Prólogo: ¡Corre!

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Sus pisadas resonaban sobre la plataforma de cristal, no podía detenerse, ya estaba en la última sección, solo un pasillo la separaba de su libertad. Un chico del que nunca supo si nombre corría detrás de ella, pero era más lento. Ella no quiso mirar el suelo, sabía que le daría vértigo ver la enorme caída que se abría paso debajo del fino cristal por el que corría. Llegó a las escaleras. Posiblemente las únicas que le faltaban por subir para triunfar en aquel juego sádico. El chico no resistió más. Se lanzó sobre la jauría de perros hambrientos, los cuales lo devoraron en un instante. La chica solo se percató de la sangre que manchaba el suelo a dos metros de sus pies. Subió las escaleras de caracol lo más rápido que podía, pero le costaba trabajo, estaba mareada y quería vomitar debido a las vueltas que estaba dando.
Su pie quebró sin querer un escalón y estuvo a punto de resbalar sobre los perros, se sujetó del siguiente escalón, pero también se rompió hiriendola. En su mente solo estaba la salida. No se iba a dar por vencida.
Uno de los perros se le lanzó a la pierna, era pequeño a pesar de sus colmillos filosos que estaban rasgando su piel.
Pudo subir con el perro aun aferrado a su pierna. Se sentó en la escalera y tomó un vidrio roto, soltó un grito cargado de toda su frustración mientras enterraba el trozo de vidrio en la cabeza del animal, tan salvaje que ni siquiera emitió un chillido cuando su vida se escapó entre el vidrio y la piel abierta del animal.
Los perros habían encontrado la manera de subir, y la chica supo que la única manera de seguir con vida era seguir corriendo.
Esos perros estaban hambrientos, la matarían en un instante. Ella continuó corriendo por el largo pasillo de vidrio, le faltaban unos diez metros por correr cuando el primer perro logró trepar hasta el pasillo en el que estaba ella.
Gritó, esta vez el grito fue agudo, fue de miedo ante el horrible perro al que le goteaba sangre del hocico y que cada vez estaba más cerca de ella.
Golpeó la puerta de cristal que estaba al fondo del pasillo para abrirla, pero no reaccionó tan rápido y antes de que pudiera estar a salvo, el perro le mordió el pie descalzo tirandola al suelo. Pensó en lo que había hecho para estar ahí, había robado una manzana para su hija y ella. Parecía como si de pronto todo regresara a la época de la inquisición, donde cualquier mal comportamiento en vez de ser juzgado era castigado con la muerte.
El recuerdo de su hija la hizo fuerte. Golpeó al perro de una manera violenta, su hocico criugió, estaba segura de que le había roto el hocico. Pero como el otro perro, este no hizo ni un solo sonido, sin embargo dejó de hacer presión sobre su pierna y ella pudo cerrar la puerta.
Un click se escuchó cundo cerró la puerta y vio a los perros detrás del cristal, hambrientos.
Se levantó con pesadez y arrastró su pie herido hasta lo que parecía ser la salida. Sonrió cuando vio la luz del sol entrar por un orificio en la pared. Por fin sería libre. Todo el dolor y todas las penas habían válido la pena al final de todo.
Cuando llegó a la salida vio un cristal cubriendo en su totalidad la puerta de salida.
Ella golpeó el vidrio una y otra vez, berreaba, maldecía... hizo todo lo que pudo para ahogar el dolor que le daba el saber que no volvería a ver a su hija.
-Lo sentimos, ya salió alguien antes que usted- dijo un hombre plasmado en una pantalla.
-Vallase a la mierda- espetó la mujer y alzó los brazos como si supiera lo que pasaría a continuación.
Salio un chorro de agua a presión del techo, el pasillo estaba sellado así que en un par de segundos el agua llenó todo el lugar, incluyendo sus pulmones.

La Trampa PerfectaWhere stories live. Discover now