. Él se había dormido enseguida, apenas tocó la cama, por lo que me sorprendía que yo esté despierta y con energías y él no.

—Creo que debo ir a casa—murmuré recogiendo los papeles que dejamos en el piso anoche. Al instante, una punzada muy fuerte en el estómago me hizo soltar un gemido y tomarme la zona afectada con ambas manos. Me afirmé en el mueble más cercano, sintiendo que mi estómago se estiraba y enrollaba por dentro. Mis alarmas se encendieron, las de Zac también. Mi cerebro fue directo al bebé, y mi preocupación no hizo más que aumentar.

—¿Qué pasa? ¡¿Qué es?!—se acercó Zac desesperado. Iba en ropa interior. Me agarró el brazo derecho mientras yo levantaba un poco mi camiseta, tocando la piel de mi estómago. Otra punzada, otro gemido desgarrador.

—Duele mucho—hablé con la voz rota. Podía sentir mi corazón en la boca de mi estómago, acelerado, desesperado. El dolor no cesaba y mi preocupación tampoco. Zac tenía los ojos muy abiertos y su mirada pegada en mi estómago. Acercó su mano hasta el lugar, tratando de sentir algo.

—Ven, recuéstate. Esto se llama... Contracciones. Lo leí. Cálmate—me tomó de ambos brazos y me llevó a la cama. Recostada, el dolor cesó un poco, pero seguía ahí, molestando y preocupándome.

—Tengo un poco más de tres meses. No estoy segura de que las contracciones a estas fechas sean normales, Zac—hablé con angustia.

—Lo son. O eso espero—murmuró inseguro. Comenzó a acariciar mi estómago con cuidado, sus cejas estaban tan fruncidas que parecían pegarse entre sí. Mi dolor no cesó, simplemente lo olvidé por unos segundos al ver la preocupación que emanaba su cuerpo. Era reconfortante saber que no estaba tan sola en esto como creía.

—Creo que deberías ir al hospital. Deberíamos—se levantó. Mis ojos no se separaron de él. Asentí un poco nerviosa, tragué saliva e intenté moverme, volviendo nuevamente a la cruda realidad. Las punzadas no se detenían y rogué que sea por algún sencillo problema estomacal que no involucre a mi bebé. Aunque cuanto más lo pensaba, más difícil se hacía, puesto que todo lo que a mi me ocurría, repercutía de una u otra manera en el bebé. 

Mi pequeña casualidad ® | [En proceso]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt