Número desconocido: Hey, Melissa! Soy Jennifer. Me preguntaba si te gustaría venir a correr conmigo por la mañana. Respóndeme en cuento veas este mensaje. Chao.

No sé cómo rayos consiguió mi número, pero no me importa. La agrego y respondo.

Yo: Buenos días, Jennifer! Sí, me encantaría. Te veo frente el gimnasio en media hora.

A mí realmente no me gusta correr, pero acepto porque no tengo nada mejor que hace y así me da un poco el aire. Sólo tengo 29 minutos para prepararme e ir al punto de encuentro, así que termino rápido de desayunar, friego el bol y voy a mi habitación para prepararme. Me visto unos leggins negros, una camiseta rosa fosforito y mis deportivas Nike. Me hago una coleta y preparo una mochila ligera con una botella de agua, pañuelos, algo de dinero y una chaqueta por si más tarde refresca. Rebusco en mis cajones hasta dar con un folio. Lo corto a la mitad y escribo que me voy a ausentar por unas horas. Pego la nota con un imán en la nevera y salgo de la casa, llevándome un juego de llaves por si acaso. Compruebo que llevo encima mi móvil y los cascos para escuchar música mientras corro.

Tardo 13 minutos en llegar a la calle donde se encuentra el gimnasio. Estoy a 200 metros de la puerta de éste. Alcanzo a ver la silueta de Jennifer y la de otra persona que está a su lado. No me imagino quién puede ser su acompañante. Me voy acercando más y al fin distingo el rostro de la otra persona. Es Nick. Un escalofrío me recorre la columna de arriba a abajo y se me encienden las mejillas. Rezo porque no se den cuenta. Él me ve primero y me saluda con la mano y una sonrisa.

- ¡Hey! Ya pensé que no venías - me reprocha Jennifer, a lo que yo echo un vistazo a mi reloj de muñeca.

- Wow, tres minutos de retraso - le respondo con tono irónico. Ella menea la cabeza.

- Me alegra que nos acompañes - dice con una sonrisa, dejando al descubierto su increíble dentadura.

- Bueno, pues en marcha - da por finalizada la conversación su hermano, y ponemos rumbo al parque.

Llegamos a la entrada del parque y Jennifer empieza a manipular en su reloj deportivo, supongo que para marcar los kilómetros que recorramos.

- Muy bien chicos, ¿listos para correr nueve kilómetros? - nos pregunta. Se me hace un nudo en la garganta. ¿Nueve mil metros? Rezo por no morir en el intento.

- ¡Sí! - responde entusiasmado él.

- Sí... - digo con voz débil. Me gustaría decir que no.

Y con esto echamos a correr. Vamos por los caminos hechos a través del césped y de los árboles. SE nota que se acerca la primavera porque la nieve ya empieza a derretirse, dejando paso a las briznas de hierba verde y de las copas de los árboles germinan brotes de flores. Es temprano y no hay demasiada gente. La paz envuelve el ambiente. Al final decido no escuchar música y disfrutar de la propia de los pájaros y del viento entre las ramas. Mantenemos un buen ritmo durante los primeros 3 kilómetros, pero a partir de ahí, Jennifer y Nick aumentan la velocidad. Intento seguirles el paso, pero no creo que aguante mucho más. Me queman los pulmones y empiezo a tener dificultades para respirar. Los músculos de mis piernas se quejan por el esfuerzo, así que freno en seco y apoyo las manos en las rodillas flexionadas para recuperar el aliento. Intento coger todo el aire que mis pulmones puedan almacenar por la nariz y lo suelto despacio por la boca. Repito el ejercicio varias veces. Los rayos de sol me dan de pleno en la cara, haciendo que sude más. Mi temperatura corporal aumenta. Intento enfocar la vista en una forma del suelo, pero consigo el efecto contrario, se vuelve más borrosa. Siento que mi cuerpo pesa más de lo habitual. Me tiemblan las piernas. Sigo inspirando por la nariz y expirando por la boca. No puedo sostenerme más. Mis extremidades inferiores fallan y pierdo el equilibrio. Cierro los ojos, esperando el impacto contra el suelo. Éste no se produce. Noto unos brazos firmes agarrarme por la espalda y por debajo de mis muslos que me levantan evitando golpearme contra el duro cemento. Abro los ojos para saber la identidad de la persona que me lleva en brazos. Mis ojos siguen sin enfocar bien la imagen. Nos desplazamos hacia una zona en sombra. Me acuesta suavemente a lo largo de un banco. Parpadeo varias veces y ya consigo ver con más nitidez. Nick me mira con expresión de preocupación. Me pongo colorada al instante, aunque no se nota ya que por el calor tengo la cara bastante roja. Me intento incorporar, pero él me lo impide.

- Ey, no tan rápido. Acabas de sufrir un bajón de tensión y no querrás desmayarte por levantarte con tanta brusquedad - explica.

Suspiro y me llevo una mano a la frente. La tengo ardiendo. Nick saca una toalla pequeña de su mochila y la moja con el agua que llevaba. La escurre y me la coloca en la frente. Permanece así unos minutos y la retira.

- Venga, te ayudo a sentarte - me dice.

Me agarra firmemente de la mano y lentamente me levanto. Me apoyo en el respaldo del banco.

- Gracias - le digo.

- No hay de qué - responde, y me tiende su botella para que beba lo que queda de agua. La acepto y le doy largos tragos. 

- ¡Eh! - se escucha a alguien gritar. Jennifer viene corriendo hacia nosotros - Gracias por dejarme tirada, par de inútiles.

- Siento habernos ahorrado un viaje al hospital - contesta él, y me mira divertido. Me muero de la vergüenza.

- Lo que sea. No vuelvo a salir a correr con vosotros. No aguantáis nada - se sigue quejando ella.

 Después de reponer fuerzas sentados los tres a la sombra, los dos hermano se ofrecen a acompañarme a casa. Llevo 3 horas y 47 minutos fuera y tengo que volver. En seguida nos ponemos en marcha.

Zona de guerra (Nick Robinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora