Álvaro y yo guardamos silencio.

—Ahora está bien. Está estable. Pero hay que estar pendientes. La vamos a subir a la UCI pediátrica, más que nada para monitorizarla. Por si acaso.

Asiento conteniendo el aliento.

—¿Podemos subir a verla?

—Sí, dentro de un ratito —nos dice amablemente—. Mientras podéis esperar aquí sentados, os avisaremos.

Y se va. Miro hacia ambos lados, por si Raúl ha vuelto. Pero no lo encuentro. Debe de estar fuera. Álvaro me hace un gesto para que me siente a su lado.

Y me siento, pero una silla más lejos de él. De pronto empezamos a escuchar gritos.

Se abre la puerta de una consulta y un hombre y una mujer salen señalándose mutuamente, encolerizados y rabiosos. Un niño de unos ocho años llora amargamente tras ellos y un médico está tratando de calmar los ánimos, sin éxito alguno.

—¡Te dije que no lo dejaras solo con el perro! ¡Eres un hijo de puta irresponsable! ¡No te mereces el hijo que tienes!

A lo que él responde:

—¡Tú sí que eres una maldita puta! ¡Si no estuvieras por ahí con ese tío el niño no hubiese tenido que pasar la semana entera en mi casa! ¡Yo trabajo, no como tú! ¡A ver con quién lo dejo si no tengo familia!

—¡No tienes excusas! ¡Ahora mismo te voy a denunciar!

Y nadie escucha los silenciosos sollozos del pobre crío que ve que sus padres utilizan su nombre para atacarse entre ellos. Su hijo es la excusa para reprocharse cosas, para odiarse... Y su hijo al final, piensa, inconscientemente, que es el culpable de que haya tanto odio en su familia.

Y su hijo, un niño de ocho años que no tiene culpa de nada, está condenado a sufrir durante toda su vida sentimientos de culpa que nada tienen que ver con él.

Y yo no quiero eso para Rocío.

—Mira Álvaro. Ellos hacen lo mismo que tú: utilizan al niño para hacerse daño. Porque es lo que quieres, ¿no? Usar a Rocío como arma para joderme a mí —digo cargada de odio.

Él ni me mira. Parece que no está escuchando lo que digo. No me molesto en repetírselo.

Al rato, la normalidad regresa y aquello vuelve a parecer un hospital en lugar de una jaula de grillos. Hay pocas luces encendidas y se escuchan algunas teclas de médicos y enfermeras que escriben en el ordenador. Se escucha toser a un par de niños y a veces algún bebé llora. Pero se respira calma. Saco un Kleenex del bolso para limpiarme las lágrimas mientras una parte de mí misma reza compulsivamente.

—¡Bea!

Me sobresalto. Descubro a Alma frente a mí con el pijama verde y cara de susto. Raúl está a su lado.

—¿Qué le ha pasado a tu niña? —me pregunta preocupada.

Se arrodilla frente a mí para mirarme a los ojos. Los tengo hinchados de llorar a ratos y en silencio cuando nadie me ve. Álvaro y yo llevamos allí media hora.

—Tiene meningitis —digo a punto de echarme a llorar de nuevo.

—Vaya —responde ella—. Supongo que dentro de poco te dejarán pasar a la UCI.

—Aún no nos han dicho nada —respondo con un hilo de voz.

Ella me abraza.

—He llamado a tu madre, Bea. La he tranquilizado y le he dicho que está todo bien. No quiero que se preocupe y menos cuando no puede hacer nada.

—Muchas gracias. Ha sido buena idea. Gracias, Raúl —repito de nuevo.

Descubro que estoy temblando.

Alma mira a Álvaro y luego me mira a mí.

—Te presento al padre de Rocío —digo al fin.

Álvaro entonces parece reaccionar y se levanta de la silla para estrecharle la mano a Alma.

—Encantada —dice mi adjunta—. Juraría que te he visto por aquí.

—Sí, trabajo en el hospital. Soy cirujano —responde él orgulloso.

Alma le devuelve una sonrisa falsa, de cortesía.

—Beatriz, yo me tengo que ir ya... Llámame si hay novedades —me dice.

Entonces se agacha (yo aún estoy sentada) y se inclina sobre mi oído. Me da un beso que me congela por dentro y dice en un susurro que tan sólo yo puedo escuchar:

—Recibirás noticias de mi abogado.

Y se va. Cuando desaparece tras la puerta, Raúl corre a sentarse a mi lado y Alma también.

—¿Cómo estás? —me pregunta él visiblemente preocupado—. Tienes muy mala cara.

—Creo que voy a vomitar —digo.

Mi adjunta trae un cubo de basura y lo pone frente a mí.

Lo echo todo.

Y me quedo vacía.

Después viene la doctora de antes y nos informa. Se ha confirmado que Rocío tiene meningitis meningocócica. Me acompañan a la UCI. Y gracias al cielo, dejan que Raúl entre conmigo.

¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015Where stories live. Discover now