29. El Mejor Regalo

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Los padres de Rubius se habían separado cuando él era muy pequeño, por lo que el hecho no le afecto demasiado a un nivel emocional. Al menos eso era lo que él me había contado. Sin embargo, el por qué de la separación era algo que yo desconocía. Y por mucho tiempo creí que él tampoco lo sabía.

Pero ahora, al observar sus ojos cristalizados mirando al sujeto que permanecía inmóvil al lado de su madre junto a la puerta, fácilmente pude percatarme de que Rubius conocía las razones de la separación entre sus progenitores perfectamente; razones que, al parecer, le tenían sumergido en un profundo rencor totalmente dedicado a su padre. Un rencor teñido de melancolía.

Quité mi mano de su hombro lentamente luego de que sus labios pronunciaran la palabra "padre", palabra que me había dejado paralizado al igual que todo lo que nos rodeaba. Realmente parecía que hasta la nieve había dejado de derretirse. Los puños cada vez más apretados de Rubius parecían ser lo único que se movía ahora. Podía ver los huesos de sus manos marcándose cada vez más al igual que sus venas. Percibí su enojo, su confusión, su inquietud, su desesperación por salir corriendo de allí.

Se estaba conteniendo.

-Es un buen momento para que te largues de aquí.- gruñó la mujer luego de tensos segundos de silencio.

-Feliz cumpleaños, hijo.- habló de todos modos el hombre, ignorando por completo a la mujer.- De haber sabido que vendrías a Noruega hoy... te habría comprado un obsequio.- siguió murmurando con dulzura en su voz mientras que sus ojos parecían mirar con cariño a Rubius, el cual permanecía inmóvil junto a mí.

-¿Cómo...?- negó él con la cabeza, viéndose totalmente confundido- ¿Qué haces aquí en Noruega? Pensé que vivías en España... lejos de Madrid...

-Ya basta.- se interpuso una vez más la madre de Rubén, colocándose rápidamente frente a su hijo.- No es momento de hablar ahora. ¿Crees que tienes el derecho de aparecerte en nuestras vidas cuando se te da la gana? Vete de aquí ahora mismo.- ordenó fulminando con la mirada al hombre de ojos suplicantes.

-Yo...

-Es mejor que haga lo que ella dice.- No supe de dónde saqué el valor para meterme en la conversación, pero lo hice, y percibí mi propia voz más severa de lo normal.- No puede aparecerse en esta propiedad si ella no lo quiere.

Los tres me observaron sorprendidos. La mujer de cabellos rubios parecía agradecerme con la mirada, mientras que la del hombre se encontraba cansada y rendida, como si supiera perfectamente que yo tenía razón.

Y la de Rubius... era indecifrable para mí.

No conocía de nada al padre de Rubén. Yo no tenía por qué tenerle rencor u odio. Pero al ver cómo mi amigo se había sorprendido de verlo, mostrando un pequeño pero terriblemente nostálgico brillo en sus ojos, sentí alguna clase de enojo. No debería de reaccionar así. No debería ser algo "extraño" para él ver a su padre. Tendría que saludarlo como cualquier hijo haría con su padre de manera normal. Las reacciones que habían tenido ambos al verse me dieron a entender que su relación estaba rota, y yo no pude hacer más que reaccionar de manera hostíl. No culparía a Rubius, nunca podría hacer algo como eso, por lo que obviamente, opté por apoyar a su madre y eliminar a su padre de nuestras vistas, echándole toda la bronca sin siquiera saber los detalles.

-Vale.- respondió finalmente, y me estrujó el corazón ver cómo los ojos de Rubius se desviaban rápidamente hacia él de manera angustiada. Parecía estar suplicándole que se quedara.- Pero voy a volver.

-Adiós.- le cortó la mujer, tomando de la mano a su hijo que repentinamente parecía ser un adolecente confundido y triste. Lo jaló hacia el interior de la casa y dejó la puerta abierta para que yo ingresara cuando quisiera.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora