Él suelta mi mano. No sé cómo es su cara ni si está triste o enfadado porque no lo estoy mirando. No soy capaz de ver el otoño en sus ojos. En los míos es invierno. Y lo va a ser durante mucho tiempo.

—Si es lo que quieres, me iré —dice—. Pero estaré pendiente de ti. Me voy a enterar de todo lo que te ocurra y cuando menos te lo esperes, volveré para ayudarte.

Entonces se levanta del banco y agarra a Tony con la correa.

—Vamos, chico —le dice.

Y echa a andar.

Cuando está lo bastante lejos, dejo de contenerme y lloro. Y de pronto, aparece Rocío frente a mí y me pregunta:

—¿Por qué lloras mamá?

La miro y pido a Dios o a quien esté allí arriba que no me la quite.

—Porque estoy un poquito triste, cielo —le respondo con cariño.

—Yo te abrazo para que no estés triste.

Y se lanza sobre mí con sus bracitos.

—Curita sana, curita sana, si no se cura hoy se curará mañana... —canturrea ella en mi oído.

Por la noche dormimos juntas. Raúl se ha marchado y no queda ni rastro de sus cosas en mi habitación. Está demasiado vacía y me angustia. Por eso decido pasar la noche en la cama pequeña con la peque. Ella duerme tranquila. Respira con profundidad y me serena. A las siete de la mañana descubro con incredulidad que he dormido del tirón. Supongo que de puro cansancio mis nervios no han sido lo bastante fuertes como para mantenerme despierta toda la noche.

Despierto a Rocío y la llevo a la cocina. Mi madre me está mirando fijamente.

No está de acuerdo con mi decisión.

—Mami... —dice la nena antes de meter la cuchara en su leche con galletas.

—¿Qué, cariño?

Me agacho hasta su altura y le sonrío.

—¿Papi está en la ducha? —me pregunta.

Mi madre resopla y se pone a fregar los cacharros para no mirar.

—No, cielo. No está en casa.

—¿Ya se ha ido a trabajar? —me pregunta.

—No, Roci. Papi... Raúl se ha ido a su casa.

—¿Tony está malito?

Se me encoge el corazón, ya no sé qué decir.

—No... Ahora Raúl va a vivir en su casa.

La cara de mi hija se deforma de tal manera que me avergüenzo de mí misma por no haber pensado en este momento. No tarda en empezar a llorar.

—¿Ya no me quiere? —pregunta con una vocecita entrecortada por las lágrimas y los mocos.

La abrazo.

—Claro que te quiere, cariño. Esta noche va a venir a verte, ¿quieres? —digo mientras rezo porque Raúl me coja el teléfono dentro de un rato.

—¿Pero se va a quedar a dormir? —me pregunta.

No puedo decirle que no.

—No lo sé, cielo.

Rocío desayuna con dificultad. Ha dejado de llorar, pero está seria y mira la taza de leche como si fuera la culpable de todos los males del mundo.

¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora