Capítulo 9.

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No hay ceremonia del tueste. Peeta y yo no la pedimos, no la necesitamos, ese momento queremos guardarlo para nosotros; si algún momento en el futuro surge, si algún día decidimos hacerlo con alguien más, ese en realidad será el importante.

Nos toman fotos con todos los invitados que nos piden aquí y allá.

La recepción es lujosa, mantelería blanca y dorada, luces blancas que bailan al ritmo de la música que se escucha, copas y platos de ribetes dorados, flores colgantes del techo que caen en cada centro de mesa de donde se levantan pedestales de mas flores, juntos dan la ilusión de nacer del cielo y llenar copas floridas para deleite de los ahí presentes.

Cada mesa redonda es para 10 personas y veo cada silla llena, los ocupantes van desde hombres con grandes hombreras y brillantes sombreros de copa hasta los que usan sus bigotes como percheros de dijes colgantes. Las mujeres usan vestidos entallados o muy abombados no hay puntos medios, sucede lo mismo con sus arreglos en el cabello y rostro, el brillo de la piel es orden general.

En medio del salón hay una pista blanco luminicente con nuestro nombre encerrado en un corazón enorme al centro, en el lado izquierdo se levanta una tarima transparente donde ahora toca una banda de violines, chelos, guitarras y más instrumentos que desconozco, una mujer canta alegremente una canción de un idioma antiguo.

Peeta y yo no hemos tenido tiempo de hablar, no hay momento, no nos lo permiten; entre tanta gente solo sonreímos, agradecemos los buenos deseos, recibimos palmadas y miradas decadentes.

Una mujer alta de cintura mínima se acerco a felicitarnos, el vestido le entallaba de tal forma que muy pocas cosas quedaron a la imaginación, la mirada de los hombres dejaba en claro el atractivo de la mujer.
Se presento como Alis o algo similar, no pude prestar mucha atención ya que su acompañante no paro de hablarme en ningún momento.

Pude ver en esa mujer que la manera que tenía de ver a Peeta era una muy distinta a la cortesía.
Tocaba su brazo a la menor oportunidad, le hablaba frunciendo los labios, batía las pestañas sin descanso y su impudico escote bailo sobre el torso de Peeta con tal descaro que no pude evitar ponerme roja de vergüenza o quizá de indignación.

Acepto... La Boda de Peeta y Katniss. (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora