30. Oslo

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-Hostia puta...- sonreí mientras que miraba con ojos brillantes la amplia habitación frente a mí.- Que bonito, tío.

-No está mal.- escuché que dijo Rubius mientras que ingresaba en la habitación detrás de mí con una gran sonrisa en sus labios.

-¿No está mal? ¡Tenemos vistas a la ciudad entera! ¡Y se ve el mar!- exclamé entusiasmado. Corrí hacia el fondo del cuarto, en donde una gran ventana de cristal dejaba ver las edificaciones iluminadas de Oslo en torno a una gran porción de agua marina. Me apoyé y sonreí completamente a gusto; la noche estaba despejada y estrellada. Perfecta a pesar del frío profundo que sentía en mis huesos por el clima invernal.- Tu madre es la mejor... definitivamente le haré un altar cuando regresemos.

-Suerte con eso.- rió dejando las mochilas que habíamos traído desde la casa de sus abuelos.

La amable mujer rubia le había obsequiado a Rubius por su cumpleaños tres días y dos noches en este hotel de lujo ubicado en Oslo, la capital de Noruega. También me había pagado a mí la estadía y el viaje en autobús desde la casa hasta aquí, cosa que me avergonzó terriblemente. Intenté decirle que yo pagaría mi parte, pero ella insistió en que le estaría haciendo un favor mientras permaneciera junto a su niño irresponsable; Rubius, en otras palabras.

Al final terminé aceptando cuidar a su niño irresponsable mientras nos alojáramos en Oslo. Aunque ella no sabía que en realidad yo también era jodidamente irresponsable en diversas situaciones. De alguna manera, era esa indiferencia y despreocupación frente a situaciones cotidianas lo que Rubius y yo teníamos tanto en común algunas veces.

-Dios, esto es super bonito, tío.- volví a susurrar con todo el rostro practicamente pegado a la ventana.

-No serán las Vegas. Pero aquí también podemos divertirnos.- bromeó el castaño colocándose a mi lado para ver también las asombrosas vistas que teníamos en nuestra habitación.- ¿¡Qué estamos esperando!?- exclamó de repente echándose hacia atrás. Dirigí mi mirada hacia él.- Vamos. Quiero mostrarte la ciudad entera. Y después... Party time.- dijo alegre, sacando ropa de su mochila. Me alegraba verle animado nuevamente, ya que desde lo de su padre, había quedado medio decaído. Por suerte su madre supo cómo alegrarlo por completo.

-Vale, vale. Avísame cuando termines de usar la ducha.- hablé mientras que él se dirigía al baño.

-No quieres bañarte conmigo, Mahe...- murmuró con una voz exageradamente erótica.

-¡Guarro! ¡Echa pa' ya, que esta noche te quedas sin follar!- reí tirándole una toalla del hotel a la cara.

-Tú te lo pierdes. Dejaré la puerta sin seguro de todos modos.- insinuó carcajeándose mientras que entraba al baño. Sonreí negando con la cabeza, sintiendo una vez más cómo la nostalgia hacía acto de presencia, llenando de calidez mi pecho tranquilo.

Así nos comportábamos antes, cuando la incomodidad de la fase de "recién conocidos" se disipó por completo entre nosotros y pudimos comportarnos como verdaderos amigos, con la confianza elevándose hasta las nubes. Era esa confianza la que nos permitía actuar como una pareja hace tantos años; con bromas sexuales y besos fingidos de por medio.

No estaba seguro de si había sido el paso del tiempo o algo más lo que nos hizo dejar de hacer gilipolleces como esas después de tantos años. Tal vez nos hicimos adultos de golpe, y ni siquiera nos percatamos de ello.

Pero lo cierto era que ahora, Rubius volvía a comportarse como aquel muchacho que me decía mahe al menos dos veces al día.

Y no me molestaba. No me molestaba para nada, pero algo dentro de mí me advertía en susurros que esta vez había algo diferente. Algo muy diferente en nuestras bromas diarias. Una complicidad que no debería existir.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora