91. Lágrimas Negras

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Rubius tuvo un ataque en la mañana de su cumpleaños. 

Estaba sentado, ausente como casi siempre solía estar, mirando hacia la ventana con ojos resecos, cuando su cuerpo se tensó repentinamente y luego comenzó a temblar hasta que perdió el equilibrio por completo y cayó al suelo, cubriendo al mismo tiempo su cabeza con sus codos inestables, como si de pronto algo lo estuviera aturdiendo al punto de hacerlo arrugar con fuerza los párpados.

Aún no era la hora de visitas cuando sucedió, era muy temprano, por lo que no me enteré hasta unas horas después, cuando los enfermeros pudieron estabilizarlo.

Pasamos casi todo su cumpleaños en silencio, rodeándolo en una camilla de hospital, en donde él estaba acostado y rendido, con los ojos cerrados, respirando con lentitud ayudado por una mascarilla de oxígeno, y conectado a máquinas que monitoreaban su estado desmejorado.

Yo ya hacía un buen tiempo había comenzado a notar que lentamente su piel se volvía más opaca, sus ojeras crecían y sus mejillas se hundían, a pesar de que los enfermeros aseguraban que siempre comía y tomaba sol. Pero mirándolo quieto en aquella camilla de hospital, me di cuenta de lo débil que lucía su cuerpo ahora. De lo exhausto que se pintaba su semblante. Pero era diferente a todas las veces que yo ya lo había visto así. Era diferente porque no parecía que Rubius tuviera intenciones de luchar por mejorar, o por hacernos creer que todo esto sería algo pasajero. Ni siquiera había un instinto humano por sobrevivir. Esta vez parecía que él se había olvidado de todos, incluso de sí mismo.

Tal vez se había rendido hacía mucho tiempo, pero yo nunca me había percatado de ello. O no había querido percatarme.

Y es que... ¿cómo seguir adelante? Sus medicamentos seguían sin funcionar, parecía que sólo le quitaban fuerzas, dejándolo atontado y dolorosamente perdido. Eran cada vez menos las veces en las que me miraba, cada vez menos las veces en las que sus ojos se aclaraban brevemente al cruzarse con los míos. Parecía que ya no quedaba nada de él, y era jodidamente doloroso ver ese proceso.

Me preguntaba todas las noches si habíamos hecho bien en no dejarle tomar una decisión propia con respecto a su enfermedad. Rubius era un adulto, y hubiera sido razonable dejarle llevar el tema de la medicación y la internación como él hubiera querido. Tal vez ahora estaríamos entonces en nuestra antigua casa, juntos, con un Rubius desmejorado, pero que seguiría siendo él, pasando los momentos duros en nuestra cama y no distanciados por fármacos que le hacían olvidar quién era.

Pero luego recordaba que eso no hubiera sido posible, porque tal vez habría acabado teniendo un ataque sin que yo lo notara. Tal vez habría intentado dañarse de nuevo. Tal vez habría dañado a alguien más. No. No podía llevarlo a casa. No podíamos dejar que él tomara una decisión que le haría mal. Rubius no estaba bien como para tomar una decisión así.

El problema era que ahora Rubius no estaba bien, en ningún sentido.

Por un lado... su enfermedad, sus medicamentos, la internación, los doctores.

Por otro lado... Lara.

Aquel ser en el que yo había dejado de creer pensando que eso sería lo mejor para Rubius. No podía estar pensando en fantasmas cuando los doctores me habían dicho literalmente que aquello era producto de una enfermedad muy grave que Rubius padecía. Lara sólo era una consecuencia de la esquizofrenia.

Y me convencí de eso... me lo creí con dificultad y dolor, casi a la fuerza... hasta que el padre de Rubius, Luca, me reveló que probablemente era lo contrario, ya que Lara podría haber sido la causante de la enfermedad en vez de una consecuencia.

No se trataba de opuestos. Ella era la causante de que lo medicamentos no funcionaran. Era la causante de la depresión, la ansiedad, la paranoia, todo lo malo que Rubius atravesaba a duras penas. Y el problema era que los doctores no se concentraban en eso, sino en los resultados. En lo que se veía que Rubius sufría, y no en las posibles causas de todo.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora