Entonces sucede algo del todo inoportuno. Tal vez debí verlo venir.

—Beatriz.

Esa voz.

Giro mi cabeza y choco con una mirada de sobra conocida, pero que ya había aprendido a no echar de menos.

Álvaro. Miro hacia ambos lados, ¿de dónde ha salido? No puedo responder. Estoy temblando y no sé si esconder a Rocío para que no la pueda ver.

Pero ¿qué digo? Ya la está mirando. Y luego a mí.

—Mami —me dice ella.

Mal momento para llamarme así.

Álvaro la señala con el dedo y pregunta con el tono endurecido:

—¿Es nuestra?

¿Cómo no iba a darse cuenta? Mi hija es un calco de su padre. Preciosa, la adoro, pero físicamente muy parecida a él. Los ojos rasgados, la boca fina, la nariz achatada...

—Sí —respondo.

Estoy aterrada ante su reacción, pienso que de un momento a otro se va a poner a gritar, pero entonces me sorprende. Su rostro cambia hacia la tristeza y me mira con... ¿arrepentimiento?

—¿Tan mal lo hice para que no me hayas avisado de que... Tengo una hija?

Me brotan las lágrimas, pero contengo el llanto. Él tiene los ojos empañados. No sé si es verdad o cuento. Hace mucho que perdí la confianza en él y dudo de que sea una persona capaz de albergar sentimientos sinceros hacia alguien.

Se acerca y le extiende un dedo a Rocío, quien se lo agarra, curiosa y le sonríe. Ese pequeño gesto me destroza por dentro y me hace sentir el ser más ruin sobre la Tierra.

—¡Bea! –grita Raúl.

Se ha bajado del coche y viene hacia nosotros. Entonces pienso que ya nada puede ir peor.

—¿Todo bien? —me pregunta cuando ya está a mi lado.

—Sí —digo con la voz rota—. Te... Te presento a Álvaro.

Álvaro le extiende la mano pero Raúl no corresponde el gesto.

—¿Te está molestando? —me pregunta.

No recuerdo haber vivido antes una situación tan tensa así que no sé cómo manejarme en ella. ¿Cómo se navega entre dos tsunamis a punto de arrasar una isla?

—No, tranquilo.

Él asiente y me coge a Rocío de los brazos. Me mira y entiendo. Le doy las llaves.

—Te espero arriba en cinco minutos. Si no has subido bajo a buscarte —me dice, pero lo está mirando a él.

Álvaro le devuelve la mirada con la misma mala leche. Afortunadamente, Raúl desaparece tras la puerta del portal y nos quedamos solos.

Ante mi sorpresa, Álvaro se arrodilla a mis pies y me coge las manos.

—Perdóname, Beatriz —dice.

Incrédula, veo lágrimas que se escapan de sus ojos.

—Levántate, Álvaro. No hagas esto aquí, por favor —le pido con toda la amabilidad con la que soy capaz.

Gracias a Dios, hace caso y se incorpora. Entonces se acerca mucho a mí.

—Tenemos que hablar... Yo... Te echo mucho de menos... No puedo estar sin ti... Lo he pensado mucho y... Y ahora... La niña —termina por decir.

¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015Where stories live. Discover now