18. Los que perdieron todo

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|Los que perdieron todo|

Estábamos en la sala de la base, el secretario se había ido dejando un sabor amargo en el ambiente, dándonos el ultimátum de que tendríamos que tener la respuesta en dos días como máximo

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Estábamos en la sala de la base, el secretario se había ido dejando un sabor amargo en el ambiente, dándonos el ultimátum de que tendríamos que tener la respuesta en dos días como máximo.

Estaba hecha un ovillo en la punta de un sillón, en parte por el dolor del entrenamiento y otra por observar cómo todos discutían si debían firmar o no.

—Veamos esto desde mi perspectiva —saltó Sam— ¿cuánto tiempo pasará hasta que nos rastreen como una banda de delincuentes?

—Son ciento diecisiete países quienes están de acuerdo con esto, y tú dices que todo está bien y podemos manejarlo.

—¿De qué lado estás? ¿Con el gobierno o con nosotros?, porque has estado de ambos lados mucho tiempo.

—Desde que el señor Stark ha dicho que es Iron Man hace ocho años el índice de mejorados ha incrementado potencialmente —intervino Visión con calma.

—¿Dices que es nuestra culpa?

—Nuestra ilimitacion de poder ha demostrado que nadie nos controla, lo que ocasiona desafíos y de ahí vienen los conflictos que son los que causan catástrofes.

—Visión, ve al punto.

—Supervisión —resaltó— no es una idea que se pueda desechar.

Todos notamos que Tony había estado muy callado desde la reunión en la que no había dicho una sola palabra. Él se levantó para ir a la cocina y todos lo seguíamos con la mirada. Mientras se servía un vaso de agua, proyectó la imagen de un joven de tez morena, sutilmente con parentesco físico a la señora que hace unos días quizo atacar a Tony.

—Oh, él es Charles Spencer por cierto —dijo cuando notó que había captado nuestra atención— se graduó en ingeniería informática, el mejor de su generación. Iba a tener un buen trabajo, pero primero quería ver el mundo y ayudar. No fue a Las Vegas o París o Ámsterdam como yo hubiera hecho, decidió pasar el verano construyendo casas para los pobres. Adivinen dónde, en Sokovia.

Entendí a donde quería llegar, era el hijo de aquella señora; lo acusó de su asesinato y él investigó. Todos se mostraron afectados porque sabían que aquella historia que Tony contaba no era exactamente un cuento de hadas.

—Quería ser la diferencia, supongo. No lo sé porque le tiramos un edificio encima mientras peleábamos —todos bajaron la mirada— necesitamos rendir cuentas, no me importa cómo yo estoy dentro, no necesito pensar acerca de las consecuencias si muchas de esas ya pasaron cuando nada ejercía sobre nosotros. Si no podemos aceptar limitaciones no somos mejores que los malos.

La Nueva Vengadora: AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora