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Recuerdo que salí de casa corriendo, sin limpiarme las lágrimas. Dispuesta a huir con Bruce y guiarme tan solo por el sentimiento que me unía a él. Cuando llegué a su casa ya no estaba. Ya se había marchado.

Me encontraba sola, con la única compañía de sus recuerdos. Culpe a sus padres. Sobre todo a su padre, ya que fue a él a quien le ofrecieron ese puesto de trabajo en Bélgica.

Las semanas previas a su viaje, yo me encontraba en una especie de trance. No podía imaginar mi vida sin él, pero tampoco podía encontrar la manera de que pudiera quedarse. Me pasaba todo el día embobada, pensando en alguna solución, pero siempre acababan en fracaso. Intentaba estar el mayor tiempo posible a su lado pero él estaba ocupado. A veces pensaba en si no lo hubiera conocido. Pero la memoria me recordaba todos los momentos tan maravillosos que había estado a su lado.

El primer año que estuvimos juntos como novios, me contó que siempre ha querido tener hermanos, ya que era hijo único. Él había sido un "milagro", ya que su madre a causa de que tenía un útero "pequeño" no podía quedarse embarazada. Así que los médicos le dijeron que si se quedaba otra vez embarazada podría correr riesgo tanto ella como el bebé.

-Tendremos dos hijos. Uno chica y otro chico, para tener la pareja. ¿Qué te parece?

-Siempre que esos hijos los tenga contigo me parecerá perfecto.

Yo también era hija única pero no por algún problema como en el caso de Bruce, mis padres no querían tener más. Será por eso que le cogí mucho cariño a Bruce. Nuestras madres eran muy amigas, compañeras de trabajo en una empresa, de secretarias.

-No sabes los días que he esperado que ocurriera esto.

-¿A qué te refieres?

-A esto -dijo haciendo círculos a sus manos.- A nosotros. Desde que te conocí supe que eras para mi.

-Nos conocimos muy pequeños, no creo que hubieras tenido conciencia de ello.

-Hombre yo con 7 años era muy maduro -dijo poniendo su puño en el pecho.

-Oh claro, tan maduro que te comías la goma de borrar -dije burlándome de él.

-Era para impresionarte -Los dos reímos y me dió un beso en la mejilla.- No quiero que nos separemos nunca.

-Nunca.

Llegué a mi casa y una sonrisa inmensa, más que la de antes, invadía mi rostro. Unas mariposas, disfrazadas de escalofríos, recorrían mi cuerpo. Bruce, el amor de mi infancia esta en la misma ciudad. Hasta esta mañana pensé que lo había olvidado, pero como dice el dicho, donde hubo fuego cenizas quedan. La cuestión era si él tiene esas cenizas que revolotean tanto mis pensamientos. Pelusa me miraba de una manera que parecía que adivinara lo que me esta pasando. Me senté en un sofá que estaba al lado de una ventana. Observaba la calle. Veía cómo la gente caminaba, me preguntaba en qué estará pensando. Nunca lo podré saber, de eso estaba segura. Ahora miré al cielo.

Mi pensamiento volvió al día en el que me di cuenta de que mis sentimientos no eran solo amistad. Recuerdo que cuando estábamos entre amigos él y yo nos hacíamos pequeñas bromas. Intentando hacer quedar mal el uno al otro delante de la gente. Pensé que eso lo hacía con todas, por eso no le daba importancia. Pero fue justo un día en el que me percaté que su mirada no era igual que cuando lo hacía con otras. Esa sonrisa solo me la dedicaba a mi. Esa mirada solo me la regalaba a mi. El tono de voz que usaba era más dulce y suave. Cuando me cogía la mano en son de jugar, podía notar sus caricias cortas pero destacaba entre otras. Ese día fue cuando nuestras miradas, por primera vez, habían conectado de la manera más profunda que pueda imaginar. Avergonzada giré la cara, intentando ocultar mi sonrojado rostro. De reojo ví como una sonrisa se dibujaba a la vez que se mordía el labio  

Mi Fugitivo PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora